lunes, 29 de abril de 2013

Testimonió Victor Basterra : Otra recorrida por los recovecos de la ESMA

Desde el Juicio a las Juntas, Basterra viene aportando información relevante. Ayer, en un clima tenso, declaró ante el TOF 5.

 Por Alejandra Dandan

Víctor Basterra no eligió ni a Eduardo Galeano, ni a Daniel Viglietti ni al Che Guevara para decir las últimas palabras en la audiencia. Habían pasado seis horas de declaración. Un nuevo juicio. Su voz nuevamente recorriendo las profundidades de la Escuela de Mecánica de la Armada. Mucha tensión. Los defensores particulares, pero también los oficiales, lo interrogaron en ocasiones como lo haría un tribunal de guerra. La presidenta del Tribunal Oral Federal 5, Adriana Palliotti, con sus intervenciones no logró garantizar el respeto necesario para el testigo. Por eso, cuando terminó, Basterra les pidió especialmente a los defensores que leyeran el último párrafo que escribió Jorge Luis Borges después de escuchar su testimonio en el Juicio a las Juntas, en un texto llamado: “Lunes 22 de julio de 1985”.

“Es curiosa la observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores –dice el texto–. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer.”

Esas líneas estuvieron destinadas entre otros a Guillermo Jesús Fanego, abogado de once represores, entre ellos Emir Sisul Hess, Rodolfo Oscar Cionchi y Miguel Angel García Velazco. La semana pasada, el entonces presidente en funciones del TOF 5, Daniel Obligado, trajo su martillo de juez a la audiencia para frenar las intervenciones de Fanego. Este abogado es un hombre engolanado que cuando interroga parece estar acusando sobre las militancias políticas o la reducción a la esclavitud. En ocasiones aun es más sofisticado. Cuando pregunta, vuelve a la escena y casi parece volver a golpear. “Si no le entendí mal –dijo ayer, por ejemplo–, usted habló de los responsables de su detención y mencionó a algunas personas.”
El primer golpe

Víctor Basterra recibió el premio al valor por haber sacado de la ESMA las fotografías con las que se lograron abrir las primeras investigaciones a los represores. En la lógica de Fanego, la defensa oficial se sumó al tono de impugnación y cuestionamiento al preguntarle por el trabajo esclavo que desarrolló en la ESMA. Querellas y fiscales objetaron. El tema no era ni siquiera objeto de debate. La responsabilidad más grave, sin embargo, la tuvo la presidenta del tribunal, que en este caso habilitó las preguntas porque pueden ser parte de una estrategia de la defensa. “Frente a experiencias tan traumáticas como éstas, el tribunal tiene la obligación de preservar a los testigos para que no sean vueltos a pasar por una situación traumática, porque son personas que fueron sometidas a tratos inhumanos, degradantes, con una pretensión absoluta de deshumanizarlos”, decía ayer Ana María Careaga, una de las sobrevivientes. “El enorme aporte de Víctor para los juicios y las investigaciones de la ESMA, de ir sacando los cuadritos que eran las fotos de esos represores. Entonces la responsabilidad histórica que tienen estas personas es preservar, y quien preside la audiencia debe preservar a los testigos que con su aporte y su testimonio están reescribiendo la historia.”
Olor a alcohol

Basterra de todos modos avanzó. Como siempre. En ocasiones hasta con humor. En términos de información, aportó datos sobre dos ejes importantes para el juicio. Por un lado, el rol del Apostadero Naval de San Fernando, otro espacio de la Fuerza de Tarea 3 como la propia ESMA, involucrado en el plan represivo. Y por otro lado, sobre el funcionamiento del Grupo de Operaciones Especiales de la Armada (GOEA), una estructura todavía poco explorada, que funcionó como grupo de tareas en la ESMA a partir de 1981. Del GOEA participaron varios de los acusados de este juicio.

La primera pregunta fue sobre el Apostadero. Basterra fue uno de los detenidos-desaparecidos trasladados a la isla El Silencio en el Tigre, propiedad de la Iglesia Católica. Los secuestrados fueron llevados ahí para esconderlos de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la ESMA. “Este viaje se hizo a inicios de septiembre, no recuerdo si el 3 o el 4”, dijo Basterra. “Nos suben a un vehículo y lo que se comentó era que la salida era de la Apostadora Naval de San Fernando, yo pensé que nos esperaba un tiro en la nuca. Fuimos llevados bastante brutalmente por un grupo de sujetos donde se olía mucho a alcohol, esposados y engrillados y con la capucha puesta, tomando distancia del compañero que uno tenía adelante. Nos llevaron a un lugar donde el agua se notaba cercana. Había diálogo entre estos secuestradores que por ejemplo decían: ‘Mirá la vieja ésa se asoma por la ventana’. ‘¡Dejá que le tiro!’, decía uno. Y otro le decía: ‘Ahora no, que va a haber mucho ruido’.”

Se ve que era una lancha pequeña, descapotable, dijo, porque les tiraron una lona encima. “Estábamos muy apiñados entre nosotros, yo tenía cuidado porque había sido lastimado por uno de los guardias en la columna.” Basterra ya había contado en otras ocasiones que en la isla obligaron a trabajar a algunos prisioneros. Esta vez le preguntaron qué trabajos se hacían. Algunos los obligaron a trabajar en una planta de la que se podía extraer el sisal para tejidos, de hojas grandes. A otros los llevaron a cortar árboles, “a hacer distintas tareas como mano de obra esclava”.

El sueco Carlos Lordkipanidse pidió al TOF una inspección ocular del lugar durante una de las primeras audiencias del juicio. Entregó fotos de los últimos años. Basterra dijo que no volvió a la isla pero “yo tendría que ir –dijo–, me quiero sacar las ganas de verla”.

En otras declaraciones, Basterra habló de los prisioneros trasladados a la isla. Esta vez le preguntaron por los que no fueron. “Teníamos un compañero en Capucha, que estaba ahí muy anterior al secuestro nuestro, le decían Topo, posteriormente supe que era Ricardo Sáenz. A ese compañero no lo trasladaron a la isla. También supe que había un secuestrado que era una especie de misterio: ‘Tachito’, que estaba en permanencia constante, se comentaba, en el sótano. ¿Y por qué le decían Tachito? Porque era un secuestrado en Nicaragua, por lo tanto Tachito Somoza y Nicaragua era una misma cosa, ésas eran versiones que oía yo.”

En el sótano, había dicho en una anterior declaración, “sólo quedaron algunas oficinas y el archivo del diario Noticias. Para la época de ese traslado se comentaba que iban a reformular la instalaciones. En el Pabellón Coy los sectores se distribuían de la siguiente manera: en la planta baja estaba la sala de armas, logística, la oficina de operaciones y la oficina del jefe del grupo de tareas. En la planta alta, los baños, una oficina de documentación, el laboratorio fotográfico, inteligencia, comunicaciones y también un lugar de descanso”. Cuando ayer le preguntaron cuánto tiempo funcionó el Coy dijo: “Calculo que de mediados de septiembre del ’81 y hasta mediados de septiembre del ’82”. En ese pabellón, “no había capuchas, sé que habían empezado a hacer construcciones en el sótano, de ahí el traslado a este lugar donde se instaló la Logística”.

Entre los responsables nombró a varios. Miguel Angel Alberto Rodríguez, alias Angel; Luis Hildago, Castro Cisneros o como él lo llamó: el Angel Cisneros, era capitán de fragata, jefe de logística del GOEA y la persona que con “esos documentos falsos” alquilaba las quintas. También ubicó allí a Carlos Octavio Capdevilla, “que era médico, pero hacía tareas múltiples y era responsable de Comunicaciones” en esa época, dijo.

domingo, 28 de abril de 2013

Testimonió Ana Maria Cacabelos: La destrucción de toda una familia

Cacabelos contó cómo fueron secuestrados sus hermanos José y Cecilia, aún desaparecidos, y Esperanza, la mayor, asesinada junto a su marido Edgardo de Jesús Salcedo. También ella estuvo secuestrada unas horas en la ESMA.

