miércoles, 28 de agosto de 2013

Declaró la hija de Domingo Maggio y Norma Valentinuzzi

“Espero justicia y también la verdad”

Su padre se fugó de la ESMA y logró denunciar los crímenes en una larga carta, aunque luego fue nuevamente secuestrado y fusilado. Su madre se fue del país, pero volvió con la contraofensiva y también está desaparecida.

 Por Alejandra Dandan

Horacio Domingo Maggio era delegado gremial de La Bancaria en la provincia de Santa Fe y militante del movimiento peronista Montoneros. En diciembre de 1971 se casó con Norma Valentinuzzi, profesora de expresión corporal en el Liceo Municipal Antonio Fuentes del Arco, militante de la misma organización. El 8 de agosto de 1972 tuvieron a su primer hijo, Juan Facundo, y el 18 de noviembre de 1974 a María, que tenía poco más de dos cuando secuestraron a su padre por primera vez, el 15 de febrero de 1977. María declaró ayer en la audiencia pública del megajuicio que se lleva adelante en los Tribunales de Retiro para juzgar los crímenes de la ESMA. “Antes de comenzar a relatar los hechos con relación a mi papá, quería aclarar que todos los hechos han sido resultado de una reconstrucción personal sobre esa historia. Voy a hacer referencia a ello para dejar constancia –explicó– de la persecución política que padecimos a lo largo de muchos años.”

Horacio Maggio, el “Nariz” para sus compañeros, es uno de los más recordados por los sobrevivientes de la ESMA. Fue uno de los pocos casos de prisioneros que lograron fugarse del centro clandestino. La fuga se inició el 17 de marzo de 1978 y se extendió hasta el nuevo secuestro y ejecución, el 4 de octubre de 1978. Durante ese tiempo escribió una denuncia en una carta que hoy se mira como un ensamble de piezas y piezas en las que logró generar un “relato anticipado” de la estructura de la ESMA. Los métodos de tortura, la “picana”, el “submarino”. Capucha, el Sótano. Los nombres de los represores. Los alias. Los más conocidos, pero también casos que recién llegan a juicio ahora y para los cuales esa prueba es fundamental, como el de Fragote Carlos Orlando Generoso. Dio datos sobre los distintos métodos de los marinos para deshacerse de los cuerpos de los desaparecidos, entre ellos los vuelos de la muerte. Mencionó a los “helicópteros”, importantes por las pruebas sobre los pilotos. A detenidos desaparecidos, como Norma Arrostito, pero también a varios cuyo paso por la ESMA no tiene otra prueba más que esa carta.

“Una carta del mismo tenor –escribió el propio Maggio en su posdata– fue enviada al señor embajador de Francia, al consejero de prensa de la embajada de Francia, al señor embajador de los Estados Unidos, Raúl Castro, al señor monseñor Raúl Primatesta, al señor monseñor Vicente Zaspe, al señor monseñor Juan Carlos Aramburu, a la Conferencia Episcopal Argentina, a la agencia France Presse, al periodista Richard Boudreaux de Associated Press, a las agencias nacionales y extranjeras, sindicatos y comisiones internas, periodistas, políticos, a la Junta Militar, etcétera.”

Y agregó: “Sé que con esta denuncia pongo en peligro la vida de mi mujer y de mis hijos, padres, hermanas, suegros y otros, como así también de las personas que aún siguen en el mencionado edificio y que son alrededor de 150 a 200. Es por ello que si algo sucediese (...), responsabilizo a la Junta Militar y directamente a los cuadros de la Escuela de Mecánica de la Armada”.

Los sobrevivientes suelen recordar el momento en el que el Tigre Jorge Acosta, ese autoproclamado “dios de la vida y de la muerte” dentro del Campo, los obligó a pasar frente a su cuerpo el día que lo llevaron muerto a la ESMA.

–¿A tu papá lo fusiló el Ejército? –le preguntaron a María en la sala.

–Eso no lo sé.

–¿El cuerpo fue entregado a la familia?

–Mi papá está desaparecido –dijo ella–. Sí sé, por testimonios de sus compañeros, que el cuerpo fue llevado a la ESMA y que expusieron el cadáver para mostrar lo que podía pasarle al resto si intentaba fugarse. Los hicieron desfilar delante para que vean cómo había quedado su cráneo que estaba totalmente hundido; su cara, destruida. Sus compañeros tuvieron que padecer eso.

Pese a que es uno de los nombres más recordados, su historia no había sido reconstruida en el espacio de los juicios orales. Es un “caso” por primera vez.

