El arte de “la catequista”, como la llamaban sus compañeros de cautiverio
Fue
sacada por sobrevivientes. Allí Leila Bicocca habla de su cautiverio y
del de sus compañeros. Los originales de esos dibujos están en
expediente que llegó a juicio oral, donde se juzgan 789 hechos y tiene
56 acusados entre los que están Alfredo Astiz y Jorge “El Tigre” Acosta.
- Reproducciones de dibujos de Leila Bicocca
- Reproducciones de dibujos de Leila Bicocca
- Reproducciones de dibujos de Leila Bicocca
ANTECEDENTES
El
trazo simple delinea un hombre hecho de palotes. En una de las viñetas
estira los brazos con dedos de esqueleto y muestra el grillete que lo
tiene cautivo. En otros le falta un pie o la pierna entera. También, el
esqueleto de palotes, aparece metido en una tumba con cruz. Frases de El Principito, de El Martín Fierro y
otras como “Amigo es aquel con quien se puede pensar en voz alta”,
acompañan los dibujos. Así se ve el único ejemplar de “Il Capuchino”, la
historieta hecha en la Escuela de Mecánica de la Armada por Lelia
Bicocca hoy aún desaparecida. Diez páginas que salieron del centro de
exterminio en manos de sobrevivientes. Diez páginas –a las que Infojus Noticias tuvo
acceso– que hablan, que gritan, una historia de resistencia. Diez
páginas que forman parte del expediente de la Causa ESMA unificada y que
ayer fueron expuestas por la fiscal Mercedes Soiza Reilly en la
continuidad de su alegato como una prueba irrefutable del paso de Lelia
por las mazmorras de la Armada.
En la primera página de Il Capuchino, Lelia
presenta su editorial. Dice que la edición es de “grilletes unidos” y
que los autores son “esposas varias”. La impresión hecha en los
“Talleres gráficos: Cucha-cucha”. También deja la marca de temporalidad
que necesita toda edición: “Se terminó de imprimir un día a la tarde,
temperatura primaveral, olores varios. Luz artificial del año 1977”. Y
basta con leer estos breves textos para encontrar el mensaje que
trascendió los muros: Lelia habla de su cautiverio, del de sus
compañeros. De lo que les tocó vivir dentro de la ESMA. Incluso desde su
título alude al sector “Capucha” lugar donde eran retenidos los
detenidos desaparecidos. En una de las viñetas al esqueleto le falta un
pie. Gotea sangre de la extremidad incompleta. Abajo la letra de Lelia
dice: “perrito lindo ¿no?”.
El
próximo lunes seguirá alegando en el juicio conocido como “Causa Esma
unificada”, a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 de la
Capital iniciado en marzo de 2013. En él se ventilan 789 hechos y tiene
56 acusados entre los que están Alfredo Astiz y Jorge “El Tigre” Acosta.
En el proceso se unificaron diferentes tramos de la megacausa ESMA,
identificados con los números de causa 1282, 1349, 1415, 1492, 1510,
1545, 1668, 1689 y 1714, en los que se investigan el período del año
1976 en adelante y la investigación denominada “Vuelos de la muerte”.
Paloma mensajera
Poco
y nada sabía Jorge Bicocca de su hermana. De nada habían servido las
cartas y las visitas a cuarteles. Lilia era una más de los miles que
habitaban ese lugar incierto que el terrorismo de Estado había fundado
como mecanismo de aniquilamiento: Lilia era una desaparecida. Pero él no
bajó los brazos. Siguió buscando y supo que un matrimonio sobreviviente
de la ESMA había hablado de ella. Ese mismo matrimonio era el que, por
medio de una amiga, le hizo llegar a Jorge una paloma hecha con miga de
pan con el mensaje de que Lelia la había hecho durante su cautiverio en
la ESMA
Il
Capuchino y la paloma no fue lo único de Lelia que traspuso los muros
de la ESMA. Una muñeca de trapo salió en brazos de la sobreviviente
Beatriz Mercedes Luna. Ella y su compañero de entonces, Ricardo Antonio
Camuñas, fueron los que atesoraron esos fragmentos de memoria.
En
noviembre del año pasado, en una video-conferencia que unió Londres con
los tribunales de Comodoro Py, Beatriz contó su cautiverio y habló de
Lelia: “Me trasladaron a la zona de mujeres. me hicieron acostar en el
suelo, creo que había una pequeña colchoneta, estaba en unos
compartimentos que en la jerga se llamaban ´cuchas´”, contó Beatriz y la
referencia a los “talleres gráficos cucha-cucha”, que Lelia marcó en Il
Capuchino se hace notable. La sobreviviente contó que a su lado había
una mujer a quien llamaban internamente ´Haydée´. “Ella me contó que su
verdadero nombre era Lelia Bicocca”, dijo.
También
contó que Lelia fue la persona con la que más habló durante sus diez
días de cautiverio. “Era una persona espectacular, un ser humano
íntegro, que inmediatamente me adoptó, me cuidó. Yo tenía 22 años, pero
representaba físicamente mucho menos. Ella fue para mí de una condición
humana única, tenía una actitud de protección todo el tiempo, me
explicaba cada una de las cosas que sucedían ahí adentro”, relató y
confirmó además que antes de estar en la ESMA, Lelia había pasado por
Campo de Mayo".
Letras y arte
Lelia
tenía 44 años cuando se la llevaron de la casa de Calle 56 N 5817 en
San Martín. Ahí vivía con su padre. La madrugada del 31 de mayo de 1977
un Grupo de Tareas era del Ejército, que tenía entre sus filas a
miembros de la Brigada Zona Centro de la Policía, entró a la casa sin
orden y con violencia. La buscaban a ella. Su militancia en el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT) la había convertido en blanco
para el terrorismo de Estado. También su labor pastoral como catequista
de la Asociación de Jóvenes Cristianos de San Martín. Lelia estaba cerca
de la gente. Y eso para la dictadura cívico militar era peligroso.
Jorge
declaró en el juicio que los miembros del GT subieron las escaleras de
la casa diciendo que iban a “detener a Lelia Bicocca, que no le iba a
pasar nada, que iba a estar en averiguación de antecedentes y que luego
la iban a devolver a su domicilio”. Jorge vivía a dos cuadras de ahí, su
padre fue a buscarlo apenas la patota salió con Lelia secuestrada.
“Fuimos a la Regional de San Martín, había como veinte vehículos que
habían sido utilizados para un operativo, porque esa noche se llevaron
un montón de gente de San Martín. Al día siguiente empezamos a buscar el
paradero de mi hermana”, relató Jorge ante el Tribunal que juzga el
caso de la desaparición forzada de su hermana.
Lelia
era dueña de una librería en la zona de la estación Tropezón del
Ferrocarril Urquiza, ahí, en el límite de los partidos de San Martín y
Tres de Febrero trabajaba cada día. A Lelia le gustaban los libros, el
arte. Y eso sobrevivió a la barbarie. Su letra, su arte.
JC/PW
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