martes, 25 de junio de 2013

Emilio Carlos Assales, alias "Tincho" y Conrado Gómez en el testimonio de Emma Ahuali

La caida de la estructura de finanzas de la organización Montoneros comenzó a ser conocida  durante la audiencia del juicio por los crímenes cometidos en la ESMA, a partir de los dichos de una exmilitante cuyo compañero desaparecido fue visto en ese centro clandestino en 1977.

Emma Rene Ahuali, la única exmilitante de Montoneros que sobrevivió a los hechos que rodearon el crimen del poeta y escritor Francisco Paco Urondo en Mendoza, relató cómo su compañero Emilio Carlos Assales, alias "Tincho" y el abogado mendocino Conrado Gómez fueron secuestrados en esta capital, por un grupo de tareas el 11 de enero de 1977.

Según explicó ante el Tribunal Oral 5, Gómez fue secuestrado días antes que su marido, quien al ir a efectuar una consulta en su estudio "cayó en una ratonera" que le tendieron los militares en una oficina de la calle Montevideo.

Ahuali, Assales y la hija de ambos, de tan solo 24 días habían logrado trasladarse desde Mendoza a Buenos Aires en la clandestinidad, y se alojaban en hoteles de pasajeros.
Sus movimientos tenían horarios fijos de encuentro, ante la posibilidad de ser secuestrados.

Testigos del secuestro de Assales dijero que éste fue sacado del edificio donde funcionaba el estudio de Gómez en una camilla "como si le hubieran aplicado Pentonaval" y trasladado en una ambulancia "sin patentes".
"Cuando 'Tincho' desaparece tenía 29 años. Nunca tuve noticias de él hasta que las tres mujeres que salen de la ESMA, Sara Osatinsky, Ana María Martí y Maria Alicia de Pirles denunciaron en Europa lo que ocurría en la ESMA", señaló.

Assali fue incluido en uno de los llamados "vuelos de la muerte" en los que los prisioneros eran arrojados vivos al mar previa aplicación de una inyección de Pentotal, que los represores de la ESMA había rebautizado como "Pentonaval".

La situación fortuita que a Assali no le hubiera surtido efecto y su gran contextura física hicieron que estando a bordo de uno de los aviones, salvara su vida y lo regresaran a la ESMA.

"Te salvaste, ahora te necesitan más en Mendoza", le habría dicho a Assali uno de los más temidos guardias de la ESMA, Pedro Bolita.

A su regreso, y después de dormir durante dos días, el prisionero dio detalles a sus compañeros de cautiverio acerca de en qué consistían los "vuelos de la muerte" o "traslados" y éstas los denunciaron luego en los organismos internacionales en Europa y la OEA.

Respecto de ese hecho, la mujer presume que su compañero pudo haber brindado bajo tortura datos acerca de "algunos lugares que él conocía", pero nunca tuvo más información sobre su destino final.

La testigo dijo haber conocido a "Tincho" en la casa de Victorio Cerrutti, propietario de la finca "Chacras de Coria", que fue apropiada durante su cautiverio por el ex jefe de la Armada, Emilio Massera.

Ahuali confirmó que en la casa de Cerrutti se llevaban a cabo reuniones de la Juventud Peronista, en tanto, ante una consulta, ratificó que tanto Gómez como su compañero formaban parte de la estructura de finanzas de Montoneros.

También brindó información acerca de los secuestros de Alicia Zunino, Mario Concurat y Claudia Urondo, en distintos operativos en los que los miembros del grupo de tareas de la ESMA apuntaron a la estructura económica de la organización subversiva.
"Nos reuníamos con los compañeros y nos enterábamos de las barbaridades y de las torturas a las que eran sometidos en los campos de concentración y por eso algunos se quebraban", explicó la mujer, a quien acompañaron durante la audiencia los hijos de Paco Urondo.
"Esperé muchos años para decir la verdad", enfatizó Ahuali cuando el presidente del tribunal le tomó juramento.

sábado, 15 de junio de 2013

Regreso de los sobrevivientes

Esto es distinto de lo que me imaginaba porque ha quedado institucionalizado”, dijo Lordkipanidse todavía conmovido. “Esto siempre estuvo en el aire, como en una nebulosa, nunca tuvo entidad y con la presencia de los fiscales, secretarios del juzgado, Prefectura, el labrado de las actas ante cada cosa. La verdad superó mis expectativas.”

“La sensación cuando volvemos a un lugar donde estuvimos chupados tiene cosas bastante encontradas”, dice Fukman. “Por un lado, está la sensación de que uno buscó reconstruir esta parte de la historia, dónde estuvo, qué hizo, qué sucedió. Y por otro, están los recuerdos de los compañeros que no están y hay mucho de esto que te vuelve en un marco en el que tengo que decir que no es cualquiera, porque no es que vinimos a buscar el pasado, sino que lo estamos recorriendo en un acto de búsqueda de justicia y tiene la carga que significa seguir aportando como sobreviviente para que se conozca la verdad y se pueda construir memoria.”

La propiedad: de la Iglesia a la ESMA

El viernes pasado dos sobrevivientes pidieron que se dicte una medida de “no innovar” en los terrenos. Uno fue Carlos Lordkipanidse, a través de Justicia Ya! Y el otro Víctor Basterra acompañado, por el abogado Rodolfo Yanzón. El juzgado hizo lugar al pedido y le pidió a Prefectura que preserve el lugar con recorridos periódicos. Hay una sede de prefectura está a 900 metros del lugar.