Los Maggio

Los Maggio vivían en la capital de Santa Fe. “A mis tres meses de vida ya mi familia padeció allanamientos”, dijo María a poco de empezar. “Uno, en la casa donde vivíamos, en la calle Iturraspe de la capital santafesina, mientras no estábamos en casa. El otro fue en la casa de mi abuela materna, Elsa Valentinuzzi. Estaban mi abuela y mi tía Marta, que tenía 17 años. Las dos fueron detenidas y trasladadas sin demasiadas explicaciones. Eso fue un viernes y estuvieron hasta un lunes, que les tomaron declaración.”

Después de los allanamientos, en febrero de 1975 se mudaron a Rosario. Maggio tenía un hermano, Roque Maggio, que estaba casado con María Adriana Esper. Vivían en Córdoba y tenían una niña de año y medio. “El primer hecho terrible que marcó a la familia fue el asesinato de mi tía María Adriana”, dijo María. La siguieron hasta la casa y la mataron. Roque y su hija no estaban con ella. Se trasladaron a Rosario mientras su hermano Horacio y su familia salían a Buenos Aires.

“Nos establecimos en Caseros. Estábamos clandestinos: a mi mamá la conocían como Graciela y a mi papá como Rubén Butaro. El segundo hecho terrible que marcó a la familia fue el asesinato de mi tío Roque, casi un año después de mi tía: el 2 de enero 1977.”

Horacio, Norma y sus hijos viajaron a Miramar a pasar unos días con otros compañeros; entre ellos estaban Rosario Quiroga y sus tres hijas, y Oscar De Gregorio con su hijo. Rosario y Oscar, tiempo después, iban a ser secuestrados en la ESMA. Oscar sigue desaparecido.
El secuestro

Pocos días después de Miramar, el 15 de febrero, un grupo que se presentó como de las Fuerzas Conjuntas secuestró a Maggio en la calle Rivadavia, a una cuadra de la Plaza Flores. Lo golpearon y se lo llevaron a la Escuela Mecánica de la Armada.

“Fui sometido a salvajes torturas por espacio de 15 días”, escribió él mismo en la carta. “En una de esas ocasiones se me produce un paro cardíaco y un ‘médico’ intenta mi recuperación para seguir aplicando inmediatamente, entre otros métodos, la ‘picana’ o máquina y el ‘submarino’ (colando bolsa de polietileno en la cabeza que no permite la respiración) (...). Presencié los actos más despiadados y salvajes con que esta dictadura sin limites quiere inútilmente someter a todo el país. Las condiciones en las que desarrollábamos nuestras vidas son dignas de la época anterior a la Asamblea del Año XIII. Las torturas son hechas delante de otros secuestrados, que si bien no veíamos, escuchábamos los gritos.”
Afuera

Mientras tanto, “mi mamá no tenía muy en claro qué había pasado con mi papá. Decide que nos teníamos que exiliar. Nos fuimos a Brasil; estuvimos viviendo calculo que de julio a octubre del año ’77 en la isla Guaruja, en Santos. Ahí compartimos la convivencia con muchos compañeros”.

En octubre retornaron a la Argentina. Maggio seguía secuestrado. El 17 de marzo de 1978, “mi papá logró fugarse de la ESMA y se fue a vivir con nosotros a Caseros. Esa misma noche, en Santa Fe, se presentaron dos o tres personas en el domicilio de mi abuela paterna para decirle que querían hablar con ella de mi papá, que había cometido un grave error”.

Una de las personas se presentó como el señor “Daniel”, que en realidad era el prefecto Héctor Febres. Se instaló en la casa frente al teléfono y le dijo a la mujer: “Voy a esperar a que su hijo la llame”. Maggio ya había llamado a su madre. Ella fingió, hizo pasar a los marinos, ellos esperaron toda la noche y, antes de irse, le dijeron que convenciera a su hijo de entregarse “porque había cometido un grave error”. Maggio permaneció en Caseros. “Prioriza estar con sus hijos y su compañera y empieza a redactar este documento de fecha 12 de abril del ’78. Yo dejé una copia en la causa”, explicó María.

En la audiencia tenía uno de los originales de la carta que su padre reprodujo a mano, y máquina y papel carbónico. “Mi papá cuenta su amarga experiencia en calidad de secuestrado en la ESMA, hace referencia a las condiciones inhumanas que tuvo que vivir, los grilletes, la capucha. También incluye un largo listado de nombres y alias de los represores encargados de las torturas y de los asesinados.”