 Por Alejandra Dandan

Primero fueron las llamadas de José. Al comienzo a su casa. Más tarde incluso al trabajo. Después llamó José, ya con Cecilia, los dos secuestrados en la Escuela de Mecánica de la Armada. En la sala de audiencias, le preguntaron a Ana María Cacabelos si las llamadas de sus hermanos José y Cecilia volvieron a repetirse después. “No”, dijo. “Es más, y discúlpeme que me extienda, pero mi papá se murió sin conocer la suerte de sus hijos. Pero mi mamá, cuando tomó estado público la declaración de (Adolfo) Scilingo no habló con nadie; al día siguiente con su movilidad disminuida por el Parkinson pidió un remís, compró un ramo de flores y le dijo al remisero que la acercara lo más posible a la orilla del río, para poder tirar las flores ahí.”

Esa mujer, la madre de Ana María, Esperanza de la Flor de Cacabelos, estuvo la semana pasada en la sala de Comodoro Py. “¡Gracias hija por tu valor!”, le dijo, con una voz que logró atravesar los vidrios.

Esperanza de la Flor y su marido José Cacabelos Muñiz tuvieron cinco hijos: José y Cecilia están desaparecidos y Esperanza, la mayor, fue asesinada junto a su marido Edgardo de Jesús Salcedo. Ana María estuvo secuestrada durante unas horas en la ESMA. José, Cecilia y Esperanza militaban en la Juventud Peronista; Edgardo de Jesús Salcedo había sido quien plantó la bandera en Malvinas durante el Operativo Cóndor que intentó recuperar las islas. En esta avanzada de 1976, los marinos se llevaron además al hermano de Edgardo, Juan Gregorio “Goyo” Salcedo, desaparecido; al novio de Cecilia, Jorge Zupan, y a su padre Enrique Zupán; a quien les había prestado un departamento Norma Noemí Díaz. La persecución continuó en simultáneo en el colegio Ceferino Namuncurá, donde el padre de los Cacabelos integraba la administración, donde estudiaron Ana María y José, donde Cecilia hacía 5º año y Esperanza tenía la cátedra de historia.

Antes de empezar a declarar, Ana María les mostró dos fotos a los jueces del Tribunal Oral Federal N° 5. “Traje dos fotos para que ustedes las vieran, para que sepan quiénes son las personas que están en esta causa.” Enseguida presentó a su familia. “Provenimos de una familia de clase media trabajadora, de práctica religiosa católica. Muy ligados desde chicos al compromiso social que se daba, más que por la militancia política, por el hecho de que mis padres nos inculcaron la práctica del Evangelio, estar cerca de los más necesitados, así que nada de lo que ocurrió más adelante en el camino que podían tomar mis hermanos estaba alejado de las enseñanzas de la cuna.” En esa casa de cinco hijos, con un solo baño, un cartel con horarios hecho por su padre organizaba tanta circulación. Siempre había alguien levantado, estudiando, leyendo, escuchando música. “La imagen que tengo presente es del día en que vuelvo a casa una vez que supimos que los chicos (Esperanza y Edgardo) eran los (que habían caído) del operativo de la calle Oro y Santa Fe. Pasaban las ocho de la noche, encuentro toda la casa a oscuras, la única luz prendida era la luz de la cocina proyectada en un ángulo. Pero sólo eso. Y un silencio total y absoluto y mis dos viejos en la cocina.”

El 7 de junio de 1976 José salió a una reunión, pero nunca llegó. Esa noche, Esperanza, la hermana mayor, llamó a casa de la familia para decirles que a José lo habían secuestrado. Ella vivía con Edgardo, tenía un hijo, Gerardo, a punto de cumplir dos años. En esa misma llamada, ella les sugirió a sus hermanas, Ana María y Cecilia, que dejaran la casa anticipándose a seguros allanamientos. Cecilia también militaba en la JUP. Ana María, que no militaba, se fue unos días pero regresó.

En el medio, un vecino les dijo que había visto el momento del secuestro de José. En esos días, José llamó por primera vez a su casa desde algún lugar del infierno, en una serie de llamadas y presencias que atravesaron toda la historia. “Mi hermano avisa a mis padres que lo habían detenido, pero que lo iban a dejar libre”, dijo Ana María. “En la noche del 9 de junio, sería la madrugada del 10, tocan el timbre de casa. Les abre mi papá. Era un grupo de civil, armados, que traían a mi hermano. Lo traían esposado, y la persona que dirigía el procedimiento dice que era el oficial interrogador, que hacía 27 horas que lo estaba interrogando, que José era recuperable, pero que con Esperanza y Edgardo de Jesús no iba a ser lo mismo, y que donde los encontraran iba a haber sangre.” Interrogaron a la madre de Ana María. Le preguntaron por sus hijas. Amenazaron con llevársela. Intervino José. La dejaron. “Nana –le dijo José a su hermana– tenés que hacer algo porque las chicas (Esperanza y Cecilia) cualquier contacto lo van a tener a través tuyo. Las tenés que convencer de que se entreguen porque las cosas están muy difíciles y es una manera de salvarles la vida.”

A partir de ahí, secuestraron al hermano de Edgardo. Entraron al departamento que Esperanza y Edgardo ya habían dejado. Se llevaron todo, y lo que no se llevaron lo destrozaron. El 6 de julio, Gerardo cumplía dos años. Ana María se reunió con su hermana Esperanza en el patio del Salvador. “Hacía pocos días había ocurrido la Masacre de los Palotinos; mi hermana estaba conmocionada por el tema y me dice que estaba segura de que después de semejante barbaridad eran capaces de cualquier cosa. Me pide que si llega a pasarle algo les dé a mis padres la tutela de Gerardo. Lo único que me agrega es: pero decile al viejo que no le cambie las ideas.”

Ya no se vieron más. El 12 de julio se produjo el operativo: asesinan a su hermana y su cuñado. Gerardo estaba escondido en la bañera, tapado con una frazada. Los Cacabelos vieron la noticia por televisión, leída en términos de enfrentamiento. Ana María no sabía dónde estaba viviendo su hermana en ese momento, pero aquello le pareció una premonición. Poco después, con un llamado, confirmó que era su hermana. Don José Cacabelos consiguió ver una carpeta con el contenido de las imágenes del operativo en una comisaría: “Siempre comentó que la primera foto que ve es el cadáver de mi cuñado y sobre el pecho de mi cuñado a mi hermana, boca abajo, sobre el pecho de él, con la evidencia de un balazo en la nuca”. En el resto de las fotos los cuerpos aparecían en otras posiciones, y en otros lugares del departamento, fraguando lo que no fue. “Pero (su padre) siempre tuvo grabada esa foto porque mis viejos son de creencias religiosas tan profundas que con eso les quedó la idea de que ‘nadie separe lo que Dios ha unido’, ése era el significado de la foto para él.”