El Silencio está sobre el arroyo Chañía-Miní (o Canal 43) en el límite de la segunda y tercera sección, y según los datos de Prefectura fuera de los límites de El Tigre y dentro del distrito de San Fernando. En 1987, dos sobrevivientes hicieron un sondeo de reconocimiento desde el río acompañados por Maco Somigliana, ahora en el Equipo de Antropología Forense. Judicialmente existe un expediente desde 1984 sobre la isla en el “Legajo 11478/84 Firpo, Alberto Néstor, denuncia” que es una de las fuentes de la denuncia que Horacio Verbitsky publicó en El Silencio, de Paulo VI a Bergoglio. Las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA. En ese expediente declaró al secretario de la Vicaría castrense, Emilio Grasselli, que es quien vendió la isla a los marinos. El documento está en manos del juzgado de Sergio Torres que tiene la causa. También se pidió al Registro de la Propiedad y ARBA los antecedentes de los propietarios. “Técnicamente ahora tenemos que ir hacia atrás como hicimos con Chacras de Coria donde las trasferencias se hicieron por coacción. Hay que buscar la documentación sobre quiénes fueron los titulares y cómo se hicieron las trasferencias de dominio. No es imposible, es el trabajo que sigue”, dicen fuentes judiciales. Es posible que buena parte de la información necesaria ya esté el expediente de 1984.

Entre las fuentes que cita el libro está la escritura de la transferencia de la isla y el cotejo del documento que usó la Marina para la operación-compra. La hizo a nombre del fotógrafo y laboratorista Marcelo Camilo Hernández, sobreviviente de la ESMA y salió del país en enero de 1979. Lo que sigue es un extracto de la información de El Silencio sobre este punto:

- Hernández: Los marinos se quedaron con su libreta de enrolamiento cuando pidió la renovación del pasaporte en la Policía Federal. Dos semanas después de su salida del país en enero de 1979, con ese DNI, el grupo de tareas adquirió la isla El Silencio. “No hace falta una pericia caligráfica para advertir que su firma en la escritura no coincide con la del formulario policial, ni siquiera intenta parecerse”.

- Grasselli: El libro señala que en la escritura la persona que aparece como vendedor de El Silencio fue Emilio Teodoro Grasselli “que conocía a varios marinos del grupo de tareas y sabía lo que pasaba en los campos clandestinos de concentración de la dictadura”. Grasselli aparece asociado a otras tres personas cuyos nombres también se señala.

- Aramburu: Grasselli a su vez había comprado la isla en septiembre de 1975 al administrador de la curia, Antonio Arbelaiz. Los sacerdotes y seminaristas de la Arquidiócesis conocían la isla porque él los llevaba. Los vecinos además dan cuenta de la presencia de Juan Carlos Aramburu en el lugar.

- Radice: uno de los moradores más antiguos de la zona entrevistado para el libro explicó que en 1979 la quinta pasó a ser propiedad de Ríos. Cuando la Justicia interrogó a Grasselli en el expediente, él dijo que no conocía a Hernández. Tanto Grasselli como sus socios alegaron que en nombre de Hernández, realizó la operación un “tal señor Ríos”, es decir Jorge Radice, responsable de los negocios inmobiliarios de la ESMA.

La cocinera de la isla

A Blanca Alonso y Thelma Jara de Cabezas las pusieron a cocinar. Blanca contó en una declaración que una vez la tuvieron 48 horas haciendo buñuelos mientras un marino “gordo” le decía: “Quiero más”. Thelma llegó más tarde a la isla. La habían llevado a Uruguay para hacer la puesta en escena del reportaje en el que decía que estaba capturada por Montoneros. En Buenos Aires, la entrevista a Thelma salió publicada en la tapa de la revista Para Ti el día que llegaron los integrantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Carlos García, otro de los sobrevivientes que fueron desplazados a la isla durante esos días, describió a Thelma y la isla durante el último juicio por ESMA. “En la isla estuvimos un mes aproximadamente, había dos casas, una en la que estábamos con los guardias de los oficiales navales y otra casa más donde debía estar el soporte de las clásicas casa del Tigre que estaba cerrado y ahí estaban los ‘capucha’. Ahí está el caso de Thelma Jara de Cabezas. Era una señora grande que tenía el hijo desaparecido y que fue secuestrada por el GT. En la ESMA la torturaron mucho y de eso soy testigo, porque estaba en el sótano, no la vi, pero la escuché. Cuando la picana es usada fuerte, la luz del cuarto que estaba al lado de la huevera titilaba y ese día de Thelma la luz titiló un montón. A Thelma en un momento, la conocimos, la trasladaron también a la isla y en un momento Ricardo Cavallo –esto me lo contó Thelma en la isla– la llevó a hacer un reportaje mentiroso para la revista Para Ti donde ella decía que no estaba secuestrada. La acompañó obligado Lázaro Gladstein, que también estaba secuestrado, y Orlando González, alias Hormiga, que era fotógrafo del Centro de la Marina o Club la Marina, le tomó fotos en Uruguay, que yo revelé, donde se la veía en lugares típicos de Montevideo como si ella estuviera en una especie de exilio, pero estaba detenida en la ESMA. Thelma era quien cocinaba cuando nosotros estábamos en la isla. Con lo cual los presos de capucha decían que la comida había mejorado mucho, pero no sabían que la hacía una de las detenidas. Nosotros volvimos de la isla aproximadamente a fines de septiembre del ‘79, principios de octubre.”

Allanaron la isla del Tigre que era propiedad del Arzopispado de Bs As, donde la Marina llevó a los secuestrados de la ESMA EN 1979

Los sonidos del Silencio

Como si los años no hubieran pasado, los sobrevivientes reconocieron muebles, una cocina y un pequeño cuarto debajo de una de las casas, donde los desaparecidos estuvieron encerrados durante más de un mes. El lugar fue vendido en 1979 por la Iglesia a los represores de la ESMA, que firmaron la escritura con un documento falso a nombre de uno de sus secuestrados.

“El lugar está como estaba, lo único diferente es la vegetación que ahora ocupa una gran parte. Las casas están muy deterioradas porque no se les hizo nada. Lo que desapareció fue el muelle, no está. Quedan los restos. Pero la sensación es terrible, es como entrar a la ESMA.” Carlos Lordkipanidse es uno de los sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada que volvió a El Silencio. La isla del Arzobispado de Buenos Aires donde los marinos montaron un centro clandestino en 1979 para esconder a los prisioneros durante la inspección de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) acaba de ser allanado, por primera vez, por la Justicia. El juzgado de Sergio Torres impulsó la medida pedida por los sobrevivientes. Todos los que estuvieron ahí salieron conmocionados porque la isla permanece igual a como era, congelada en el tiempo. Encontraron objetos que los sobrevivientes mencionaron durante treinta y cuatro años: una cocina económica de hierro que ahora está tirada en una habitación; la piedra de afilar con la que los obligaban a pulir los machetes para cortar los árboles; muebles y hasta el chasis de un buggy con el que las guardias controlaron la seguridad.