El 27 de abril, Maggio mantuvo una entrevista con el periodista francés Boudreaux. María no sabe dónde, pero sabe que aquello se publicó antes del Mundial de 1978. “Ese es uno de los recuerdos que tengo –dijo–, de haber estado con mi papá en el festejo del Mundial, de haber estado con él, porque él estaba seguro de que ese día no lo iban a ir a buscar.”
Otra vez los secuestros

El 4 de octubre de 1978 volvieron a secuestrarlo en una zona donde había una obra en construcción. Interceptado por el Ejército, “sé que resistió con lo que tenía al alcance, que eran piedras, escombros... y bueno, el Ejército lo fusila”. Norma y sus hijos emprenden un segundo exilio a Perú, a Ecuador, México. En el DF se confirma el asesinato. Viajaron a Cuba y España y, en 1979, Norma regresó con sus hijos a la Argentina para la contraofensiva montonera.

“El 11 de septiembre de 1979 estábamos en la misma casa de Caseros y recibimos la visita de mi abuela materna, que no veíamos hace mucho. Mi mamá percibe movimientos extraños y entonces le dice a mi abuela que se quede con nosotros, que si en diez minutos no volvía, que se vaya de la casa. Mi mamá no volvió, así que nos fuimos de la casa y posteriormente nos enteramos de que había sido secuestrada en la vía pública, a una cuadra y media de mi domicilio.”

Norma llegó a gritar su nombre y número de documento antes del secuestro. En el forcejeo perdió un zapato, que recuperó su madre en la calle. Por el relato de los sobrevivientes, sus hijos saben que en octubre de 1980 fue vista en Campo de Mayo. “No hay seguridad respecto a este dato, pero se cree –dijo María– que fue fusilada entre noviembre y diciembre del año 1980 con el resto de sus compañeros.”

“Confío en la Justicia –dijo María en el final– encargada de llevar esta verdad, y de hacer justicia por mis abuelas, por mi hermano, por mis hijas, por mi país, por la democracia y para que el Estado no viole, no secuestre, no asesine. Para que no apropie más bienes en un marco ilegal y terrorista. Espero además de justicia, verdad, porque no me basta con una sola, yo quiero la verdad. Eso es todo.”

lunes, 19 de agosto de 2013

Declaración de María Adela Antokoletz sobre la desaparición de su hermano Daniel

La avanzada sobre los abogados

Daniel Antokoletz fue secuestrado por un grupo de tareas de la Marina en 1976 y estuvo en la ESMA. “No sé dónde está enterrado mi hermano hasta el día de hoy, eso lo considero un crimen que se sigue cometiendo”, dijo María Adela.

 Por Alejandra Dandan

Daniel Antokoletz venía de familia de provincia de tendencia radical. Estudió Derecho en la Universidad Católica de Buenos Aires, se acercó a la izquierda e integró el Partido Auténtico de la Izquierda Peronista. Para 1976 era profesor universitario de Derecho internacional público, había participado en ponencias nacionales e internacionales. Defendía a presos comunes y a presos políticos. Escribía artículos contra la dictadura y para denunciar las condiciones de las cárceles. Durante el gobierno de Héctor Cámpora fue asesor del gabinete de Cancillería y en 1974 funcionario de la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Entre sus “misiones” más difíciles alguna vez viajó a Chile para rescatar de la dictadura de Augusto Pinochet al investigador riojano Rubén Tsakoumagkos, entre otros presos y torturados en ese país. El 10 de noviembre de 1976 lo secuestraron de un departamento en Palermo con su compañera Liliana Andrés. Su historia es reconstruida en el juicio oral de la ESMA como parte de la avanzada de la Marina sobre el grupo de abogados de presos políticos. Daniel y Liliana estuvieron en ese centro clandestino. Liliana permaneció siete días. Daniel sigue desaparecido. A ella le dijeron en la ESMA que Daniel era “peor que un guerrillero, era un ideólogo”. La expresión empieza a verse como una constante: el modo en el que los marinos encuadraron a curas y abogados.

