Desde el Juicio a las Juntas, Basterra viene aportando información relevante. Ayer, en un clima tenso, declaró ante el TOF 5.
Por Alejandra Dandan
Víctor Basterra no eligió ni a Eduardo Galeano, ni a Daniel Viglietti ni al Che Guevara para decir las últimas palabras en la audiencia. Habían pasado seis horas de declaración. Un nuevo juicio. Su voz nuevamente recorriendo las profundidades de la Escuela de Mecánica de la Armada. Mucha tensión. Los defensores particulares, pero también los oficiales, lo interrogaron en ocasiones como lo haría un tribunal de guerra. La presidenta del Tribunal Oral Federal 5, Adriana Palliotti, con sus intervenciones no logró garantizar el respeto necesario para el testigo. Por eso, cuando terminó, Basterra les pidió especialmente a los defensores que leyeran el último párrafo que escribió Jorge Luis Borges después de escuchar su testimonio en el Juicio a las Juntas, en un texto llamado: “Lunes 22 de julio de 1985”.
“Es curiosa la observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores –dice el texto–. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer.”
Esas líneas estuvieron destinadas entre otros a Guillermo Jesús Fanego, abogado de once represores, entre ellos Emir Sisul Hess, Rodolfo Oscar Cionchi y Miguel Angel García Velazco. La semana pasada, el entonces presidente en funciones del TOF 5, Daniel Obligado, trajo su martillo de juez a la audiencia para frenar las intervenciones de Fanego. Este abogado es un hombre engolanado que cuando interroga parece estar acusando sobre las militancias políticas o la reducción a la esclavitud. En ocasiones aun es más sofisticado. Cuando pregunta, vuelve a la escena y casi parece volver a golpear. “Si no le entendí mal –dijo ayer, por ejemplo–, usted habló de los responsables de su detención y mencionó a algunas personas.”
El primer golpe
Víctor Basterra recibió el premio al valor por haber sacado de la ESMA las fotografías con las que se lograron abrir las primeras investigaciones a los represores. En la lógica de Fanego, la defensa oficial se sumó al tono de impugnación y cuestionamiento al preguntarle por el trabajo esclavo que desarrolló en la ESMA. Querellas y fiscales objetaron. El tema no era ni siquiera objeto de debate. La responsabilidad más grave, sin embargo, la tuvo la presidenta del tribunal, que en este caso habilitó las preguntas porque pueden ser parte de una estrategia de la defensa. “Frente a experiencias tan traumáticas como éstas, el tribunal tiene la obligación de preservar a los testigos para que no sean vueltos a pasar por una situación traumática, porque son personas que fueron sometidas a tratos inhumanos, degradantes, con una pretensión absoluta de deshumanizarlos”, decía ayer Ana María Careaga, una de las sobrevivientes. “El enorme aporte de Víctor para los juicios y las investigaciones de la ESMA, de ir sacando los cuadritos que eran las fotos de esos represores. Entonces la responsabilidad histórica que tienen estas personas es preservar, y quien preside la audiencia debe preservar a los testigos que con su aporte y su testimonio están reescribiendo la historia.”
Olor a alcohol
Basterra de todos modos avanzó. Como siempre. En ocasiones hasta con humor. En términos de información, aportó datos sobre dos ejes importantes para el juicio. Por un lado, el rol del Apostadero Naval de San Fernando, otro espacio de la Fuerza de Tarea 3 como la propia ESMA, involucrado en el plan represivo. Y por otro lado, sobre el funcionamiento del Grupo de Operaciones Especiales de la Armada (GOEA), una estructura todavía poco explorada, que funcionó como grupo de tareas en la ESMA a partir de 1981. Del GOEA participaron varios de los acusados de este juicio.
La primera pregunta fue sobre el Apostadero. Basterra fue uno de los detenidos-desaparecidos trasladados a la isla El Silencio en el Tigre, propiedad de la Iglesia Católica. Los secuestrados fueron llevados ahí para esconderlos de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la ESMA. “Este viaje se hizo a inicios de septiembre, no recuerdo si el 3 o el 4”, dijo Basterra. “Nos suben a un vehículo y lo que se comentó era que la salida era de la Apostadora Naval de San Fernando, yo pensé que nos esperaba un tiro en la nuca. Fuimos llevados bastante brutalmente por un grupo de sujetos donde se olía mucho a alcohol, esposados y engrillados y con la capucha puesta, tomando distancia del compañero que uno tenía adelante. Nos llevaron a un lugar donde el agua se notaba cercana. Había diálogo entre estos secuestradores que por ejemplo decían: ‘Mirá la vieja ésa se asoma por la ventana’. ‘¡Dejá que le tiro!’, decía uno. Y otro le decía: ‘Ahora no, que va a haber mucho ruido’.”