Víctor Basterra dijo en su última declaración del juicio oral que jamás había vuelto a la isla. Estuvo más de treinta días encerrado en una celda de cemento diminuta, armada abajo de palotes de lo que es “la casa chica”, una de las dos construcciones. En ese encierro y sobre el piso que aún tiene el barro húmedo, permanecieron los “capuchas”, un grupo de unos quince prisioneros. Uno de sus compañeros el jueves lo vio abrir la puerta de ese sótano y transportarse en el tiempo. “Me pregunto cuál era el objetivo de estos tipos, de escatimarnos la mirada, de disciplinar, de provocar dolor, ¿habrán encontrado cierto placer en hacer daño? –dice– En habernos metido en un lugar como ese que es realmente una cueva un mes y algo. Amontonados unos al lado de otro, los guardias no querían entrar por el olor espantoso de los cuerpos, de las enfermedades. Estábamos descompuestos, no teníamos agua potable. Los guardias abrían la puerta, miraban y se iban medio tapándose la nariz, o entraban con una pistola, decían alguna cosa y gatillaban en seco y nosotros estábamos todos ahí, esposados, con capucha, débiles. Estuvimos mejor comidos gracias a que dos compañeras (Blanca García Alonso de Firpo) y la tía Thelma (Jara de Cabezas) cocinaron unos churrascos hermosos. A mí después de eso me agarró una crisis porque cuando regresamos a la ESMA nos siguieron dando lo de antes, que era el ‘bife naval’, que no tenía olor a nada, no tenía gusto a nada y en mis delirios se me ocurrió que podía ser carne de compañeros, una de las locuras que producía esa situación de miseria.”

Enrique “Cachito” Fukman estuvo alojado en la “casa grande” con el Sueco Lordkipanidse, entre el grupo de prisioneros que sirvió de mano de obra esclava para trabajos de corte de álamos y de formio, que eran las hojas que las sogas de los barcos. “Hubo algo bastante interesante en el recorrido que hicimos”, dice Fukman arriba de la lancha que lentamente en el agua densa lo devuelve a este lado del mundo. “Nosotros íbamos haciendo el relato de las cosas que habían pasado en cada lugar y cuando la gente del juzgado avanzaba encontraba lo que acabábamos de decirles. Por ejemplo, dijimos que en la cocina había una cocina económica que ahora no estaba, pero cuando entramos al dormitorio encontramos la cocina tirada en el piso. Un compañero que había estado chupado dijo que lo habían llevado antes para hacer refacciones y que había un buggy. Otros dijeron: tiene que estar en tal lugar y ahí estaba el buggy. Y así, cada cosa. Las casas en las islas están levantadas con palos, pero a los ‘capuchas’, acá, los encerraron en la parte de abajo de una casa. Y dicho y hecho: la parte de abajo que nosotros decíamos que estaba cerrada la encontramos así. O dijimos que nos habían hecho armar tanques de agua con filtros y entre medio de la maleza aparecieron esos tanques tirados. Se fue demostrando que el resultado de años y de años de lo que vinimos diciendo, eso que muchas veces dijimos, que lo contamos, finalmente está plasmado como realidad.”

A nivel probatorio, la medida resultó “de mucha trascendencia”, según indicaron fuentes judiciales. “La casa tiene exactamente las mismas condiciones que tenía: están las dos casas, no tuvieron ningún cambio: la misma cocina, los mismos muebles que se usaron. Las otras casas del Tigre por abajo tienen palotes, pero a la llamada ‘casa chica’ de este lugar la cerraron con ladrillo y cemento. Abajo, la casa es como un sótano bajito, de barro, ahí estuvieron los prisioneros durante un mes. La existencia de un cerramiento así no tiene una función lógica en el Delta salvo para esto. Está el piso húmedo, cada vez que hay sudestada lo mueve, es siniestro. De los lugares que recorrimos y que fueron centros clandestinos nos parece que es el más tremendo. Pusieron a personas en un lugar donde sólo entran agachadas, con el piso de barro, en un cuarto de siete metros cuadrados, donde no había baño. Como tomaban agua del río nos decían que los de la Armada no podían acercarse a darles de comer por el olor que había. Les pasaban un plato de comida por la puerta y nada más. Era una jaula, una situación tremenda.”

“Hoy pudimos andar con libertad, en ese momento no”, dijo Basterra más tarde a Oral y Público, el programa de radio del IEM. “Era una isla blindada, armada, había tres brigadas de guardias, es decir 25 o 30 efectivos del GT, además de los oficiales y suboficiales con rango superior, guardianes crueles, bastantes numerosos, pero hoy la gente era toda delicadeza y cordialidad.”
Cuentas pendientes

En marzo de este año, cuando le tocó declarar en el juicio oral por la megacausa ESMA, Lordkipanidse pidió el allanamiento. Fue el primer testigo del juicio y con eso marcó una agenda de cuentas pendientes. Mostró a los jueces un puñado de fotos y les dijo que les habían “llegado noticias de que la casa iba a cambiar de manos”. Pidió además una investigación sobre los propietarios. El pedido fue reimpulsado en ese mismo día por fiscales y querellas.

En su libro El Silencio, el periodista Horacio Verbitsky había contado la historia del lugar. “Nos pareció siempre medio ridículo que se habían ya hecho inspecciones oculares en todos los lugares que tenían relación con la ESMA y no en esta villa del Silencio.”

Desde aquella audiencia a esta parte, el juzgado de Torres pidió el historial de propietarios al Registro de la Propiedad y a ARBA de la provincia de Buenos Aires. El allanamiento se ordenó mientras se aguardan esas respuestas.