“Que se lo llevaron a la ESMA no tenemos ninguna duda; que lo torturaron no hay dudas de eso; y que lo asesinaron. Pero no conozco dónde está enterrado mi hermano hasta el día de hoy, eso lo considero un crimen que se sigue cometiendo no sólo contra mi hermano sino contra mí también.” María Adela Antokoletz declaró en el juicio por los crímenes de la ESMA. Es la hermana de Daniel y al comenzar su testimonio no sólo le imprimió al crimen la dimensión de lo perpetuo, sino los efectos en primera persona que la desaparición genera sobre hermanos, familiares y seguramente sobre el espacio social. “No sé se si lo arrojaron de un avión, si lo enterraron, si lo quemaron vivo o muerto o si esparcieron sus cenizas en el aire”, dijo. “El cuerpo de mi hermano no ha aparecido, ignoramos hasta el día de hoy quienes son los criminales qué se lo llevaron a él y a mi cuñada.” E insistió: “Es un crimen al que la palabra aberrante le queda corta porque las civilizaciones más antiguas y diversas han honrado el cuerpo de sus muertos, pero yo no sé donde está el cuerpo de mi hermano. Por todas estas razones es que pienso que el crimen se sigue cometiendo a cada segundo que mi hermano no vuelve a casa. Por eso es tan difícil sentarse acá”, dijo después a los jueces. “Y dar testimonio.”

Daniel era “un persona que hablaba libremente. Hacía uso de su libertad, en el subte, en la calle, en las reuniones, en las universidades donde era profesor. Y sabía que era imposible restringir la libertad de acción y de palabra, evidentemente bajo la inminente dictadura no se podía y en la dictadura se podía menos todavía”, explicó.

Además de profesor de Derecho internacional, fue director de estudios y profesor en la universidad católica de Mar del Plata. “Ponía el alma” para defender a los presos comunes y políticos. Entre sus defendidos estuvo el ex senador uruguayo Enrique Erro, detenido en Buenos Aires “en total ruptura de las leyes de asilo que han hecho de nuestro país una tierra hospitalaria. Erro fue sometido a traslados tan brutales que evidenciaban la expectativa de que el preso muriera”.

Para 1976, Daniel sabía que estaba en peligro. “Nos lo sugería a veces, Liliana lo afirma también, y el insigne penalista David Baigún me relató que había sido advertido por mi hermano de que ambos figuraban en listas de profesionales a los que se iban exterminar. Con el tiempo no se pudo salvar de eso porque lo siguieron y lo secuestraron, y eso pasó el 10 de noviembre del año 1976”. Daniel tenía 39 años.

La ESMA

De acuerdo con los datos reconstruidos en una causa abierta tempranamente en 1984 con el testimonio de Liliana, el secuestro se produjo a las 8.30 en el departamento de la calle Guatemala 4860, 6º 27, donde vivían. La patota de seis hombres de civil y armados se movía en un Chevy rojo y un Ford Falcon celeste o gris. Entre los integrantes del grupo de tareas estaba Ricardo Guillermo Corbetta, alias “Matías”. Liliana y Daniel fueron arrojados al suelo, esposados con las manos a la espalda, y apuntados con armas largas y cortas.

El paso de Daniel por la ESMA quedó expresado por varios sobrevivientes. Liliana declaró en marzo de este año y señaló que oyó sus gritos durante las torturas. Dijo que sólo los dejaron verse una vez, que notó que caminaba con gran dificultad por la picana. “Los detalles de ese secuestro terrible ya los ha contado Liliana”, dijo María Adela. “No tenemos duda que estuvo allí.” “A mi cuñada le dijeron en la ESMA las razones del secuestro: era peor que un guerrillero, era un ideólogo.” Liliana reconoció temprano y desde afuera la estructura de la ESMA y el espacio destinado a Capucha y Capuchita. Martín Gras habló de Daniel en su testimonio. “En este mismo banco, el testigo Martín Gras dijo que el represor Antonio Pernías dijo que a Antokoletz ‘hubo que hacerlo boleta’. El represor Antonio Pernías y sus otros colegas en el crimen también saben en qué momento y en qué forma fue asesinado mi hermano”, explicó la mujer.

Los primeros sobrevivientes que declararon en 1979 afuera del país lo mencionaron en una lista de personas “trasladadas”. Y otra sobreviviente en 1980 recordó haber visto a un abogado de “voz gruesa”, de pelo negro y ojos oscuros. “Y es muy claro aunque jamás escuchemos de los represores una explicación, lo cual contribuye a que uno sienta que el crimen se sigue cometiendo, es muy probable, que su condición de militante político haya resultado la explicación para estas fuerzas desatadas que cometieron crímenes masivos.”

