martes, 30 de diciembre de 2014

Entrevista a Daniel Cabezas "La condena a Bottinelli abre un camino a la justicia"

Hijo de Thelma Jara de Cabezas, destacó la decisión tomada en el caso Para Ti por el rol de la prensa en dictadura.

Franco Mizrahi


Familia - Daniel junto a sus hijos, Marcela y Leandro, y su madre Thelma, a quien la dictadura tuvo secuestrada en la ESMA.

Daniel Cabezas estaba en la ciudad de México cuando se enteró que la revista Para Ti había publicado una "entrevista" a su madre, Thelma Jara de Cabezas. "Habla la madre de un subversivo muerto", tituló el semanario de la editorial Atlántida el 23 de agosto de 1979. El encabezado hacía referencia al hermano de Daniel, Gustavo, desaparecido por la represión el 10 de mayo del ’76. Un sentimiento confuso atravesó al mayor de los Cabezas. Daniel sabía que su madre había sido secuestrada cuatro meses antes, el 30 de abril de aquel trágico ’79, por el terrorismo de Estado y desde el exterior impulsaba una intensa campaña para salvarle la vida. No demoró más que segundos para darse cuenta de la aberrante operación de prensa que se estaba realizando. Thelma estaba "chupada" en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
Por ese reportaje fraguado, el 31 de octubre pasado el juez federal Sergio Torres procesó por "coacción" al jefe de redacción de la publicación, Agustín Bottinelli. El magistrado consideró que el periodista "arbitró los medios necesarios" para la realización de la operación de prensa y le adjudicó la intención de "poner en duda u ocultar la práctica de detenciones ilegales y desapariciones forzadas, incluida la de la propia víctima" y "difundir la idea a toda la sociedad de que la existencia de las desapariciones era una mentira sembrada por las organizaciones de Derechos Humanos."
"Bottinelli se transformó en el primer periodista procesado por un delito de lesa humanidad. Eso sienta un precedente y abre un camino", afirmó Daniel a Tiempo Argentino. Y recordó: "La nota me confirmó que mi mamá estaba viva. Por eso, la noticia fue una alegría personal. Aunque sabía que políticamente iba a hacer mucho mal en la sociedad". Cabezas había partido a tierra azteca a fines del ‘76 con un grupo de cine del que luego se separó para sumarse a las filas del Movimiento Peronista Montonero.

–¿Cómo recibió la familia el procesamiento del periodista Agustín Bottinelli?
–En principio, bien. A seis años del inicio de esta causa que se lo procese es un avance muy importante. Una alegría. Aunque no estamos conformes con la calificación legal del procesamiento. "Coacción" no es la figura que corresponde. Para nosotros Bottinelli está involucrado en el secuestro y las torturas de mi madre. Nuestro abogado Pablo Llonto apeló la decisión y solicitó que se lo considere "partícipe en la privación ilegal de la libertad y tormentos". La editorial Atlántida era socia de la dictadura, apoyaba toda su metodología y así lo demuestran las notas de Parta Ti y Gente. Hubo un apoyo my claro. Para Ti y Bottinelli fueron parte de un plan de acción psicológica destinado a desinformar a la población. Negaban las desapariciones y torturas, los secuestros y asesinatos, la existencia de los centros clandestinos de detención y los vuelos de la muerte. Bottinelli y Para Ti sabían que todo eso sucedía. El reportaje fraguado a mi madre fue parte de ese plan.
–¿Siente que ahora se hizo justicia?
–Tanto mi madre como yo somos querellantes en varias causas de lesa humanidad. Conocemos los alcances y limitaciones de los procesos judiciales. Estamos muy agradecidos, sentimos que se va haciendo justicia. A la vez, como sobreviviente y familiar de una víctima, sabemos que nada va alcanzar para reparar tanto daño. Por más que les den perpetua a los torturadores de mi madre. No alcanza. Lo mismo pasa con la desaparición de mi hermano."