La siguiente llamada de José llegó a la vuelta de Chacarita. “Atiendo y era mi hermano José Antonio. ‘Nana: ya sé lo de Esperanza y Edgardo. Te pido por Cecilia porque si ella sigue en la calle le va a pasar lo mismo’.” Los llamados se sucedieron diariamente. Hablaban los captores de José, llamaban de su parte. Preguntaban por el contacto con Cecilia. Ana María veía a su hermana pero les decía que no había noticias. El 30 de noviembre la citaron para un encuentro con José, la metieron en un auto y la llevaron a Ciudad Universitaria. “Esto está cada vez más peligroso”, le dijo José, ahí. Lo habían puesto de su lado. Otros, atrás, golpeaban armas contra los autos. Con ellos estaba el que siempre acompañaba a José. “Te lo pido por favor”, le dijo su hermano. “Ella va a estar bien, la garantía de vida te la doy yo, que me tienen desde el 7 de junio y todavía estoy bien. Al principio no la pasé bien, pero yo soy la garantía. Y el desgraciado que estaba adelante me dijo que para lo único que la querían era para hacerle unas preguntas.” Se despidieron. La llamaron hasta al trabajo. El 11 de octubre quedó con Cecilia en verse en una confitería de Corrientes y Dorrego. “Me llaman los señores captores –dijo Ana María–, me preguntan y les doy la dirección del encuentro porque para ese momento cualquiera que leía los diarios se daba cuenta de cómo venía la situación. De los muertos apilados y dinamitados, de los acribillados en cualquier esquina, etc., había que salvar a Cecilia y la garantía era José.”

El 11 de octubre, en el bar, las secuestraron a las dos. Ana María fue liberada después. José y Cecilia llamaron a la casa. José les dijo que iba a dejar de llamar por un tiempo porque iban a mandarlos más lejos; le dijo a su madre que se cuide, para verla bien al regreso. Cecilia preguntó por Gerardo, si hablaba, si había dejado los pañales. “Esa fue la última vez que supimos algo en forma directa de ellos. Todo lo demás lo supimos, a través de estos años, de testimonios escuchados y leídos. Me entrevisté con sobrevivientes. Me dijeron que estaba convencido de que iba a salir y de su obsesión por sacarla a Cecilia de la calle, él estaba seguro de que le estaba salvando la vida. Quiero aclarar que no me va a alcanzar la vida para arrepentirme de haberles creído a todos estos asesinos... y torturadores... y desaparecedores de cuerpos y ladrones de hijos.”

martes, 23 de abril de 2013

Cinco detenciones de represores que actuaron en el ccd y e ESMA

Una pantera que finalmente quedó enjaulada

El contraalmirante retirado Horacio Luis Ferrari era conocido como “Pantera” por sus víctimas. Es vicepresidente del Centro Naval. Fue arrestado junto a otros cuatro represores.

 Por Alejandra Dandan

El fastuoso edificio del Centro Naval de la Armada tendrá una baja. Su vicepresidente, el contraalmirante retirado Horacio Luis Ferrari, alias Pantera, en la Escuela de Mecánica de la Armada quedó detenido ayer por disposición del Juzgado federal de Sergio Torres. Pantera es denunciado por los sobrevivientes desde 1979. Su apellido figura en una lista de 1978 con 81 condecoraciones que otorgó el almirante Emilio Massera por los “hechos heroicos y acciones de méritos extraordinarios, individuales o de conjunto”. Desde entonces siguió haciendo carrera en la Marina hasta ascender a contraalmirante en 2008. Hoy está en situación de retiro, internado desde hace algunas horas en el Hospital Naval por un cuadro de hipertensión. Desde anoche está detenido en ese espacio bajo la custodia del Servicio Penitenciario Federal.

El Juzgado ordenó además nueve detenciones de integrantes de la ex ESMA, de los que quedaron detenidos hasta anoche cuatro personas. Entre ellos dos marinos que pertenecen a las imágenes que aportó en la causa Víctor Basterra; un integrante del Batallón de Inteligencia 601 y un jefe del pelotón de fuego vinculado con el secuestro de Ramón García Ulloa y Dolores del Pilar Iglesias Caputo, hoy desaparecidos.

Los procedimientos siguieron los pasos habituales. El juzgado dio aviso a la Armada de las detenciones para darles la posibilidad a sus retirados de que se constituyan en calidad de detenidos. Como habitualmente la Armada no hace esa gestión, durante el día de ayer se hicieron todos los allanamientos para dar con los imputados. Fuentes de la investigación indicaban anoche que es posible que por esa modalidad Ferrari se haya enterado de que iba a quedar detenido y así se internó en el Hospital Naval. Como el pronóstico indica que tenía un tratamiento de 48 horas, él no será indagado en el día de hoy como sucederá con el resto.

Dentro de la ex ESMA, Ferrari era Pantera o Teniente Ferrari. En 1997 fue nombrado como agregado militar de la embajada argentina en Chile, en el 2002 designado en el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, en 2003 fue nombrado jefe de Inteligencia Marina y en 2008 ascendió a contraalmirante. Ahora está en situación de retiro. Para explicar por qué fue ascendido en los últimos años, una fuente de la investigación indica que “muchos ascendieron porque había dificultades en las investigaciones, ya que no se podían cruzar alias con apellidos, dado que no se había empezado a trabajar, como se hace ahora, con las estructuras”. Las identificaciones para impugnar los ascensos dependieron en buena medida de las denuncias de los sobrevivientes. En cuanto a los datos que se fueron conociendo sobre él, este diario publicó ya en 2009 la relación de este Ferrari con la ESMA. Indicó que un sobreviviente denunció en 2007 que Ferrari era el apellido de Pantera, jefe de operaciones del GT 3.3 que reemplazó a Enrique Yon. Otro sobreviviente mencionó al teniente Ferrari a secas. El fiscal Eduardo Taiano precisó en su dictamen de 2005 que Pantera era en 1977 teniente de navío. Un año más tarde era teniente de fragata.

Por lo demás, hasta ayer el contraalmirante retirado no había dejado su lugar en el Centro Naval, que aunque no es una estructura orgánica de la Armada, funciona con y para el personal de la Marina y opera como una suerte de mutual donde realizan actividades diversas, desde rugby o bridge. Ofrecen servicios de peluquería, sauna, sastrería y ceremonias de las que participaron Jorge “El Tigre” Acosta o Alfredo Astiz hasta quedar detenidos.

Los otros detenidos son:

- Néstor Carlos Carrillo, alias Cari o El Salteño. Suboficial de la Armada, integró el sector operativo del GT 3.3.2. Estuvo en la ESMA entre 1979 y 1981. Es una de las fotos sacadas de la ESMA por el sobreviviente Víctor Basterra.

- Miguel Angel Conde, integrante del Batallón 601 del Ejército. Funcionó con dos alias: Carames, en Inteligencia, y Cortez en la ESMA. Varios sobrevivientes lo vieron con frecuencia dentro de la ESMA. Algunos fueron interrogados por él en ese centro clandestino y cuando fueron llevados a otros centros de detención. Según los datos de la causa, una de sus funciones era sacar parte de la información de los secuestrados en la ESMA.

- Carlos Mario Castelvi, alias Lucas, teniente de navío, oficial del sector operaciones del GT 3.3.2. Es una de las fotos de Basterra. Varios sobrevivientes lo ubicaron en interrogatorios y uno lo situó como el enlace entre la Armada y el Ejército. En las últimas semanas dos sobrevivientes lo identificaron en un reconocimiento fotográfico. Su nombre figura además en un listado de integrantes del GT de la ESMA enunciado por un represor durante su declaración indagatoria. En 1986 dijo que nunca integró la dotación del GT. Fue beneficiado con la Ley de Punto Final de ese año.