Las Madres

María Adela Gard de Antokoletz, la madre de María Adela y Daniel, fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Supo del secuestro de su hijo cuando llegó a su casa desesperado Mario, un hermano de Liliana que esa mañana había ido a la casa de Palermo. Al comienzo esperaron una llamada “pegados al teléfono”, pero al día siguiente María Adela madre e hija salieron a buscarlo. Cuarteles, iglesias, la morgue. “Fuimos a consultar con cuantas personas conocíamos. Yo acudí a la UCA y tuve la angustiosa respuesta del rector, monseñor Derisi a quién le rogaba por Daniel mientras él cerraba una puerta, yo tiraba de un lado y él del otro, diciendo: ‘¡Tengo que irme de viaje!’ ‘¡Tengo que irme de viaje!’. Fue la única respuesta del rector.” En esa búsqueda concurrieron a la casa de Albano Harguindeguy y Jorge Olivera Rovere. Los recibieron con armas sobre el escritorio. Estuvieron en el vicariato de Emilio Graselli, ese “sacerdote de conducta muy ambigua” que llegó a decirles que Daniel estaba muerto. “Yo sinceramente creo que el padre Graselli tiene que estar ante este estrado explicando su conducta”. Durante una de esas visitas al vicariato conocieron a Azucena Villaflor. María Adela habló de la “organización”, de aquello que una vez dijo Azucena de ir a la Plaza de Mayo para “hacer nuestro pedido y entrar a la Casa de Gobierno a ver si el presidente nos escucha”.

Hacia el final de su declaración, María Adela pidió cárcel común para los represores: “Conozco el significado de la palabra ‘contumacia’”, señaló. “Son contumaces: no se han arrepentido, volverían a cometer los mismos crímenes”. Y por último les habló a los jueces: “Considero que no soy la voz de mi hermano. Soy testigo de lo que le pasó y nos pasó. Pero ustedes, señores jueces, deben ser su voz. La Justicia es la voz de los que la padecieron. El no puede estar aquí o, mejor dicho, ante otro tribunal defendiendo la Justicia. Las sentencias que ustedes dicten deben hablar por Daniel.”

jueves, 15 de agosto de 2013

El caso del médico Gustavo Grigera, capturado dentro del Hospital Italiano

Secuestro y resucitación en el nosocomio

Su caso se encuadra dentro de los militantes de sanidad de Montoneros. Fue secuestrado el 18 de julio de 1977. Tomó la pastilla de cianuro, pero los represores aportaron el antídoto que permitió mantenerlo con vida y llevarlo a la ESMA.

 Por Alejandra Dandan

Gustavo Grigera militaba en el grupo de Montoneros de Sanidad Zona Norte. Era médico. Había hecho la residencia en el Hospital Italiano, donde impulsó la JTP. El 18 de julio de 1977, perseguido por un cerco de la Marina en los alrededores del hospital, entró al edificio en una carrera desesperada pidiendo refugio. Su secuestro es investigado en el juicio oral de la ESMA como parte de la avanzada de la Armada sobre su grupo formado por militantes del ámbito de la salud, entre otros Amalia Larralde, Patricia Roisinblit, Luis Kuhn, Adriana Marcus y alguien del que aún no se sabe su nombre, pero es conocido como “Poroto”. En esa línea en la que fiscalía y querellas intentan reconstruir las historias de los secuestros en clave de tramas de militancias políticas, el miércoles fue convocado a declarar el médico Marcelo Mayorga. Mayorga era jefe de residentes del Italiano. Ese lunes 18 de julio estaba de guardia. Cuando Gustavo, totalmente cercado, tomó una pastilla de cianuro, lo reanimó bajo la presión de la Armada. Uno de los elementos significativos de su testimonio es que explicó que durante la reanimación usó un antídoto provisto por la maquinaria del GT: no para salvar a nadie, sino para conservarlos con vida para los interrogatorios. Gustavo “intentaba susurrarme algo, me miraba a mí –dijo Mayorga–, pero lo que puedo decir de ese gesto sólo sería una interpretación subjetiva. Lo que no olvido nunca es su mirada, la intención de susurrar algo y nada más”.

Gustavo hizo su residencia en clínica médica en el Italiano. “Fui su jefe de residentes hasta que terminó la residencia”, en el año 1976, dijo Mayorga. “En ese momento, todos los que hacíamos la residencia estábamos bastante organizados gremialmente”, explicó cuando le preguntaron en la sala por los espacios de militancia. La organización miraba la defensa de los derechos salariales, “era una época de mucha actividad, estábamos en la confederación y nos reuníamos con residentes de otros hospitales. Era común que tuviéramos asambleas y tuvimos una comisión encargada de la gremial; (Gustavo) era un representante y siempre fue una persona muy activa. Después no sé. En cuanto a las asambleas, era común que surgieran discusiones, cosas que iban más allá de lo gremial, hacia la política, pero ése era otro aspecto. Todos estábamos muy movilizados”.