El esclarecimiento del crimen de Gustavo Cabezas llevó más de tres décadas. En 2011, en la megacausa Campo de Mayo se logró identificar a quien secuestró a Gustavo Cabezas y su pareja, Florencia Villagra: se trata del ex teniente Carlos Macedra, a cargo del entonces Batallón Esteban de Luca de Boulogne.
"Fue un alivio. Una parte muy importante se reparó", expresó Daniel respecto al crimen de su hermano. "Desde la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final a la actualidad sucedió algo en este país que no se vio en ningún otro lado. Ni en Nuremberg se juzgó a tantos genocidas", señaló. "Esto que está sucediendo –destacó– también tiene que ver con que aquella lucha no fue en vano. Me refiero a la desaparición de mi hermano, a los 30 mil. Hoy estamos construyendo una sociedad más justa. Y eso es lo que los medios hegemónicos no quieren. No les interesa."
–¿Considera que se sentó un precedente sobre el rol de los medios durante la dictadura?
–Sí, hay algo que es incuestionable: Bottinelli fue el primer periodista procesado por un delito de lesa humanidad. Eso sienta un precedente y abre un camino: con este procesamiento se acabó la excusa de la Obediencia Debida para los periodistas de aquella época. Si bien buscamos justicia por la situación que atravesó mi madre, insistimos mucho en resaltar cómo funcionaban los medios de comunicación en aquella época. Así como hubo un Plan Sistemático de desaparición, existió otro de acción psicológica que la dictadura implementó a través de empresas de comunicación nacionales e internacionales (como Burson-Marsteller). También es fundamental recordar que, como contrapartida, hubo más de cien periodistas desaparecidos que no quisieron formar parte de ese grupo que apoyó a la dictadura.
–¿Qué tipo de responsabilidad les adjudica a los medios de comunicación?
–Son grandes responsables. Forman subjetividades, defienden un modelo capitalista, neoliberal. Siempre tuvieron responsabilidad en la construcción de un relato mentiroso. En aquel entonces, en el ’50, durante los ’60 y ahora. En este momento, los medios hegemónicos trabajan con la mentira y con la formación de un relato que beneficia, como siempre, a los más poderosos. En mi familia nos preocupa y tratamos de que este caso emblemático nos sirva a todos.
–¿Considera que debiera haber otros periodistas investigados por su rol durante la represión?
–Hay varios que parecían agentes de prensa de la dictadura. Los que fueron responsables como jefes de redacción, los conductores de televisión, ellos eran los voceros de la dictadura. Los Bernardo Neustadt, Chiche Gelblung, Mirtha Legrand y Mariano Grondona, entre otros. Sólo hay que revisar las notas que salían en las revistas de aquel entonces o ver algún programa de televisión de la época. A esto opongo que hubo más de cien periodistas desaparecidos.

Colgado en una de las paredes de la cocina de la casa de Jara de Cabezas, un trozo de tronco lleva una inscripción tallada a mano que reza: "A Thelma, ejemplo de amor y lucha."
A pesar de ciertos "desbalances" en su estado de salud, Thelma se mantiene en forma e informada. "Está al tanto de todo lo que se publica en los medios de comunicación sobre ella", explicó su hijo.
Quien fuera secretaria de organización de la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, confiesa a sus íntimos que no tiene odio sino dolor. Para apaciguar el ardor de esa herida abierta, la familia la acompaña a Thelma en todo momento, sobretodo sus nietos.
"A mis hijos (Marcela y Leandro) en los años '90 les pedía disculpas por el mundo que les habíamos dejado.  Hoy les digo que tienen la suerte de vivir este proceso histórico que está atravesando el país y Latinoamérica, que ya no es una vergüenza lo que dejamos. El cambio fue profundo", concluyó Daniel

Testimonió Adriana Lewi, vista en la ESMA

EL testimonio de Adriana Lewi, hija de dos militantes de la Juventud Peronista desaparecidos, en el juicios por los crímenes en la ESMA
“Ahora sé que me vieron en el centro clandestino”

Es hija de Jorge Lewi y Ana María Sonder, quienes estudiaban en Exactas y fueron secuestrados en 1978. Tardó 30 años en averiguarlo, pero ahora supo que ella también pasó por un centro clandestino.