- Néstor Eduardo Tauro, jefe del pelotón de fuego de la ESMA. Su intervención en un operativo vinculado con la desaparición de Ramón García Ulloa y Dolores del Pilar Iglesias quedó probado a partir de una investigación del área de derechos humanos del Ministerio de Defensa, a cargo de Stella Segado en los archivos de la Armada. Las pruebas fueron remitidas a la fiscalía de Taiano y ahora desembocaron en las detenciones.

domingo, 21 de abril de 2013

Declaró en el juicio sobre la ESMA, la hermana del sacedorte Orlando Yorio

“En situación de total desprotección”

Graciela Yorio dijo que su hermano y Francisco Jalics quedaron sin apoyo de quien era el provincial de la Compañía de Jesús, Jorge Bergoglio, cuando fueron secuestrados. Dio detalles sobre su cautiverio y posterior liberación.
 Por Alejandra Dandan

Orlando Yorio y Francisco Jalics pertenecían a la Compañía de Jesús. En 1976, sabiéndose perseguidos, acudieron a ver al provincial de la Orden, Jorge Bergoglio. El ahora papa Francisco aseguró que hizo gestiones por ellos. La hermana de Orlando Yorio declaró el jueves pasado en el juicio por los crímenes del centro clandestino de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde ellos estuvieron secuestrados los primeros días de los cinco meses de cautiverio. Graciela Yorio explicó que Bergoglio, en cambio, los dejó en una situación de “total desprotección”, como lo repitió su hermano hasta su muerte en el año 2000.

“(En 1976) El provincial les dice que no puede resistir más las presiones, tanto desde Roma como desde la Iglesia argentina, y los insta a pedir las dimisorias para que renuncien a la Compañía de Jesús”, explicó. “Tanto Francisco como Orlando veían que su permanencia se hacía cada vez más difícil. Renuncian. Nunca tienen respuesta de ese trámite, pero el provincial Bergoglio les dice que busquen un obispo que los reciba en su diócesis, porque los sacerdotes que salían pasaban al clero secular, pero tenían que tener un obispo que los amparara en su diócesis.” Vieron a varios obispos, pero ninguno quiso recibirlos: habían recibido muy malos informes de ellos. “No estaban en la Compañía de Jesús ni en jurisdicción de ninguna diócesis, y en esa situación de total desprotección, el 23 de mayo de 1976 fueron secuestrados por grupos de tarea de Infantería de Marina, en un operativo con perros, hombres armados. En ese operativo también se llevan de la parroquia a ocho catequistas. En ese momento, ni mi hermano ni Francisco oficiaban la misa, porque a mi hermano también el cardenal (Juan Carlos) Aramburu le había quitado las licencias sin explicación.”

En 1977, y ya en Roma, donde viajó después del secuestro, Yorio escribió una carta de 27 páginas destinada a sus superiores. Relató la situación de “hostigamiento y de persecución” que vivió dentro de la Compañía de Jesús hasta la caída en la ESMA. En la audiencia, un abogado le preguntó a Graciela si de la carta surge un vínculo entre la persecución, el hostigamiento y el secuestro. Ella volvió al dato del “abandono” para plantear el vínculo entre uno y otro momento. “A través de la lectura surge una clara persecución desde la Compañía de Jesús y de algunas de sus autoridades, también surge el abandono como una cosa muy clara: salir de la Compañía, no tener obispo que los ampare, quedar en una situación de total abandono, y ahí sobreviene el secuestro. De la lectura de esa carta surgen muchas verdades.”

Yorio nunca recibió respuesta de esa carta. El abogado Luis Zamora representa a los familiares de las víctimas. En la audiencia, pidió a los integrantes del Tribunal Oral Federal 5, presidido por Leopoldo Bruglia, que solicite a la Compañía de Jesús en Roma a través de un oficio “no sólo las actuaciones que certifiquen la copia del original de la carta presentada, sino de todo lo que se puede agregar que interese a este debate”. El Tribunal ahora tiene que tomar la decisión.
La declaración

Graciela no había declarado antes porque lo había hecho su hermano. Un fiscal le preguntó por el secuestro, ella empezó un poco antes. Orlando se ordenó a fines de 1966, dijo. En el ’69, le ofrecieron una cátedra de teología en el Colegio Máximo. Fue vicedecano.

Un grupo del Colegio Máximo se cuestionó en cierto momento cambiar la vida en comunidades grandes por comunidades más chicas, para insertarse en los barrios, estar cerca de la gente y vivir del trabajo. Hablaron con los superiores, se aceptó la propuesta y “la alentaron”, subrayó la mujer. Fundaron tres comunidades: en Ituzaingó, otra en Capital y la tercera en el barrio Rivadavia, cerca del asentamiento del Bajo Flores.

A fines del ’75, “ya las presiones y los comentarios decían que ellos eran guerrilleros y subversivos. Volvieron a consultar a Bergoglio y le pidieron que parara esos rumores dentro de la Compañía y de otras comunidades religiosas”, explicó la mujer. “El se comprometió a pararlos, pero aparentemente no pasó. Francisco Jalics lo relata en su libro Ejercicios de meditaciones. Ahí dice: ‘No-sotros sabíamos de dónde soplaba el viento y fuimos a hablar con esa persona para que pare esos rumores porque nuestra vida estaba en peligro’.”

A comienzos de 1976, Bergoglio les pidió la renuncia y los mandó a ver al obispo Miguel Raspanti, de Morón. Ellos lo hicieron. Graciela contó que su hermano se sorprendió cuando el obispo le pidió que se retracte. “Mi hermano, muy sorprendido, pregunta: ¿retractarme de qué? El obispo insistió. Y como ve la ignorancia total de mi hermano, le dice: ‘Bueno, entonces vaya a ver a hablar con el provincial’.”
El secuestro

El operativo en la villa tomó todo el barrio. Más de cien personas armadas. Gabriel Bossini daba la misa. Los del operativo esperaron a que terminara para llevarse a los curas. Cargaron a Yorio y Jalics en coches distintos, encapuchados. Saquearon la casa sacerdotal: se llevaron libros, papeles, documentos y los pocos objetos de valor. Una vecina llamó a casa de los Yorio para dar la noticia. Dos días después, llamó una de las catequistas secuestradas y liberadas, y les dijo que los dos podían estar en la ESMA.

“Ahí empezaron nuestras gestiones, por supuesto entre las primeras fue recurrir al padre Bergoglio, que era el provincial y supuestamente el inmediato superior”, dijo Graciela. “Tuvimos tres entrevistas en el Colegio Máximo y él concurrió a casa de mi madre en dos oportunidades. Nunca tuvimos información de su boca, nunca nos dijo nada, más bien no- sotros contábamos todo lo que podíamos saber. Sí recuerdo que yo le dije que antes del secuestro había visto a mi hermano muy preocupado por el abandono de la Compañía y de la Iglesia y preocupado porque los obispos tenían muy malos informes de los dos. Le cuestioné eso. Y eso lo recuerdo perfectamente, él me dijo: ‘Yo hice muy buenos informes, si querés te los muestro’. Hizo ademán de buscar algo, volvió sobre sus pasos y no me mostró nada. Simplemente me dijo: ‘Cuidate mucho, a la hermana de Fulano la secuestraron y la torturaron y no tenía nada que ver’. Yo era la hermana de Orlando.”

Después de los primeros meses de búsqueda, no tuvieron más contactos con el provincial “porque era más lo que informábamos nosotros que lo que él nos decía”. Orlando y Francisco aparecieron el 23 de octubre, sin grilletes, en un bañado de Cañuelas. Habían estado los primeros cuatro o cinco días en la ESMA. Los interrogaron bajo los efectos de una anestesia. Alguien que sabía de teología les hizo preguntas: “Mire, con ustedes hemos tenido un gran problema –le dijo a Yorio–: a no- sotros nos dijeron que tenían armas, municiones, que eran subversivos, pero usted es un buen sacerdote. Lo único que ha hecho mal es interpretar mal el Evangelio en lo referido al trabajo de los pobres, usted tiene que estar con los ricos que son los que más lo necesitan”.

Luego los llevaron a una casa operativa en Don Torcuato. Los ataron a una cama engrillados de pies y manos. Quedaron a oscuras. “No les daban muchas explicaciones. Sólo una vez les dijeron que iban a tener una visita importante, los hicieron bañar, ellos presintieron que había cuatro personas: tres hablaban y uno permanecía en silencio.”