Roberto Baschetti, en su reconstrucción de los militantes “uno a uno”, agrega que Gustavo fue “propulsor” de la JPT en ese espacio. El 18 de julio, él tenía una cita en un bar de la zona de la que empezó a escapar al ver llegar a un grupo operativo de la Marina. Mayorga almorzaba en la esquina del hospital cuando empezó a notar mucho movimiento en la zona. “Calculo que serían más o menos las doce o las trece horas, y muy rápidamente veo mucho movimiento. Vehículos de las Fuerzas Armadas. Gran movimiento y como yo estaba de guardia, me acerqué”, dijo. “No recuerdo si ya no permitían la entrada de nadie y como yo estaba de guardia, pude entrar; pero lo que sí me acuerdo es que entré sin inconvenientes. La entrada todavía era sobre la calle Gascón. La guardia estaba muy cerca, a diez metros de la entrada, bajando, en el subsuelo. Entré justo. Ahí estaba la sección de Clínica Médica, que era la oficina donde nos centralizábamos, y entre distintas versiones se decía que la Marina había rodeado el edificio. Efectivamente vi vehículos detenidos identificados como de la Armada Argentina. Mucho personal uniformado y, una vez adentro, en el hospital, surgieron comentarios sobre que lo venían buscando a Grigera.”

En ese momento también había movimientos dentro del hospital. “Empezaron a evacuar el edificio y nos fuimos quedando sólo los que estábamos en la guardia.” Una vez que todo el mundo se había ido, “empezamos a sentir movimientos de las tropas que estaban ahí. Calculo que no pasó demasiado tiempo. Todavía estaba en la guardia y siento un ruido de camilla que venía desde el fondo; es un hospital con pasillos muy largos, y lo trajeron a la guardia”.
La prueba

Gustavo había estado corriendo, pedía que lo escondan, supo después el médico. En algún momento, al parecer entró a un baño del sector de Ortopedia y, acorralado, tomó el cianuro. Cuando los médicos lo vieron llegar en la camilla, estaba consciente. Lo asistieron. “El cirujano lo canalizó para ponerle los sueros. El estaba en un estado de confusión y excitación importante. Hicimos las primeras evaluaciones ahí, en la guardia, y rodeados por personal militar.” Gustavo “hace una depresión respiratoria”, los médicos procedieron a entubarlo y le hicieron un lavado gástrico. A Mayorga le habían dicho que había ingerido el cianuro. “En la guardia no teníamos antídoto para el cianuro, pero la gente de las Fuerzas Armadas nos dijo que ellos sí tenían”, señaló. “Fueron hacia afuera y trajeron nitrito de amilo, que se usa para el cianuro. Se lo suministramos apoyados en un sistema para ayudarlo a respirar. Después de una hora, uno de los oficiales nos dijo que ya estaba: ellos lo iban a trasladar en una ambulancia y se iban a hacer cargo de la atención. Yo les pedí que no lo hagan, les expliqué que estaba en condiciones muy delicadas, pero ellos insistieron en que se lo llevaban.” En ese contexto de “mucha tensión, con personal armado, con armas largas, les dije que si ellos se lo llevaban, yo tenía que dejar constancia en el libro de guardia. Yo describí las condiciones en las que estaba en el libro y que se retiraba, y una persona firmó. No me acuerdo ni el nombre ni el grado, pero sí que firmó con un grado de oficial de la Marina”.

El miércoles siguiente, Mayorga estaba otra vez de guardia en el hospital. Entraron dos o tres personas de civil a la recepción que hablaban “en tono fuerte e imperativo”. El salió a ver lo que pasaba y le dijeron que eran del Servicio Penitenciario y venían a llevarse el libro de guardia. Mayorga nunca supo si eso era realmente así, porque cuando les pidió las credenciales, como siempre, en lugar de las credenciales “me encañonaron con armas cortas”. Hicieron poner a todos contra el piso y robaron el libro. “Quisimos hacer llamadas, pero nos dimos cuenta de que habían cortado las líneas: arrancaron todos los cables del conmutador.” Desde el anterior juicio oral sobre crímenes cometidos en la ESMA, una de las líneas de trabajo entre quienes acusan a los represores es la recolección de pruebas sobre el contexto de “coacción” a la hora de ingestión de cianuro. La lógica por la cual un militante acudió a la pastilla es pensada y revisada como prueba de homicidio. Ese fue uno de los ejes sobre el que giraron las preguntas de la fiscalía. El testimonio del médico resultó importante también porque pudo ver en forma directa la relación del “antídoto” y la Marina preocupada no en salvar vidas con ese sistema, sino en mantener a sus víctimas vivas para los interrogatorios.