Se ve que era una lancha pequeña, descapotable, dijo, porque les tiraron una lona encima. “Estábamos muy apiñados entre nosotros, yo tenía cuidado porque había sido lastimado por uno de los guardias en la columna.” Basterra ya había contado en otras ocasiones que en la isla obligaron a trabajar a algunos prisioneros. Esta vez le preguntaron qué trabajos se hacían. Algunos los obligaron a trabajar en una planta de la que se podía extraer el sisal para tejidos, de hojas grandes. A otros los llevaron a cortar árboles, “a hacer distintas tareas como mano de obra esclava”.
El sueco Carlos Lordkipanidse pidió al TOF una inspección ocular del lugar durante una de las primeras audiencias del juicio. Entregó fotos de los últimos años. Basterra dijo que no volvió a la isla pero “yo tendría que ir –dijo–, me quiero sacar las ganas de verla”.
En otras declaraciones, Basterra habló de los prisioneros trasladados a la isla. Esta vez le preguntaron por los que no fueron. “Teníamos un compañero en Capucha, que estaba ahí muy anterior al secuestro nuestro, le decían Topo, posteriormente supe que era Ricardo Sáenz. A ese compañero no lo trasladaron a la isla. También supe que había un secuestrado que era una especie de misterio: ‘Tachito’, que estaba en permanencia constante, se comentaba, en el sótano. ¿Y por qué le decían Tachito? Porque era un secuestrado en Nicaragua, por lo tanto Tachito Somoza y Nicaragua era una misma cosa, ésas eran versiones que oía yo.”
En el sótano, había dicho en una anterior declaración, “sólo quedaron algunas oficinas y el archivo del diario Noticias. Para la época de ese traslado se comentaba que iban a reformular la instalaciones. En el Pabellón Coy los sectores se distribuían de la siguiente manera: en la planta baja estaba la sala de armas, logística, la oficina de operaciones y la oficina del jefe del grupo de tareas. En la planta alta, los baños, una oficina de documentación, el laboratorio fotográfico, inteligencia, comunicaciones y también un lugar de descanso”. Cuando ayer le preguntaron cuánto tiempo funcionó el Coy dijo: “Calculo que de mediados de septiembre del ’81 y hasta mediados de septiembre del ’82”. En ese pabellón, “no había capuchas, sé que habían empezado a hacer construcciones en el sótano, de ahí el traslado a este lugar donde se instaló la Logística”.
Entre los responsables nombró a varios. Miguel Angel Alberto Rodríguez, alias Angel; Luis Hildago, Castro Cisneros o como él lo llamó: el Angel Cisneros, era capitán de fragata, jefe de logística del GOEA y la persona que con “esos documentos falsos” alquilaba las quintas. También ubicó allí a Carlos Octavio Capdevilla, “que era médico, pero hacía tareas múltiples y era responsable de Comunicaciones” en esa época, dijo.
Por Alejandra Dandan
Víctor Basterra no eligió ni a Eduardo Galeano, ni a Daniel Viglietti ni al Che Guevara para decir las últimas palabras en la audiencia. Habían pasado seis horas de declaración. Un nuevo juicio. Su voz nuevamente recorriendo las profundidades de la Escuela de Mecánica de la Armada. Mucha tensión. Los defensores particulares, pero también los oficiales, lo interrogaron en ocasiones como lo haría un tribunal de guerra. La presidenta del Tribunal Oral Federal 5, Adriana Palliotti, con sus intervenciones no logró garantizar el respeto necesario para el testigo. Por eso, cuando terminó, Basterra les pidió especialmente a los defensores que leyeran el último párrafo que escribió Jorge Luis Borges después de escuchar su testimonio en el Juicio a las Juntas, en un texto llamado: “Lunes 22 de julio de 1985”.
“Es curiosa la observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores –dice el texto–. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer.”
Esas líneas estuvieron destinadas entre otros a Guillermo Jesús Fanego, abogado de once represores, entre ellos Emir Sisul Hess, Rodolfo Oscar Cionchi y Miguel Angel García Velazco. La semana pasada, el entonces presidente en funciones del TOF 5, Daniel Obligado, trajo su martillo de juez a la audiencia para frenar las intervenciones de Fanego. Este abogado es un hombre engolanado que cuando interroga parece estar acusando sobre las militancias políticas o la reducción a la esclavitud. En ocasiones aun es más sofisticado. Cuando pregunta, vuelve a la escena y casi parece volver a golpear. “Si no le entendí mal –dijo ayer, por ejemplo–, usted habló de los responsables de su detención y mencionó a algunas personas.”
El primer golpe
Víctor Basterra recibió el premio al valor por haber sacado de la ESMA las fotografías con las que se lograron abrir las primeras investigaciones a los represores. En la lógica de Fanego, la defensa oficial se sumó al tono de impugnación y cuestionamiento al preguntarle por el trabajo esclavo que desarrolló en la ESMA. Querellas y fiscales objetaron. El tema no era ni siquiera objeto de debate. La responsabilidad más grave, sin embargo, la tuvo la presidenta del tribunal, que en este caso habilitó las preguntas porque pueden ser parte de una estrategia de la defensa. “Frente a experiencias tan traumáticas como éstas, el tribunal tiene la obligación de preservar a los testigos para que no sean vueltos a pasar por una situación traumática, porque son personas que fueron sometidas a tratos inhumanos, degradantes, con una pretensión absoluta de deshumanizarlos”, decía ayer Ana María Careaga, una de las sobrevivientes. “El enorme aporte de Víctor para los juicios y las investigaciones de la ESMA, de ir sacando los cuadritos que eran las fotos de esos represores. Entonces la responsabilidad histórica que tienen estas personas es preservar, y quien preside la audiencia debe preservar a los testigos que con su aporte y su testimonio están reescribiendo la historia.”