Una vez liberado, Yorio volvió a esa casa. “La ubicaba perfectamente por varias razones”, dijo su hermana. “Sus carceleros los hacían llenar la boleta del Prode, ahí figuraba el nombre de la agencia y decía ‘Don Torcuato’. El pan tenía una bolsita con la dirección de una panadería. Cerca o enfrente escuchaban ruido de botellas en cajones metálicos y porque algunas noches los carceleros llamaban a mujeres para pasar la noche y por teléfono daban la dirección, casi estoy segura de que era Camacuá y Buenos Aires.”

El 23 de octubre se despertaron en Cañuelas, en medio de la noche, mareados. No tenían grilletes, movían las manos, se sacaron la capucha y vieron las estrellas. Al amanecer caminaron hasta una casa. Los habitantes habían visto bajar un helicóptero. Francisco encontró dinero en un bolsillo, subieron a un colectivo a Constitución. “Y de allí, en harapos, de- sorientados y con esa delgadez” consiguen dinero y viajaron a Flores, donde hicieron contacto con las familias.

“Por la casa de mi madre pasó gente hasta muy tarde en la noche para saludarlo y saber qué le había pasado. A los dos días vuelven a llamar los vecinos de la villa porque lo estaba buscando la policía. Videla quería saber qué le había pasado. Y ahí tuvieron que esconderlo. Permaneció escondido hasta tener seguridad. Se consigue la protección de la nunciatura, un coche diplomático. No tuvo que responder preguntas porque le dijeron: padre diga ‘no me acuerdo’ Le dieron su pasaporte, documentos y logró ser recibido por el obispo (Jorge) Novak. Pero mi hermano pidió que los informes al provincial fueran en forma oral y delante de suyo. Bergoglio informó muy bien de mi hermano.”

Novak mandó a Yorio a Roma a estudiar derecho canónico. Cuando llegó, se encontró con el padre Cándido Gabiña, que había sido profesor suyo en Argentina. “El padre me saca la venda de los ojos”, escribió Yorio después. “Me dice: ‘A vos te han expulsado’.” Yorio escribió la carta en 1977. Volvió a Argentina en 1979.

–¿Sabe si la carta tuvo algún trámite en Roma? –preguntó Zamora.

–Fue presentada en Roma, nunca tuvo respuesta. En el año ’96, mi hermano vuelve a Roma por otras cuestiones y el general de los jesuitas, de apellido holandés, le pide perdón y le propone regresar a la Compañía. Mi hermano le dijo: siempre y cuando se sepa la verdad de lo que pasó conmigo. Aparentemente le dicen que no es posible. Y entonces mi hermano no regresa.

El juez Bruglia le preguntó a Graciela si quería decir algo más. “Simplemente que lo vivido por mi hermano es una injusticia muy grande, y nuestro reclamo es también hacia la Iglesia, todos los han abandonado, tanto la Compañía de Jesús como la Iglesia. Si la respuesta está en la Iglesia, quisiéramos conocerla. Fue un acto de injusticia muy grande.”

miércoles, 17 de abril de 2013

La desaparición del grupo del Bajo Flores

El testimonio de Oscar Vásquez Ocampo sobre el crimen de su hermana y de otros seis militantes.
La desaparición del grupo del Bajo Flores


Vásquez Ocampo contó cómo fueron secuestrados en 1976 su hermana María Marta y otros jóvenes que trabajaban en el Bajo Flores, luego trasladados a la ESMA. Pocos días después fueron secuestrados los curas jesuitas Yorio y Jalics.

 Por Alejandra Dandan

“María Marta nació en el ’52, se la llevan en el ’76, tenía 24 años. Nació el 28 de diciembre, una ironía, el Día de los Inocentes.” Carlos Vásquez Ocampo era hermano de María Marta, secuestrada el 14 de mayo de 1976 entre el grupo de siete jóvenes que trabajaban en la villa del Bajo Flores. Fueron llevados a la Escuela de Mecánica de la Armada. Carlos declaró en el juicio unificado que se lleva adelante en Comodoro Py. Con su testimonio comienza la historia del grupo del Bajo Flores, que abarca la avanzada de los marinos sobre el movimiento villero de base peronista. Nueve días después de la caída del grupo, secuestraron a los curas jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics. Hoy declara la hermana de Yorio.

Carlos Vásquez Ocampo describió durante su relato el trabajo de búsqueda de su hermana y del grupo. Habló de Emilio Mignone (su hija Mónica era parte de los siete y amiga íntima de María Marta). “Mi hermana y Mónica Mignone se conocieron en el Colegio de la Misericordia. En ese colegio estaba Mónica Quinteros, la monja que las contacta para trabajar en asistencia social. Tenían apenas 14 o 15 años y se la llevan a los 24.”

En los veranos viajaban a trabajar al sur y en los inviernos al Bajo Flores. Mónica y María Marta hicieron la universidad en El Salvador, se recibieron de psicopedagogas y trabajaron en el Hospital Piñero. En alguno de los viajes al sur, el grupo se cruzó con jóvenes del Ateneo de la Juventud. Ahí estaba Horacio Pérez Weiss, otro de los desaparecidos, y César Lugones, quien se casó con María Marta. Era veterinario, trabajaba en Cañuelas y daba clases en la Universidad de Luján.

“A Mónica (Quinteros) la conocía socialmente, había estado en mi casa, era una persona muy comprometida con los sacerdotes del Tercer Mundo. Recuerdo haber ido a la parroquia del Padre Mugica, ella era muy amiga de Mugica.”

El 14 de mayo de 1976, a las 6.30, Carlos recibió un llamado de Emilio Mignone. Lo llamó para ver si sabía algo de María Marta, porque a las cuatro de la mañana identificó a un grupo con ropa de fajina, mientras intentaba que no se llevaran a su hija. “Nadie imaginó lo que un año después era ya una rutina”, dijo Carlos.

Carlos era abogado, se había casado. Sus padres estaban en México: él era diplomático, ella es Marta Vásquez, dirigente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.

Carlos y el hermano de César, Eugenio Lugones, fueron el 15 de mayo al departamento de su hermana y cuñado. No pudieron entrar. “Fuimos al día siguiente y ya con el portero subimos y encontramos todo dado vuelta.” Faltaban documentación, pasaportes, cédulas. El encargado les contó que a las cuatro o cinco de la mañana tocó el timbre un grupo con armas largas. Le preguntaron por el veterinario César Lugones y su esposa. Cuando los del operativo subieron al piso 9º, él se escondió en algún lugar desde donde fue testigo de la salida de César y María Marta con esa gente, vestida de fajina y camperas. Dos o tres autos en la puerta. Un tercero enfrente.

A partir de ese momento, Carlos reconstruyó en la sala qué supo de cada uno. Un cuñado de Pérez Weiss logró ver cuando se lo llevaron a él y a su esposa, Beatriz Carbonell. Siguió al auto por calles de Flores. Cuando notan que los siguen, el auto espera, se atrasa y al alcanzarlo le muestran las ametralladoras: “Suficiente mensaje para no seguir”, dijo Carlos. A la monja Mónica Quinteros la secuestraron esa misma mañana. A María Esther Lorusso la sacaron esa noche de un departamento de la calle Bulnes.