 Por Alejandra Dandan

Adriana Lewi tiene 37 años, es hija de Jorge Claudio Lewi y Ana María Sonder, militantes de la Juventud Peronista. El era técnico químico, ella maestra, los dos estudiantes de Exactas, secuestrados el 8 de octubre de 1978, hoy desaparecidos. Adriana tardó treinta años, pero un día preguntó si ella misma había estado con ellos en un centro clandestino. “Sé que a él lo lastimaron un montón, le fracturaron la mandíbula, le quemaron la cara con agua hirviendo. Sufrió violencia sexual. A veces es muy loco pensar que para mí esto está bueno, que saber estas cosas tan terribles puede ser bueno, como es tener un conocimiento de lo que pasó. A mí me costó mucho preguntar si también me habían visto en el centro clandestino. Mucho es treinta años. Y ni siquiera lo pregunté directamente. Le pregunté a una amiga que se lo preguntara a una persona en común. Finalmente sé que sí. Que me vieron en el centro clandestino.”

Adriana Lewi declaró sobre su historia en el juicio oral por los crímenes de la ESMA. Jorge y Ana fueron secuestrados durante la persecución de un grupo de compañeros de militancia. Primero los llevaron al Olimpo y luego de la Navidad de 1978 a la ESMA. Los abuelos maternos de Adriana los escucharon al teléfono por primera y última vez en esa Navidad. Su abuela se cayó al piso de rodillas cuando escuchó la voz de su hija, a quien daba por perdida. Ana les preguntó si Adriana efectivamente estaba con ellos.

Sus abuelos creyeron que el secuestro había sido el 11 de octubre a la madrugada, cuando un auto paró frente a su casa, con Adriana que era un bebé. “Les preguntan si me reconocen –explicó–. Mis abuelos paternos habían decidido no ver a mis papás porque estaban en la clandestinidad y no querían tener esos datos. Con los abuelos maternos, en cambio, mis papás mantenían comunicación telefónica y me veían. A mí me dejaron en la casa de ellos con una notita prendida en la ropa, de mi mamá, y una foto de mi papá. Una imagen rara, que nosotros no conocemos, parecía en un centro clandestino, tenía como un traje: no era ni una foto familiar ni nada parecido.”

Sus abuelos, asustados, se la llevaron a la Costa. “No presentaron ningún recurso de amparo, se metieron en una casa que tenían y finalmente volvieron. Me cuesta saber qué pasó, no le dijeron a nadie y sé que un día mi abuela paterna pasa, siente algo, ahí aparezco yo, ellos se anotician de que mis padres estaban secuestrados y son ellos los que de alguna manera motorizan la búsqueda.”

Los abuelos no hablarán demasiado. “En casa no había fotos de mi mamá, ni de mi papá. En la casa de mi otra abuela tampoco. No me hablaban de mi papá o de cómo eran. Me dijeron hasta los seis años que mis papás estaban de viaje, cosa que tampoco estuvo buena pero lo manejaron como pudieron.”


La sala estaba llena. En las butacones destinados al público estaban las rastas de uno de los integrantes de H.I.J.O.S, los lacios y largos de otros, los anteojos. El celular prendido de uno. El policía un poco más amable, un poco, pero que siempre relojea que lo apaguen. Y también hubo alguna carcajada.

“Yo me acuerdo de cosas a las que ahora les puedo poner un nombre y sobre las que puedo decir: sufrí de stress postraumático. Tenía paranoias. A los tres años estaba en un auto y miraba para atrás y me parecía que nos estaban siguiendo. Me subían y me agarraba de la puerta. Cuando llegaba a mi casa de noche siempre vomitaba porque me daba miedo saber qué había adentro. No dormía con la luz apagaba. Tenía mucho miedo. Me acuerdo de que en el baño de la casa de mi abuela había una claraboya justo arriba del inodoro y cuando piyaba, piyaba mirando para arriba porque tenía miedo de que que se me descolgara alguien desde ahí.”

Al año y medio, aparentemente, hablaba demasiado. Sus abuelos “querían que yo me callara porque les daba miedo que nos volvieran a secuestrar. Necesitaban silenciar ese relato, pero yo tenía un año y medio y hablaba y hablaba. Te juro que me encantaría recordar qué era lo que decía en ese momento”.