La isla está ubicada a unas dos horas, dos horas y media o aún más de Buenos Aires de acuerdo con el tipo de la lancha. El predio está en un nudo de canales, sobre el Chañá-Mini y a unos 900 metros del cruce con el Paraná-Mini. El cruce aún conserva una sede de Prefectura que recuerdan los sobrevivientes trasladados sin tabiques. Hacia 1979, frente al cruce y ya sobre el arroyo, había una almacén del que ahora quedan los restos. En la entrada al predio ya no está el muelle con el cartel El Silencio. Y en el interior de la isla continúan estando las dos construcciones que había: la “casa grande” y la “casa chica” hasta pintadas con la misma pintura, ahora deteriorada. La “casa grande”, muy clásica del Delta, tiene cinco habitaciones, dos comedores, dos baños y galería. Ahí alojaron a los prisioneros destabicados y usados como mano de obra esclava para desmontes, tala de álamos y de formia. Ellos dormían en tres habitaciones, según recuerda Lordkipanidse. En otra, dormían los represores, en general oficiales y suboficiales. La “casa chica” estaba separada por un pequeño arroyo; en la parte de abajo pusieron a otros secuestrados, la mayoría hoy desaparecidos, entre ellos estaba el grupo Villaflor y Basterra. Arriba dormían los guardias.

En términos políticos, el lugar condensa la relación entre Iglesia y dictadura. En 2005, Verbitsky publicó en su libro los detalles de cómo se hizo la trasferencia del predio. El lugar era del Arzobispado de Buenos Aires. Ahí celebraban la graduación los seminaristas y descansaba el cardenal Juan Aramburu los fines de semana. Entre enero y febrero de 1979 –es decir, mientras se preparaba todo para disimular las condiciones de secuestro de los detenidos desaparecidos ante la visita de la CIDH– el secretario del vicariato castrense Emilio Grasselli vendió el predio al GT3.3.2. Los marinos firmaron la escritura con un documento falso a nombre de uno de sus secuestrados. Según esos datos, una vez usado, los marinos volvieron a vender el predio en 1980. Es extraño cómo todo permaneció en el mismo lugar.
La inspección

En la inspección estuvo el secretario del juzgado Pablo Yadarola y los fiscales Guillermo Friele y Mercedes Soiza Reilly. También participaron querellantes, entre ellos, Patricia Walsh, con lápiz y papel y anotando descripciones de la casa, y Ana María Careaga. Y seis sobrevivientes: Basterra, Lordkipanidse, Fukman, Roberto Barreiro, Leonardo “Bichi” Martínez y Angel “Taita” Strazzeri. En el lugar los recibió un baqueano, un hombre que vive en condiciones muy humildes, en la parte de arriba de la “casa chica”. Al parecer, hace más de cuarenta años que está en la zona y, según dijo, lleva unos diez años al cuidado de ese lugar. De acuerdo con lo que él transmitió, el predio estaría desde hace un año en manos de un nuevo dueño. Esa persona, de nombre Angel Espinoza, aparentemente va algún fin de semana. El único lugar que tiene signos de estar habitado es un cuarto de la casa grande, donde hay una cama con colchón en estado de uso. Hay una heladera en funcionamiento. Y saltos a lo largo del tiempo que dan cuenta del modo de uso del espacio, marcado, por ejemplo, por la presencia de un calendario del año 2008.

En términos de prueba, uno de los aportes clave lo hizo Bichi Martínez. Es uno de los sobrevivientes tal vez menos conocidos de la ESMA. Volvió al centro clandestino por primera vez hace una semana, estuvo secuestrado entre 1977 y 1980, lo trasladaron a la isla antes que al resto y luego de forzarlo a trabajar lo liberaron desde ese lugar. A través de su relato, los fiscales determinaron, por ejemplo, que hubo por lo menos tres grupos distintos de prisioneros y que fueron desplazados hasta la isla en distintos períodos.

“Martínez pertenecía al grupo de cautivos que en la ESMA era obligado a mejorar las casas de los prisioneros que luego se reutilizaban o se vendían. O los mandaban a hacer mantenimiento y refacciones en la ESMA”, indican Soiza Reilly y Friele. “Como parte de ese grupo trasladaron a la isla a Bichi Martínez y a Alfredo Ayala. Martínez contó que el personal del GT lo llevó para ambientar el lugar y preparar las condiciones del sitio como para que los cautivos hagan trabajo esclavo, con los troncos y demás cosas. Para eso trasladaron a la isla algunos enseres. Entre ellos, un tractor. Para hacer seguridad en la zona tenían un buggy. Este es el buggy que apareció. Está el chasis sin motor. Esto demuestra para nosotros la doble misión que tuvo este lugar: esconder a los cautivos de la CIDH y por el otro lado, mantener el trabajo esclavo de determinado grupo de cautivos.” Esta hipótesis se ve reforzada por otro dato que agregó Basterra: según las cuentas, Bichi Martínez, por ejemplo, siguió obligado a trabajar en este lugar aun después del regreso de los prisioneros a la ESMA.

El segundo grupo que llegó fue el de los prisioneros destinados a la “casa grande”, entre ellos Fukman y Lordkipanidse. Cuando vieron la piedra redonda se dieron cuenta de que era la misma que usaban para afilar los machetes “porque nos mandaban a cosechar el formio, una planta de un metro de donde se saca el yute para soga de barcos”. En aquel momento, la piedra estaba abajo de la casa grande, entre los palotes que la sostienen. Ahora la encontraron adentro.