“Nos empezamos a mover básicamente Emilio Mignone, Quique Lugones y yo en representación de María Marta. Empezamos a mover todo lo que cada uno podía averiguar. Emilio era un hombre vinculado con la Iglesia, había sido subsecretario de Educación de Onganía, estaba vinculado con el Opus Dei y lógicamente tenía muchos contactos a nivel militar. Emilio empieza a moverse por un lado, nosotros por otro. Y cuando estábamos en eso ocurre otro hecho dentro de la misma villa, que es el secuestro de los padres Jalics y Yorio.” Los curas pertenecían a la Compañía de Jesús, a cargo de Jorge Bergoglio. Carlos explicó que los dos curas trabajaban en la villa del Bajo Flores, no exactamente con su hermana ni con su grupo, que se reunía en la parroquia Santa María del Pueblo. Jalics y Yorio estaban en otro sector de la villa, pero los dos grupos tenían una relación. El 23 de mayo del ’76, los secuestraron en un procedimiento con movilización de más de cien personas, mientras estaban dando misa. “Estaba dando la misa el cura (Gabriel) Bossini, me parece, que no era de la villa. Los curas de la villa no podían darla porque habían sido suspendidos en sus ejercicios sacerdotales por el cardenal Aramburu, por su vinculación con el pueblo.”

Entre los muchos contactos vieron a Angel Federico Robledo, que había estado en la Embajada de México. Les dijo que buscaran por el lado de Marina. Se hicieron gestiones con Jorge Olivera Rovere, que les negó a Mignone y a Quique Lugones que los tuviera el Ejército. “A fines de junio, mi padre viene al país. Los primeros días de julio tiene una entrevista con el almirante (Oscar) Montes, que era jefe de los Navales (Operaciones Navales). Van Mignone y mi papá. En esa entrevista, Montes niega que la Armada haya tenido algo que ver. Mignone, que era un hombre perspicaz, le dijo: ’Usted miente’. Esa frase fue dicha por Mignone en el Juicio a los Comandantes. Montes le dijo: ‘¿Cómo voy a mentir?’. Mignone respondió que porque de los padres Jalics y Yorio se dijo que se los llevó la Infantería de Marina. Entonces Montes dijo: ‘A los curas sí los tiene la Marina, porque uno de ellos es muy peligroso’. Bueno, Mignone muy irónicamente, le respondió’: ‘Bueno, vamos avanzando’. Evidentemente, el almirante Montes en un lapsus no reconoció lo del grupo de mi hermana, pero sí que los curas estaban ahí.”

Carlos dijo que eso generó una “situación” entre el gobierno militar y el Episcopado. Tres días antes de la Conferencia Episcopal de octubre, aparecieron Jalics y Yorio en Cañuelas, en un campo. Algún vecino escuchó un helicóptero y ellos aparecieron anestesiados. El 23 aparecen, el 26 se hizo la Conferencia Episcopal, dijo Carlos, “que no sacó ningún documento de condena”. Carlos y Mignone fueron a ver a Yorio a la casa de su madre. Jalics tenía parientes en Alemania y lo sacaron del país inmediatamente.

“Yorio nos relata que había estado en la ESMA los primeros cuatro o cinco días del cautiverio. Me lo dice a mí y a Mignone. Está dicho en el Juicio a los Comandantes. ¿Y por qué lo supo? Porque Jalics, que estaba con él, escuchó y le dijo que a los dos o tres días de estar ahí escuchó un discurso y el Himno Nacional y un acto militar. En el discurso, aunque parezca ridículo, dijeron: ‘Aquí, en la Escuela de Mecánica de la Armada’.”

Luego se los llevaron a una casa en Don Torcuato. En la ESMA estuvieron encapuchados, engrillados, sin poder ir al baño y sin alimento. Yorio escuchó un “Ay, Orlando...”, y por la voz entendió que era Mónica Quinteros, porque tenía una voz muy suave, muy de monja, dijo Carlos. A Yorio lo interrogaron. Le preguntaron por “Mónica” y María Marta. Quisieron saber por qué se había visto con ella un mes antes del secuestro. Y a partir de esa pregunta Carlos entendió que su hermana había estado en el mismo lugar.

“Como frutilla del postre, (Yorio) nos dijo que lo interrogaban para saber si eran recuperables. Frase que me quedó grabada de por vida. Yo personalmente tomé conciencia con esa frase de cuál era el destino de unos y de otros. Indudablemente, Jalics y Yorio creo que estaban vivos por esa presión que ejerce Mignone a partir de la gaffe del almirante Montes.”

Mónica Quinteros era hija de un capitán de corbeta. Oscar Quinteros se mantuvo al margen de la búsqueda del resto porque pensó que iba a recuperar a su hija con los contactos en la Marina.

jueves, 11 de abril de 2013

Los tormentos en la primera ESMA: "Uno no era ni siquiera una cucaracha, porque una cucaracha tenía libertad"

Declaró en la causa ESMA, Mirta Pérez, secuestrada el 24 de abril de 1976
En la jornada de ayer, Mirta fue aplaudida por su valentía por estudiantes de derecho de Junín.
Su testimonio fue contundente.

Con el testimonio de la mujer se buscó aportar datos sobre unas 25 caídas ocurridas entre el 19 y el 26 de abril de 1976. “Ellos disponían de la vida de uno, que no era ni siquiera una cucaracha, porque una cucaracha tenía libertad”, aseguró Mirta Pérez.

Por Alejandra Dandan
En el juicio se está buscando reconstruir los primeros meses de 1976 en la ESMA.

Audiencia tras audiencia, cada testimonio logra sumar una parte del período tal vez más oscuro de la Escuela de Mecánica de la Armada: los primeros meses de 1976, donde los sobrevivientes casi no existieron. En este momento, el juicio oral intenta reconstruir unas 25 caídas sucedidas entre el 19 y el 26 de abril de 1976, secuestros vinculados con la columna norte de Montoneros y con la base territorial construida en la Unidad Básica de Mitre y Malaguer, de Vicente López, la casa del Nono Jorge Lizaso y la China María Rosa Núñez, punto de confluencia del frente fabril. Muchos de los 25 desaparecieron o fueron asesinados, pero hubo sobrevivientes. Mirta Pérez era enfermera, delegada de Osplad. La secuestraron el 24 de abril a la noche desde adentro del policlínico de los docentes, intervenido por la Marina y ubicado en Lavalle y Azcuénaga. Entraron dos represores a buscarla.

Uno de los hombres era de altura mediana, ni gordo ni flaco, dijo ayer ante el Tribunal Oral Federal 5. Otro era alto, rubio, de ojos claros y con una itaka: “Lo vi en la guardia, parado con la itaka y me pareció que medía tres metros del susto que me pegué. Me llevan al noveno piso, revisan mi placard diciéndome si no tenía panfletos, drogas. Y yo no tenía nada de todo eso. Uno de los dos me saca mi ropa y se la lleva, yo bajo de uniforme y cartera y así sigo el resto del camino desde que me ponen en el piso de un auto, creo que era un Falcon, y así estoy: nunca tuve otra ropa hasta después de dos meses que me dieron la libertad”.

Mirta no había militado en la JP ni en otra agrupación. Algunos de sus compañeros estaban vinculados con la UB del Nono Lizaso y eran cuadros de Montoneros. Los marinos venían haciendo dos tipos de pesquisas en torno del grupo y en simultáneo: una cercó a familiares y a los militantes territoriales y la otra entró

en el área de Osplad, desde donde se produjeron 10 de los 25 secuestros.

Uno de los fiscales le preguntó a Mirta cómo fue el ingreso a la ESMA. “Lo que siento es susto... a lo mejor lo único que siento es que tenía mucho frío”, explicó. “Me daba cuenta que había gente, que estaban ahí y caminaban, no tan cerca de donde yo me encontraba. No sé si los otros estarían sentados o qué obstáculos había ahí”. A ella la sentaron atada con sogas en una silla, vendada. Le pareció estar al aire libre y como era enfermera, enseguida notó la lógica del centro clandestino. “Lo peor me pasaba a mí, la mayor tortura –dijo–, era escuchar a los otros que se quejaban, oía que pedían guías, sueros, como yo entendía de qué se hablaba, me daba cuenta que era como que estaban reanimando a alguna persona, se sentían físicamente mal los que habían torturado, se notaba que estarían deshidratados por el suero y las guías.” Estuvo encapuchada al comienzo, luego con capucha y una venda. “A mí me decían con un papelito en la mano y hasta el cansancio: ‘vos estás en una lista voladora’; ‘entrás y no salís’, ‘no estás’.”