Olor a alcohol
Basterra de todos modos avanzó. Como siempre. En ocasiones hasta con humor. En términos de información, aportó datos sobre dos ejes importantes para el juicio. Por un lado, el rol del Apostadero Naval de San Fernando, otro espacio de la Fuerza de Tarea 3 como la propia ESMA, involucrado en el plan represivo. Y por otro lado, sobre el funcionamiento del Grupo de Operaciones Especiales de la Armada (GOEA), una estructura todavía poco explorada, que funcionó como grupo de tareas en la ESMA a partir de 1981. Del GOEA participaron varios de los acusados de este juicio.
La primera pregunta fue sobre el Apostadero. Basterra fue uno de los detenidos-desaparecidos trasladados a la isla El Silencio en el Tigre, propiedad de la Iglesia Católica. Los secuestrados fueron llevados ahí para esconderlos de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la ESMA. “Este viaje se hizo a inicios de septiembre, no recuerdo si el 3 o el 4”, dijo Basterra. “Nos suben a un vehículo y lo que se comentó era que la salida era de la Apostadora Naval de San Fernando, yo pensé que nos esperaba un tiro en la nuca. Fuimos llevados bastante brutalmente por un grupo de sujetos donde se olía mucho a alcohol, esposados y engrillados y con la capucha puesta, tomando distancia del compañero que uno tenía adelante. Nos llevaron a un lugar donde el agua se notaba cercana. Había diálogo entre estos secuestradores que por ejemplo decían: ‘Mirá la vieja ésa se asoma por la ventana’. ‘¡Dejá que le tiro!’, decía uno. Y otro le decía: ‘Ahora no, que va a haber mucho ruido’.”
Se ve que era una lancha pequeña, descapotable, dijo, porque les tiraron una lona encima. “Estábamos muy apiñados entre nosotros, yo tenía cuidado porque había sido lastimado por uno de los guardias en la columna.” Basterra ya había contado en otras ocasiones que en la isla obligaron a trabajar a algunos prisioneros. Esta vez le preguntaron qué trabajos se hacían. Algunos los obligaron a trabajar en una planta de la que se podía extraer el sisal para tejidos, de hojas grandes. A otros los llevaron a cortar árboles, “a hacer distintas tareas como mano de obra esclava”.
El sueco Carlos Lordkipanidse pidió al TOF una inspección ocular del lugar durante una de las primeras audiencias del juicio. Entregó fotos de los últimos años. Basterra dijo que no volvió a la isla pero “yo tendría que ir –dijo–, me quiero sacar las ganas de verla”.
En otras declaraciones, Basterra habló de los prisioneros trasladados a la isla. Esta vez le preguntaron por los que no fueron. “Teníamos un compañero en Capucha, que estaba ahí muy anterior al secuestro nuestro, le decían Topo, posteriormente supe que era Ricardo Sáenz. A ese compañero no lo trasladaron a la isla. También supe que había un secuestrado que era una especie de misterio: ‘Tachito’, que estaba en permanencia constante, se comentaba, en el sótano. ¿Y por qué le decían Tachito? Porque era un secuestrado en Nicaragua, por lo tanto Tachito Somoza y Nicaragua era una misma cosa, ésas eran versiones que oía yo.”
En el sótano, había dicho en una anterior declaración, “sólo quedaron algunas oficinas y el archivo del diario Noticias. Para la época de ese traslado se comentaba que iban a reformular la instalaciones. En el Pabellón Coy los sectores se distribuían de la siguiente manera: en la planta baja estaba la sala de armas, logística, la oficina de operaciones y la oficina del jefe del grupo de tareas. En la planta alta, los baños, una oficina de documentación, el laboratorio fotográfico, inteligencia, comunicaciones y también un lugar de descanso”. Cuando ayer le preguntaron cuánto tiempo funcionó el Coy dijo: “Calculo que de mediados de septiembre del ’81 y hasta mediados de septiembre del ’82”. En ese pabellón, “no había capuchas, sé que habían empezado a hacer construcciones en el sótano, de ahí el traslado a este lugar donde se instaló la Logística”.
Entre los responsables nombró a varios. Miguel Angel Alberto Rodríguez, alias Angel; Luis Hildago, Castro Cisneros o como él lo llamó: el Angel Cisneros, era capitán de fragata, jefe de logística del GOEA y la persona que con “esos documentos falsos” alquilaba las quintas. También ubicó allí a Carlos Octavio Capdevilla, “que era médico, pero hacía tareas múltiples y era responsable de Comunicaciones” en esa época, dijo.
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