Al final, llevaron a los “capuchas”. Según el relato que hizo Basterra en el juicio ESMA, ese ingreso se habría producido entre el 3 o 4 de septiembre de 1979. “Fuimos llevados bastante brutalmente por un grupo de sujetos donde se olía mucho alcohol, esposados y engrillados y con la capucha puesta, tomando distancia del compañero que uno tenía adelante. Nos llevaron a un lugar donde el agua se notaba cercana. Había diálogo entre estos secuestradores que por ejemplo decían: ‘Mirá la vieja ésa se asoma por la ventana’. ‘¡Dejá que le tiro!’, decía uno. Y otro le decía: ‘Ahora no, que va a haber mucho ruido’. Se ve que era una lancha pequeña, descapotable, porque le tiraron una lona encima. Estábamos muy apiñados entre nosotros, yo tenía cuidado porque había sido lastimado por uno de los guardias en la columna. Cuando nos suben a un vehículo, lo que se comentó era que la salida era de la Apostadora Naval de San Fernando, yo pensé que nos esperaba un tiro en la nuca."

martes, 11 de junio de 2013

APL(1)Charla con Carlos Lordkipanidse, sobreviviente ESMA

APL(2)Charla con Carlos Lordkipanidse, sobreviviente ESMA

Nuevos testimonios en el juicio por crímenes en la ESMA

Las caídas de la columna norte

Elena Zunino habló sobre los secuestros de su hermana Lidia y su marido, Raúl Rossini, ambos militantes de Montoneros. También declaró Federico Ibáñez, en cuya casa estaba Daniel Kurlat, dirigente de la misma agrupación, cuando fue secuestrado.

 Por Alejandra Dandan

“¿Puedo decir algo más?”, le preguntó Elena Zunino a la presidenta del tribunal cuando la jueza había dado por concluido su testimonio. “Siento que yo vine a declarar también como víctima y como sobreviviente de esta situación de terror en la que vivimos los argentinos –dijo–. Quiero agradecer que se esté desarrollando este juicio porque realmente hace quince días que no duermo, que estoy tratando de recordar para rendirles homenaje a mi hermana y a Raúl (Rossini, el esposo) y en ellos a todos los compañeros que no tienen voz, que fueron callados por la represión. Aunque esto haya sido doloroso, algo de reparación siento en mi alma, algo hice, muchas gracias.”

El juicio a los marinos de la Escuela de Mecánica de la Armada avanza en la reconstrucción de una serie de caídas de la columna norte de Montoneros. Es la llamada “segunda caída”, que se produjo a partir de diciembre de 1976, luego de un rearmado de la organización tras los primeros secuestros posteriores al golpe de marzo. Uno de los militantes más buscados en diciembre era Daniel “El Monra” Kurlat, jefe de la columna norte, secuestrado finalmente el 9 de diciembre de 1976 con su hija, ella introducida en la ESMA y él visto moribundo en el centro clandestino. En los días siguientes se desata una feroz persecución que alcanza, entre otros, a Lidia Zunino. Ella pertenecía a ese mismo espacio político. Estaba casada con Raúl Rossini, también de Montoneros. Eran de San Juan. Ya estaban en Buenos Aires. Lidia era responsable de prensa y propaganda en zona norte. A ella la secuestraron el 10 de diciembre de 1976. La llevaron a la ESMA. A Raúl lo secuestraron en enero de 1977. No fue parte de esta “segunda caída”, fue situado por un sobreviviente en Campo de Mayo, pero también aparece en el listado de víctimas de la ESMA.

La audiencia de ayer tuvo a esos tres nombres en el centro. Primero declaró Elena Zunino, la hermana de Lidia, y luego otro de los secuestrados del caso, Federico Ibáñez, secuestrado por la Marina y la persona que había refugiado a Kurlat. Todos los casos están atravesados por uno de los ejes que empieza a ser investigado en el juicio, a partir, entre otros datos, de documentos desclasificados de la ex Dipba. Los expedientes dan cuenta de una articulación entre Campo de Mayo y la Marina, hasta ahora no trabajada en forma suficiente, según los fiscales. Eso abre la posibilidad de indagar sobre desplazamientos de hombres del Ejército al interior de la ESMA, en los interrogatorios y traslados de prisioneros.
Lidia y Raúl

Lidia y Raúl estudiaban en la Universidad Católica de San Juan, de donde fueron expulsados por sus ideales políticos. Luego de recorrer distintas provincias, ya perseguidos, en 1976 se establecieron en Buenos Aires. La hermana de Lidia, Elena, que a su vez era perseguida con su propia familia, se alojó durante treinta días en casa de ellos. “El contacto que tenía con mi hermana y su marido era muy familiar y afectuoso, pero evidentemente dada la represión, nos veíamos muy de vez en cuando y con mucha discreción”, explicó. La casa donde estuvo “no sé dónde era exactamente, porque por cuidados cerrábamos los ojos antes de llegar”. Supo que estaba sobre la calle Edison, cerca de la Panamericana, y que fue la misma casa desde donde secuestraron a su hermana, en medio de un operativo que describió como impresionante. “Raúl nos hablaba que habían sido los de la Armada. ¡Era la Armada, era la Armada!, nos decía. Aparentemente, mi hermana se defendió con mucha dignidad. Y él nos habló con mucha congoja, porque en ese momento tuvo un dilema muy grande: o entraba a ayudarla y a morir con ella o se iba a buscar a su hijo y salvaba a su hijo, que estaba en una guardería. Optó por lo segundo, sé que se fue con un peso enorme al haber visto lo que estaba pasando con su mujer.”

Durante la declaración, en la sala, Elena se detuvo más tarde en la caída de Rubén. Una noticia que conoció a través de la radio y luego vio publicada en diarios. A este punto ella volvió varias veces para criticar al modo en el que las empresas de medios se referían a la figura de los militantes.

“Nos enteramos de que cae Raúl por el diario y por supuesto que allí decían ‘extremista abatido’, ‘delincuentes’, ‘subversivos’ y en realidad no decían nada o decían lo que no era verdad.” Cuando secuestraron a su hermana, también apareció la noticia en los diarios. “Tanto en Clarín como en Crónica al día siguiente explicaron que ‘sediciosos’ habían sido ‘abatidos’, cuando en realidad no necesariamente era así en todos los casos, no fueron ni muertos, ni abatidos, eran tomados como prisioneros.”