El testimonio apartó además otro dato sobre el cuerpo de médicos del GT al enunciar la experticia que se requería para administrar esa sustancia. “Sobre el nitrito de amilo, ¿cómo es la aplicación? –preguntó la fiscal–. ¿Puede hacerlo cualquiera o tiene que ser un médico?” “La experiencia nuestra con intoxicaciones con cianuro era cero”, dijo el médico. “O sea, teníamos la información básica, pero no estamos acostumbrados a atender personas con ese tipo de intoxicación. Así que la información en cuanto a la atención no recuerdo si la tuvimos por los libros de procedimientos, pero sí claramente no teníamos antídotos. Sí sabíamos que se administraba (el nitrito) por vía respiratoria. Se lo colocamos con idea de que lo aspirara, pero la formación para atender este tipo de casos era cero.” La fiscalía volvió a preguntar sobre el tema. “No tengo información porque nunca más en la vida tuve que verme en una situación así”, fue la respuesta.

La fiscal Mercedes Soiza Reilly apuntó, sobre este punto, que “puede verse, una vez más, que el GT estaba organizado. Que sus miembros realizaron un trabajo en conjunto, donde cada uno tenía una responsabilidad. En el caso concreto del doctor Grigera, quienes facilitaron el antídoto para lograr sobrevivirlo fueron los integrantes de la patota encargada de su secuestro. Esto ha ocurrido en otros casos, y tiene relación con la intervención de los médicos dentro de los campos de exterminio, quienes procuraban la sobrevida del cautivo con fines utilitarios, hasta que fuera interrogado lo suficiente por su militancia política o por su grupo de pertenencia. Finalmente, como en este caso, las víctimas eran trasladadas y asesinadas”.
La propaganda

A Gustavo lo llevaron a la ESMA. Fue visto por María Alicia Milia de Pirles, Ana María Martí, Alberto Girondo y Lisandro Cubas. Su cuerpo apareció más tarde en la morgue judicial. Entre las pruebas sobre su secuestro y desaparición hay publicaciones de los diarios La Prensa y Crónica del 19 de julio. “Almagro: hubo conmoción”, decía el título de Crónica. La nota reproduce los comunicados del Comando Zona I del Primer Cuerpo del Ejército con su lógica de acción psicológica: allí Gustavo no es ni un nombre ni un apellido sino “un peligroso delincuente que había buscado refugio en el citado nosocomio”.

martes, 6 de agosto de 2013

Testimonio de Mercedes Mignone en el juicio por los crímenes cometidos en la ESMA

El secuestro del grupo de la villa
La hija de Emilio Mignone contó cómo fue secuestrada en 1976 su hermana Mónica. Explicó cuál era su trabajo social en el Bajo Flores y cómo estaba organizada la militancia en la villa, la experiencia que los marinos buscaron destruir.

 Por Alejandra Dandan

Mercedes Mignone es una de las hijas de Emilio Mignone y Angélica Paula Sosa de Mignone. Hermana de Mónica Mignone, detenida desaparecida el 14 de mayo de 1976. Ayer declaró en la audiencia por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. Antes de empezar, sacó una foto y les pidió a los jueces proyectarla. Al lado de Mónica Mignone, en la foto, estaban los que fueron secuestrados ese día: César Lugones y Horacio Pérez Weiss. Y arrodilladas, Mónica Quinteiro, María Marta Vásquez de Lugones y Beatriz Carbonell de Perez Weiss. Ellos eran parte del movimiento villero peronista, militaban en la villa del Bajo Flores. Cuando terminó de nombrarlos, Mercedes sacó otra foto. Esta vez de María Esther Lorusso Lammle. María Esther no militaba con ellos, pero había sido compañera de escuela de las chicas. En su casa paraba Mónica Quinteiros. “Mónica se quedaba a dormir en la casa de María Esther –dijo Mercedes–, probablemente el grupo se reunió a veces en la casa de ellas y después lamentablemente pasó todo lo que pasó. Ellos no tuvieron el derecho que están teniendo ustedes, los represores, a tener una defensa”, dijo. En la sala estaba Sérpico, el marino Ricardo Cavallo.