En una especie de fluido de palabras con la sala, entre presente y pasado, con los jueces, Adriana les dijo “viste” a los jueces y trajo algo de su mundo en tres imágenes. Los fiscales pidieron autorización a los jueces. Los jueces autorizaron. En la sala aparecieron las proyecciones. Adriana mostró tres.

La primera, una foto del casamiento de sus padres. Nadie sabía que existía hasta unos quince años. Uno de sus abuelos las encontró en un rollo sin revelar. “Los dos jóvenes de la foto son mis padres”, dijo ella. Atrás están sus abuelos maternos: la abuela Victoria Garmendia de Sonder y su abuelo Juan Carlos Sonder, “como mi tío, mi bisabuelo, mi tátarabuelo. Mi mamá tiene el mismo peinado que su madre, se ve que la peinó mi abuela para el casamiento.”

La segunda foto es un bebé y dos brazos: “Una foto de los brazos de mi mamá y yo”.

La tercera es una foto de dos adultos bailando: “Y ésa es la foto con mis papás”, dijo. “Yo no tenía nada más y necesitaba tener una foto de los dos juntos, como que me gustaba la idea de tenerla y como no la tenía la hice: fotomonté a mi papá que estaba con mi tía bailando y a mi mamá que estaba con mi tío. Ahí mi mamá estaba embarazada de mí. Y los pegué. Y fue la foto que tuve durante mucho tiempo. Tanto que me olvidé que había hecho el fotomontaje. Y un día me lo recordaron. Y tiene todas estas vueltas la historia de la clandestinidad que uno se tiene que construir la historia como puede.”
El operativo

Los fiscales le preguntaron por lo que podía saber sobre el secuestro. Adriana dijo que algunas cosas se le confunden, por el año y medio, por el miedo de la familia. “Para mí la reconstrucción fue de a pequeños detalles que fui juntando y sumando de aquí y de allá y se me hizo difícil fijarlos en algunos casos. No me acuerdo, por ejemplo, la fecha de nacimiento de mis padres, eso se me borra.”

En una ocasión consiguió la dirección de la casa del secuestro. Y fue a conocer a sus vecinos. Supo que su padre Jorge en el barrio era conocido como Juan o su madre Ana como Alicia. “Tenía otro nombre ella pero no me acuerdo, la vecina me contó que mi papá se iba temprano a trabajar.” Le contó que ese 8 de octubre llegaron muchos hombres armados, que fue un operativo muy grande, se subieron a los techos de los edificios vecinos y entraron a la casa.

Primero entraron al departamento de los vecinos y después al que estaba Adriana con su madre, se las llevaron; la vecina le dijo a Ana que le dejara a su hija. “Dejame a la nena, le dijo y mi mamá le dijo que no, a la nena me la llevo yo. Y yo finalmente me fui con mi mamá y cuenta la vecina que (los militares) estuvieron escondidos en la casa de enfrente esperando para ver qué pasaba y en un momento lo vieron llegar a mi papá en la esquina. Y mi mamá tenía la costumbre de poner un pañuelo rojo en el balcón, seguro que para decir que estaba todo bien. Y también me dijo que cuando mi papá llegó no estaba el pañuelito rojo. Que lo vieron como dubitativo pero que bueno, entró finalmente a la casa. Yo siempre me pregunto sobre eso: ¿qué vas a hacer si llegás a tu casa y ves que no está el pañuelo, qué vas a hacer? ¿No te vas a ir? A lo mejor hubiese sido lo mejor para él. O no, nunca lo sabremos. Finalmente entró y lo que dicen es que cuando lo sacaron estaba súper lastimado. Esto fue alrededor de las cinco o seis de la tarde.”

Cuando ya todo llegaba a su fin y en el campus el ritmo era marcado por la música murguera, el presidente del Tribunal analizaba en diálogo con Página/12: “Siento una satisfacción que tiene sabor demasiado agridulce. Ver acá a Pura de Villeres, con más de 90 años, hace pensar en el retardo injustificado de años a la hora de resolver. O la mamá de los hermanos Fernández, a la que le llevaron dos hijos y le devolvieron uno adentro de un cajón con la prohibición expresa de verlo. Ahí queda muy clara la clandestinidad con la que actuaron. Y Olavarría se merecía hacer un poco de luz sobre el terrorismo de Estado”.