Durante la dictadura, la madre de Zunino, convencida de que su hija estaba en la ESMA, se acercó al centro clandestino. “Tampoco se sabía qué quería decir todo eso, ella quería que al menos le dijeran dónde estaba su hija, viva o muerta.” Ahí no la dejaron avanzar. Como otras madres, visitó al vicario castrense Emilio Graselli. Ese hombre que sigue sin ser investigado, la segunda vez que la vio, le dijo en tono de advertencia: “Señora, usted tiene otras tres hijas”. En 1984 supieron por las primeras sobrevivientes que Lidia había estado en la ESMA. En 1995 o 1996 lo confirmaron a través del testimonio de otra sobreviviente, les dijo que Lidia había llegado muy herida y al poco tiempo “fue trasladada con lo que ello significaba: no trasladada a otro campo, trasladada seguramente en un vuelo de la muerte”.

De Raúl supieron que estuvo en Campo de Mayo por el testimonio del sobreviviente Cacho Scarpa-tti, pero ayer Elena supo además que su cuñado pudo haber estado también en la ESMA. Raúl y Lidia tuvieron un hijo: Juan Martín, de dos años y medio cuando secuestraron a sus padres. Una de las últimas veces que Elena vio a Raúl le pidió un teléfono para ubicar al niño si él tenía problemas. Raúl les dio un teléfono. Lo memorizaron y destruyeron. Cuando secuestraron a Raúl, llamaron al número. “En un primer momento negaron que estuviera ahí. El nivel de terror era grande para esa familia, de hecho, después supe que habían tenido problemas. Mi madre buscó a Juan Martín por todas las instituciones en que podía estar. Y como a los tres meses volvimos a hablar a esa casa y por suerte nos atendieron muy bien, reconocieron que estaba ahí y que no tenían mayores datos, sólo que la familia era de San Juan.”

–¿Recuerda dónde era la casa? –preguntó una querella.

–La casa de nadie, nadie iba a la casa de nadie.
El Monra

Apenas se sentó, Federico Ibáñez dijo: “Quiero anticipar que yo traté de recordar y es difícil recordar después de treinta y pico de años (...) Y cuando empecé a buscar en la guía Filcar no quería recordar, hay dolor para recordar, hay años que dificultan para recordar, quiero que quede claro”. A Federico lo secuestraron el 9 de diciembre de 1976. Y su testimonio permitió en la causa probar el secuestro de Kurlat. Kurlat estaba alojado en su casa de la calle Arce, hasta donde los marinos lo llevaron en un operativo. “Yo estaba tranquilo porque estaba convencido de que no iban a encontrar a nadie, ni al jefe de la columna norte ni a mi familia y no fue así, desgraciadamente. Mi señora se había ido con mis hijas, pero no le había avisado de lo ocurrido a Monra. Punto”, dijo después. “Ahí lo mataron, hubo un tiroteo que fue terrible.” El hombre explicó que pudo verlo ubicado desde una casa vecina y “después me llevaron de vuelta a la ESMA”. Cuando le preguntaron qué pasó con el Monra, él dijo “para mí lo habían matado, era imposible pensar otra cosa”.

Según los datos de la causa, a Kurlat le dispararon con un FAL en los riñones y entró agonizante a la ESMA. Graciela García habló de ese día en su declaración. Dijo que escuchó a una nena, que después supo que era su hija Mariana, gritar: “Quiero ir con mi papá”. Mercedes Inés Carazo, su esposa, estaba ya como prisionera en la ESMA. Y entre los hombres señalados como responsables de su muerte está el mayor del Ejército Juan Carlos “Maco” Coronel. El testigo ubicó a Coronel como el hombre que comandó su propio secuestro, así como interrogatorios en la ESMA. Esto también está relacionado con la hipótesis que investiga la articulación entre Campo de Mayo y la ESMA.

Durante los próximos días, el debate judicial continuará en esta línea. Los nombres de las víctimas de la “segunda caída” son muchos otros. Una de las pruebas que señala que el grupo de tareas de la ESMA tuvo responsabilidad en el secuestro de estas personas es el documento de la ex Dipba que da cuenta del operativo a Kurlat. Allí indican que son anoticiados a través de la comunidad informativa que “Daniel Kurlat (...) habría sido detenido por efectivos militares pertenecientes a la Escuela de Mecánica de la Armada (Area 420) sin intervención de fuerzas policiales. Se deja constancia que con respecto a la suerte corrida por el citado Kurlat se ignora si el mismo fue abatido o se encuentra en poder de fuerzas militares”. El documento data del 11 de diciembre. Una serie de recortes de diarios vincularon en aquel momento esa caída con las que se desataron en días posteriores. Y allí hay otro dato que también contribuye a la hipótesis que se investiga: los diarios citan como fuente al “Comando de Zona 1”.

sábado, 8 de junio de 2013

Judith Said declaró en el juicio por los crímenes cometidos en la ESMA

Asesinatos en el taller de confección

La mujer relató cómo acribillaron a su esposo, desaparecieron a sus dos hermanos y asesinaron a otros dos amigos. Luego saquearon el taller de la calle Riglos, un negocio familiar en el que se confeccionaba ropa.

Alberto Said y su madre, Linda Cohen de Said, tenían un taller llamado Ser en la calle Riglos. “Era un taller de confecciones”, enfatizó Judith Said en su declaración durante el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. “Lo digo porque era un emprendimiento familiar, no tiene nada que ver con la estructura montonera. Daba trabajo a mi compañero, militante de Montoneros, y a Raúl Ocampo, que era estudiante de Económicas, que así ayudaba a sostener sus estudios.” El 15 de noviembre de 1976, la madre de Judith se quedó en casa de ella. Judith estaba embarazada de ocho meses, con pérdidas y con ellas estaba su hija María y el hijo de su compañero, Ricardo Aníbal Dios. Para entender lo que pasó ese día, lo que pasó con esa familia y lo que en la lectura de la ESMA se llama la “caída del grupo de los profesionales” de Montoneros, es preciso seguir la historia. La carga de desaparecidos, secuestros, el robo de bienes y el trabajo de reconstrucción de los efectos de la represión muestran en un caso una de las dimensiones de la ESMA.