El juicio por los crímenes de la Armada se reanudó con la reconstrucción del secuestro del grupo del Bajo Flores. Varios familiares ya narraron lo que pudieron saber y no saber del secuestro. Mercedes, que había militado con Mónica en el Bajo Flores, articuló aspectos que parecían desligados, como la línea con María Esther, pero sobre todo reconstruyó en clave de “organización” el trabajo de militancia en la villa que los marinos buscaron deshacer. Emilio Mignone y las estrategias colectivas para el impulso de las primeras denuncias entre los grupos de familiares, el comienzo del CELS y la detención de su padre fueron otros tramos de la declaración.

“Ese día 14 de mayo a las 5 de la mañana empezamos a escuchar el timbre, sonaba sin parar. Yo me desperté, mis padres también, fueron hacia la puerta, preguntaron qué pasaba y dijeron que eran de las Fuerzas Armadas, a los gritos. Mi padre les pide la credencial y ellos le mostraron una ametralladora.”

La familia creyó que buscaban a Mignone, que había sido rector en la Universidad de Luján y defendía presos políticos. Estaban Mercedes, Javier, Mónica durmiendo y dos primas. “Cuando entran todos armados con ametralladoras, vestían pantalones verdes de fajina, borceguíes, camperas. Se distribuyeron por la casa. Uno de ellos se quedó con mi hermano Javier en la cocina y yo pude escuchar cuando preguntaron por Mónica.”

Le dijeron a Mónica que se vistiera. Y Mercedes alcanzó a sacar de la cartera de su hermana unas agendas para que no se las llevaran. “Entramos al baño juntas mientras ella se cambiaba. Nos miramos, una mirada profunda, esa mirada de pánico que te queda para toda la vida. Ella me dice que les vaya a avisar a María Marta y César. Y cuando se cambia en un momento veo que mi papá habla con uno en el escritorio.” Mónica sacó de su cartera un portacosméticos. “Esto no lo voy a necesitar”, dijo. “Nos saludamos todos con un beso, un beso muy dulce, siempre saludaba así, pero se notaba como que no se quería despedir.”

María Esther, María Marta, Mónica Mignone y Mónica Quinteiros se habían conocido en el Colegio de la Misericordia. Mónica Quinteiro había sido religiosa. En el verano de 1971, empezaron a viajar al sur con la escuela a través de Misiones Rurales. Hacían trabajos sociales y de catequesis. En el segundo viaje, el grupo conoce a César Lugones y a Horacio Pérez Weiss. “En el sur palpamos la pobreza. Mónica siempre había sido protectora de los desposeídos, lo mamábamos de nuestros padres, de estar siempre pendientes del prójimo, del más vulnerable.” El grupo se articuló con otro más grande y comenzaron a dar clases de apoyo y recreación en el Bajo Flores. Así empezaron el trabajo en la villa. “Mi mamá iba también, la familia colaboraba en lo que podía; el papá de César también, era médico.”

En 1972, daban clases de apoyo en una habitación del barrio. Llegaron dos sacerdotes, Tito González y Esteban Felgueras. “Se instalan a vivir ahí, eran salesianos. Tito organiza una ida a Luján con la gente joven de la villa y nosotros. En Luján nos hicimos amigos y empezamos a trabajar todos juntos. Se arman comisiones vecinales con adultos.” En 1973, con las elecciones “optamos todos juntos, los chicos que vivían ahí y nosotros, por el peronismo. Empezamos a formar parte de la JP. Empieza en ese momento el movimiento villero peronista. Tiene muchas mesas de trabajo. Mi mamá, desde su trabajo como trabajadora social y docente, también participaba en las mesas. Y las mesas integradas por las gente de las villas y los de afuera como colaboradores. Mónica estaba activamente ahí y fueron momentos de mucho progreso en la villa”.

Luego del 1º de mayo del ’74, después del discurso de Perón y la división de la JP, la gente de la villa, Mónica y otros optan por Lealtad y siguen con el movimiento villero peronista. Entre 1975 y 1976, Mónica le dijo a Mercedes que iban a empezar a reunirse con gente amiga para seguir trabajando políticamente. Mercedes enlaza ese momento con la desaparición. En la audiencia de ayer declaró además el hermano de María Esther Lorusso, Luis María Lorusso Lammle. Dijo que en 2010 supieron que el nombre de su hermana aparece en los archivos del terror de Paraguay. María Esther era peruana. “Hace 37 años desapareció mi hermana, la sigo buscando y la voy a seguir buscando”, dijo él y mostró en la sala una imagen de esos documentos.