Como en una cuenta pendiente desde hace tiempo, y en ese trabajo de memoria militante, también ella se puso a dar cuenta de los nombres. Sumó nombres, uno tras otro. Pero no de quienes vio o sabe que estuvieron con ella. Sino de lo que a esta altura aparece como uno de los pocos caminos abiertos para la reconstrucción: los nombres de las personas por las que le preguntaron los marinos. Situó a Lizaso, la China, a Jorge.

Mirta no sabía ni de la Unidad Básica, ni del Nono, ni de a la China.
En nombre de
mi propio secuestro

–Usted dijo que fue sometida a torturas– le dijo la fiscal.

–Las torturas eran seguidas, diarias, supongo –dijo Mirta–. Después fueron como más espaciadas. Imposibles de describir, supongo que no necesita detalle. Las partes sensibles, mucosas y sensibilidad. Esto era espantosamente humillante y también las violaciones eran humillantes. Primero estuve en una silla pero después de tres o cuatro días me pusieron en una cama, me esposaron, era limpia y después cuando les quedaba cómodo me violaban. Para describir estas personas, uno era alto, gordo, corpulento. Otro de mediana estatura y el otro como más normal. Y supongo también que era de noche.

Mirta no habló mas. Pidió un poco de agua. Después siguió con claridad.

No le anunciaron la liberación. Fueron a buscarla como siempre, ella imaginó una sesión de tortura. La pusieron en un auto bajito, le dijeron que la iban a llevar a otro lado. “Me largan cerca del Jardín Botánico, en Santa Fe y Malabia. Me dicen que me baje, que si me daba vuelta iba a ser boleta. Era tal el terror que tenía, creí que no lo iba a poder contar porque aparte de las violaciones, las torturas psicológicas frecuentes, ellos eran los poderosos, ellos disponían de la vida de uno, que no era ni siquiera una cucaracha, porque una cucaracha tenía libertad. Cada minuto era un siglo, uno estaba tan denigrado. Primero encapuchado y segundo desnudo, es muy humillante, por decir algo.”

En Palermo era de noche. Ella estaba de nuevo vestida de enfermera con su cartera. Subió a un colectivo, se tiró en un asiento y cuando se miró en al espejo no se reconoció. En el espejo vio un reloj: una de la mañana. “Bueno, me matan acá”, pensó y volvió a pensarlo en Constitución cuando tomó el Cañuelas a Ezeiza. Y cuando se bajó en Ezeiza para caminar hasta la casa de sus padres y cada vez que salía en colectivo y los colectivos eran parados por operativos. Como dijo Mirta, ella salía del centro clandestino cuando todo estaba empezando.

lunes, 8 de abril de 2013

El represor que ganaba premios con fotografías de sus víctimas

La negra historia de Orlando "Hormiga" González
Una rara avis en la ESMA: presumía de ser un artista sensible. Y las revistas especializadas lo describían como una promesa en el arte del retrato. En realidad, se trataba de un torturador de fuste. Los detalles de una trama increíble.

Por: Ricardo Ragendorfer
 
Orlando González era un laborioso cultor de la fotografía artística. En 1979, esa actividad lo condujo a los umbrales de la consagración, al obtener el Gran Premio de Honor Cóndor de la Federación Argentina de Fotografía (FAF), el más prestigioso del país. Sus obras galardonadas fueron Una luna, una tarde y un viejo amor y La Parca. Ambas aparecerían publicadas en el número 138 de la revista Fotomundo (ver recuadro), junto con un elogioso comentario acerca de la segunda foto, que muestra, en clave difusa, una silueta femenina con una capa, detrás de una calavera. Lo cierto es que el peso misterioso de esa imagen aún hoy perdura, aunque no precisamente por razones estéticas.
A los 32 años, González solía alternar ocasionales changas fotográficas con el ejercicio artístico del asunto.

En cuanto a las changas, hay por lo menos una que merece ser mencionada: en junio de 1979 –cuando esa edición de Fotomundo estaba en los kioscos–, a él se lo vio en la Plaza 18 de Julio, de Montevideo, retratando a una mujer de mediana edad con la estatua de Artigas como fondo, en lo que parecía ser una producción periodística.
En cuanto al ejercicio artístico del asunto, poco después, en septiembre de ese año, se lo vio retratando a otra mujer en alguna isla del Tigre. Al igual que en su consagrada foto La Parca, ella posaba con una capa.
Ahora se sabe la identidad de sus modelos.
La primera: Thelma Jara de Cabezas, quien desde abril permanecía cautiva en la ESMA. Las fotos que González le sacó en la capital uruguaya –a donde la llevaron en un avión de línea– fueron publicadas el 22 de agosto en el diario News World, del reverendo Sun Myung Moon. Ahí ella fue presentada como la "madre de un guerrillero muerto" que se escondía de los montoneros. Otra nota de idéntico talante salió el 10 de septiembre en la revista Para Ti.
La segunda: Lucía Deón, quien desde diciembre de 1978 permanecía cautiva en la ESMA, tras una breve escala por el centro clandestino Olimpo. González la fotografió en la isla El Silencio, una propiedad de la Iglesia Católica sobre el río Chañá Mini, en donde los marinos escondieron a sus prisioneros ante la visita al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)..  

Ambas mujeres sobrevivieron a las mazmorras de la última dictadura.
González, en realidad, era agente de inteligencia de la Armada e integraba el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 de la ESMA. Su nombre de guerra: "Hormiga".
Ahora, a los 68 años, es uno de los 68 represores de la Armada juzgados por delitos de lesa humanidad cometidos allí contra 789 víctimas.
La cuestión de su faceta artística estalló en medio del debate, luego de que un testigo, el sobreviviente Carlos Lordkipanidse, se refiriera a esa vieja nota de Fotomundo –exhibida por el propio "Hormiga" entre los secuestrados– y a los retratos que él le hizo a Lucía Deón en El Silencio. ¿Acaso es posible que González consumara sus obras con personas cautivas? La pregunta ahora flota bajo el techo del tribunal.

EL AUTODIDACTA. Atildado y medido. Así se mostraba "Hormiga" ante la superioridad. El capitán de fragata Guido Paolini, uno de los calificadores de su legajo, tenía de él un excelente concepto y estampó con su puño y letra el siguiente comentario: "Tiene excelentes conocimientos de fotografía, tanto para la toma como para el proceso de revelado y copia."
Quizás otro capitán de fragata, Luis D'Imperio –el sucesor de Jorge "Tigre" Acosta en la jefatura del GT 3.3.2–, no considerara debidamente tal cualidad, puesto que, con un ejemplar de Fotomundo ante los ojos, bramó: "¡Usted es un pelotudo!" No le había causado demasiado beneplácito que el artículo en cuestión incluyera el nombre verdadero y otros datos personales de alguien que pertenecía a una unidad clandestina de combate antisubversivo. "¡Usted es un pelotudo!", repitió, sin dar crédito a sus ojos.