La mañana del 15 de noviembre, Ricardo Aníbal Dios se había ido al taller temprano. Hacía la distribución de ropa. En el taller estaban él, Alberto Said –hermano de Judith–, Raúl Ocampo y la empleada Salvadora Ayala. De casualidad se hallaban además otras dos personas que habían ido a avisarle a Alberto de la muerte del abuelo de su novia Marta. Las dos personas eran el hermano de Marta, Mariano Krauthmer, y su pareja, Beatriz Silvina Fitzman. “Quiero aclarar que todo lo que voy a contar no lo sé porque fui testigo directo porque no estuve –dijo Judith–. El que llegó a ver algo fue mi padre. La otra persona es Salvadora Ayala y lo sé solo por lo que me dice mi madre o mi padre, que hoy no están aquí porque han fallecido, pero serían ellos los que podrían atestiguar de primera mano lo que voy a relatar.”
Secuestros y asesinatos

El 15 de noviembre de 1976 “llamo al taller al mediodía desde un teléfono público para saber a qué hora tenía que ir mi madre y noto que mi hermano Alberto tiene una voz un poco rara, escucho voces de fondo y se corta la comunicación. Llamo a mi papá, que tenía una inmobiliaria. El no estaba y me atendió su empleada. Le pregunté si pasaba algo y me dice: ‘Sí, tu padre se fue con tu hermano Eduardo hasta la calle Riglos porque una vecina llamó para comentar que había habido problemas’”.

Por lo que pudo reconstruir más tarde, el operativo en el taller empezó mientras su hermano Alberto tomaba un café con Mariano y Beatriz. “Cuando mi compañero, Ricardo Dios, abre una puerta, una ráfaga lo mata, porque muere en el momento”, dijo como quien se decide única y necesariamente a ser testigo de una historia que debe contar. “El certificado de defunción así lo dijo: herida de tórax y de cráneo. Alberto, al escuchar esos ruidos, sube con Mariano a la terraza y les tiran también desde la terraza, a Mariano lo hieren, Alberto lo lleva hasta la puerta y pide a los gritos una ambulancia. Pero no tuvo ninguna atención y muere casi al ratito nomás. El pide que dejen de tirar, que eso era un comercio, que no tenían por qué seguir tirando. Ahí paran y preguntan por Eduardo (su otro hermano) y eso no es casual”, indicó.

Eduardo Said era el tercero de los hermanos. Abogado, una vez recibido pasó a militar en la gremial de abogados peronistas, defendía a los presos políticos y militantes de la UES, tenía su estudio con otros dos socios que también fueron secuestrados como parte de la caída de abogados y profesionales vinculados con la organización. Eduardo había sido funcionario del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. A partir de 1975, le allanaron el estudio hombres de civil identificados como de la Triple A y los amenazaron. Después del golpe, como su estudio estaba “un poco vedado”, muchas veces iba a trabajar al taller para atender casos particulares. Esa mañana no estaba ahí. La patota preguntó entonces por Alberto y Alberto salió. Mientras tanto, alertado por la vecina, el padre, Moisés, ya estaba en la esquina. No pudo acercarse porque la cuadra estaba vallada, pero a partir de ese momento se convirtió en testigo: alcanzó a ver un auto que se llevaba a Salvadora Ayala, a Beatriz y Raúl Ocampo o “por lo menos un vecino le dijo que ‘en ese auto se están yendo’”. También observó que se llevaron la Renoleta con la que distribuían la ropa y el Peugeot 404 de los hermanos.

Salvadora y Beatriz estuvieron durante 24 horas secuestradas en lo que pudieron identificar como la ESMA. Ahí vieron a Raúl Ocampo, pero después dejaron de verlo. Alberto se comunicó dos veces con su familia, como los marinos obligaron a otros. El y Raúl Ocampo están desaparecidos. El 24 de noviembre de 1976 secuestraron a Eduardo Said, el otro hermano, que también permanece desaparecido. Eran las seis de la tarde, lo levantaron en la esquina de Sarmiento y Pasteur, a punto de reunirse con su padre. Cuando llegó y vio el tumulto de gente, Moisés supo que su hijo antes de ser secuestrado gritó “Soy ciudadano argentino, abogado” y dio su nombre de viva voz. Eduardo estaba investigando el secuestro de su hermano y de Ocampo. Fue visto en la ESMA, entre otros, por Horacio Maggio, el secuestrado que logró escapar y escribió una carta que es uno de los primeros documentos de la represión en ese centro clandestino. Maggio, que fue recapturado, asesinado y mostrado para amedrentar al resto de los prisioneros, situó a Eduardo en ese espacio. Estaba casado con Claudia Yankelevich. Ella y su hermana Andrea están desaparecidas. Andrea estaba casada con Daniel Marcelo Shapira, socio de Eduardo en el estudio. Está desaparecido. Tuvieron un hijo: Pablo Daniel Shapira, secuestrado y recuperado después. En ese grupo también estuvo Carlos Caprioli, el otro socio del estudio, secuestrado y liberado después.
El robo

“Vuelvo al día 15 de noviembre”, pidió Judith durante la audiencia y volvió al taller. La Comisaría 12ª estaba a cargo de Armando Fava e hizo un inventario con la descripción de lo que se vio ese día en el taller: “Cuerpos, posiciones, describe qué máquinas del taller había, los rollos de ropa para confeccionar, las polleras: 150 polleras listas para ser entregadas y esto lo digo porque muchas de las versiones que le han dado a mi padre decía que el taller estaba lleno de armas: con 150 polleras no hay manera de que puedan estar escondidas ahí”.

Según los vecinos, tras el operativo llegaron camiones donde llevaron todas las mercaderías, los rollos de ropa, las polleras, las máquinas, los libros, “o sea que todo eso fue sustraído a pesar de que figuraba en el inventario de la comisaria”. Judith no volvió a su casa. En el taller estaba el contrato de alquiler con su dirección. Era una casa alquilada. Se refugió en lo de unos amigos. Cuando llamó al dueño de su casa, el hombre le dijo que tenía que comunicarse con el Ejército, que a él lo habían saqueado, le habían puesto explosivos y “no podía hablar”. Más tarde supo que a su casa le habían hecho lo mismo: la explotaron y se llevaron todo.