Frente a él, González permanecía firme y en silencio.
El tipo, oriundo de la ciudad chubutense de Esquel, había ingresado en la fuerza a los 17 años; ahora, tres lustros después, tenía grado de suboficial mayor, tras desempeñarse en el área de contrainfiltración y, después, como secretario privado de algún jerarca del Servicio de Inteligencia Naval (SIN).  
En la ESMA, a donde llegó como auxiliar de inteligencia en 1977, estaba a sus anchas. Tenía un escritorio en un rincón del llamado Salón Dorado, nada menos que el centro de operaciones de ese inframundo. Allí, él se encargaba de las comunicaciones, también ordenaba papeles y hasta tenía a su cargo el envío a reparaciones de picanas con problemas técnicos. Tampoco era inusual su presencia en interrogatorios; allí –según las víctimas– solía administrar dosis eléctricas con una actitud casi deportiva. A la vez cultivaba un trato amable con los prisioneros sometidos a trabajo esclavo; en especial, con las mujeres, a las que insistía en impresionar.
En todo momento hacía gala de sus pretensiones intelectuales. En ello habría una razón de peso: dado su rango subalterno en una estructura elitista como la de la Armada, él se sentía subestimado por sus camaradas de armas. Creía que "estaba para más", y se lo quería demostrar a sus superiores.

"¡Usted es un pelotudo!", le repitió D'Imperio por última vez.
Esas cuatro palabras, a través del boca a boca, circularían por los pasillos de la ESMA como un reguero de pólvora.
¿Cómo era la existencia de "Hormiga" fuera de ese lugar? González vivía con su mujer en una casa situada en la calle Tomás Le Bretón, de Villa Urquiza. Los vecinos tenían de él un vidrioso concepto, alimentado por sus idas y llegadas al hogar en vehículos con antenitas y sin identificación. No ocultaba, en cambio, su pasión por la fotografía. Tanto es así que fue muy común verlo en el barrio con su cámara Asahi Pentax K 1000 colgada del cuello. No menos común fue su presencia en el Foto Club Marina, en donde acostumbraba a participar en exposiciones y concursos. Claro que el codiciado premio de la FAF haría de él una celebridad en el pequeño mundillo de la fotografía. No obstante, su estilo no era muy estimado por sus colegas, ya que muchos de ellos consideraban a González un vulgar imitador del famoso fotógrafo ruso Leonid Tugalev. Ello no impidió que su obra maestra, La Parca, se alzara en 1979 con la máxima cucarda del certamen fotográfico más importante del país. Cabe destacar que, en esa ocasión, su gran derrotado fue el mundialmente Pedro Luis Raota. Los detractores de "Hormiga" aseguran que la decisión del jurado estuvo teñida de extrañas presiones. Ello no fue un obstáculo para que la revista Fotomundo le diera su espaldarazo editorial. Al parecer, la hija del director Lorenzo Mangialardi, una joven retratista cuyo nombre era Silvia, le tenía una gran simpatía. ¿Sabía ella su pertenencia el GT de la ESMA? No es improbable; ella era ingeniera naval y poseía un cargo directivo en una revista de Defensa, muy frecuentada por militares y marinos, tanto retirados como en actividad. Además, tenía un cargo ejecutivo en el directorio del astillero Pedro Domecq, muy relacionado con la Armada. Allí, por cierto, trabajaría González unos años después.  

CAMARA OCULTA. Lucía Deón, quien en la actualidad vive en una pequeña localidad de Córdoba, atendió la llamada de Tiempo Argentino sin manifestar mucha sorpresa. Y, casi a boca de jarro, reconoció haber sido retratada en El Silencio por "Hormiga".
–Él presumía de ser fotógrafo, y me hizo posar entre unos arbustos y con una mantilla. "Hormiga" decía que debía representar la muerte.
–¿Acaso dijo "la parca"?
–Creo que sí. Es que pasó mucho tiempo…
–¿Fue voluntaria o forzada su participación en esas fotos?
–Y… ¿a usted que le parece?

La mujer, sin esperar la respuesta, pasó a un comentario:

–Con una de esas fotos hasta ganó un premio muy importante.

Al parecer, las fotos que González le hizo en El Silencio habrían sido casi idénticas a las del premio de la FAF. De hecho, ya se sabe que estas últimas fueron reproducidas por Fotomundo en junio; es decir, tres meses antes. Ella, tras observar una copia enviada por el autor de esta nota, no se reconoció. En consecuencia, persiste el enigma sobre quién fue retratada en la foto galardonada por la FAF. Es muy probable –aseguran sobrevivientes y abogados querellantes– que esa también haya sido una víctima en situación de cautiverio.
En tanto, la vida de "Hormiga" se recicló en la democracia sin contratiempos. Recién se retiró de la Armada en 1992, tras prestar servicios en la agregaduría naval de la embajada argentina en Chile. En el medio, hizo cursos de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, fue alumno del prestigioso jurista Roberto Bergalli y obtuvo un título en Criminalística con inmejorables notas. A la vez, trabajó en Tecnipol y Saprán, dos empresas de Alfredo Yabrán, fue gerente de un aserradero en Esquel, y escribió un libro sobre peritajes para seguros, por cuenta de Ediciones Larocca.
El 4 de marzo de 2009 fue detenido en la localidad chubutense de Corcovado por orden del juez Federal Sergio Torres. Desde entonces, su lugar de residencia es el penal de Marcos Paz.
Ahora deberá pagar sus crímenes. Y también sus fotografías.

* Informe: Laura Lifschitz

Trabajar en la sombra, con luz difusa

Por momentos, el artículo de la revista Fotomundo sobre las virtudes artísticas del represor Orlando González no tienen desperdicio. Tanto es así que este –según aclara la revista– considera su fotografía La Parca una obra "casual". Porque la idea original "fue simbolizar la protección de una mujer hacia un niño. Pero la imagen que logró fue algo dantesca, con esos árboles detrás de ella. Por otro lado, le rondaba la idea de un castillo medieval, con una calavera delante del mismo. De la conjunción de ambas ideas surgió La Parca, una fotografía distinta que González compuso utilizando la mujer y la calavera del castillo".

Ya de por sí, que alguien se proponga representar una imagen maternal y que termine delineando un estereotipo mortuorio es ya de por sí una curiosidad psiquiátrica. Claro que la revista Fotomundo explica semejante metamorfosis de otra manera: "Una obra de arte implica planificación y trabajo. Es decir que entre la idea del autor y la obra realizada media un extenso camino de errores y aciertos que van construyendo lo que será esa foto final, que va configurando la expresión más cercana de lo que queremos decir y también de lo que somos."
Más adelante se ampliaría tal concepto: "Este trabajo de planificación, búsqueda, concepción, bocetos, descartes de imágenes, conjunción y encuentro de la expresión buscada, en una fotografía distinta de la inicial, es la "casualidad" de la que habla González. Es lo que otros llaman inspiración, aunque ambos conceptos no aclaren el camino real de la obra de arte, como vimos cuando el autor de La Parca nos describió los pasos que había seguido para darle forma y donde su propio trabajo traspuso los límites de la casualidad. Quizás porque el arte no es sólo un problema de buenas intenciones sino del talento con el que se trabaja."
La revista Fotomundo presenta al represor de la ESMA como un "autodidacta que se vale de toda la información que rescata de las publicaciones especializadas en fotografía. Luego describe las características técnicas del equipo utilizado por el hombre al cual en las catacumbas de la Armada llamaban "Hormiga". Y, finalmente, aclara: "Las drogas en su gran mayoría son preparadas por él mismo y algo de suma importancia y que merece ser tenido muy en cuenta es que González se vale siempre de la luz natural".

Al respecto, el propio "Hormiga" explicaría tal asunto con palabras que son en sí mismas una declaración de principios: "Nunca, en ninguna oportunidad he recurrido a la luz artificial. Me gusta la luz natural y muy especialmente trabajo en la sombra, con luz difusa. Aun allí, donde la luz envuelve al sujeto, es posible encontrar sombras y controlar los diferentes contrastes que posee el original". ¿Qué hubiese dicho el gran Lacan al respecto?