El 1º de enero de 1977, Moisés recibió una notificación según la cual podía ir buscar las llaves del taller al Primer Cuerpo del Ejército. Cuando entró en el taller, lo encontró prácticamente vacío y destruido. “Se llevaron de todos modos algunos libros del banco, de proveedores, de clientes, material que sostuvo que eran muy importantes para el futuro juicio. Los tengo yo –dijo ella–, tengo toda esta documentación, pero no encontró ni las polleras inventariadas, ni las máquinas, ni los rollos de tela. Pero tampoco encontró la cartera y documentos de cheques a cobrar. Con el listado, mi padre se entrevistó con proveedores y explicó que le habían saqueado todo. Fue a ver a los clientes y para su sorpresa le dicen que los documentos y los cheques se estaban ¡cobrando! ‘Tu hijo no está, pero alguien los cobra’, le dijeron. Y efectivamente cheques y documentos que están en el acta de la comisaría también fueron cobrados. Me parece importante esto –aclaró Judith– porque en realidad toda la documentación que mi padre fue acuñando tenía que ver con la posibilidad de un juicio, civil, penal, criminal. Y creo que no estaba del todo equivocado.”

María, la hija más grande de Judith, estuvo en la sala. En las sillas también estaba Ricardo Dios, que nació por cesárea en medio de los escapes y del dolor.

viernes, 7 de junio de 2013

Basta de privilegios para los genocidas!!!

Con profunda preocupación y sorpresa, vemos hoy que el represor, torturador y apropiador de menores, JUAN ANTONIO AZIC, quien fuera alojado recientemente en el Complejo Penitenciario Federal N° 1 de Ezeiza, en el dispositivo denominado “Programa Interministerial de Salud Mental” por orden del Juzgado Nacional y Correccional N° 2 que instruye la causa sobre “Apropiación de Menores”, ha sido beneficiado con el privilegio de ser nuevamente regresado al sitio donde estuvo internado durante varios años, la privadísima Clínica Psiquiátrica San Jorge, que por supuesto abona su obra social, por orden del Tribunal Oral Federal N° 5.

El correlato lógico de la demora en la administración de justicia es la mera consecuencia de la perpetuación de la impunidad.
Alrededor de 320 genocidas han muerto en estos años sin ser condenados o apenas comenzando a cumplir sus condenas, y otros ni siquiera están en condiciones de afrontar un juicio. El paso del tiempo, permitido por la justicia, se ha ocupado de garantizarles las incapacidades necesarias para no ser juzgados, condenados y recluidos en la cárcel en virtud de la magnitud de los crímenes perpetrados.

Otros han logrado que distintas afecciones de salud les permitan gozar de los beneficios de la “prisión domiciliaria” en la comodidad de sus hogares, al mes de marzo de 2013, 788 represores se encontraban detenidos en todo el país, pero casi el 40% de ellos lo están en domiciliaria –alrededor de 300 genocidas. Beneficio del que no gozan la mayoría de los presos comunes que se hacinan en las cárceles, muchos de los cuales padecen enfermedades graves contraídas aún dentro de los muros de los penales.

Esta secuencia de demoras, enfermedades e impunidades –“impunidad biológica” o la “estrategia Pinochet” como la llaman algunos- merece ser contextualizada: el Estado Argentino garantizó la impunidad de un modo puro y directo entre 1975 y 1983 mediante la negación cínica de los delitos que hoy se consideran genocidio en el marco de los delitos de lesa humanidad, y que formaban parte de un plan sistemático; luego vino un periodo de disputas, avances limitados y maniobras para cercar los juicios y acotarlos hasta que, tras la sublevación de Semana Santa de 1987, se renovó la impunidad con forma jurídica y bajo gobierno electo por normas constitucionales; luego se redobló la apuesta y se libraron hasta los pocos condenados en el Juicio a la Junta (causa 13) hasta que las luchas populares fueron erosionando la uniformidad judicial y para fines del siglo XX se lograron las primeras declaraciones de inconstitucionalidad y la apertura o reapertura de algunos juicios.

Discutir la impunidad biológica y los derechos de los reos que sostienen gozar del derecho a la presunción de inocencia hasta que las sentencias sean confirmadas por la Corte Suprema, implica borrar la historia del compromiso del estado con la impunidad y pretender ocultar su responsabilidad en la situación creada, prolongando, de alguna manera, la intromisión estatal en favor de los genocidas.

Mientras ambos tribunales discuten en la Cámara de Casación Penal el lugar de detención del imputado nosotros recordamos las garantías que los asisten. Garantías de las que por supuesto “no gozamos los sobrevivientes de los Centros Clandestinos de nuestro país durante la dictadura y aún mucho menos que nosotros los miles y miles de compañeros torturados y desaparecidos.
También nos preguntamos si una patología suicida pervive durante más de diez años. Nadie es un suicida en ciernes: o mejora o lo concreta.

Por otra parte debemos plantear que, desde la psicopatología, la internación de un sujeto, tal como la plantea la ley de Salud Mental, presenta como requisito la existencia de un riesgo cierto e inminente de atentar contra la propia integridad física o la de terceros. Siendo éste un recurso terapéutico puntual, tiende a compensar psiquiátrica y psicológicamente al individuo afectado, para proceder a su externación en el menor tiempo posible, continuando con los controles necesarios en el ámbito de vida natural de la persona. En el caso de Azic, este ámbito es la prisión de Ezeiza.

Es en este lugar donde el Estado, en tanto responsable de la atención de la salud física y psicológica de los detenidos, debe proveer de los dispositivos terapéuticos necesarios para continuar el tratamiento del condenado Juan Antonio Azic en la unidad penitenciaria de Ezeiza: sin ningún privilegio que lo diferencie de cualquier otra persona presa.
Y en tanto esta situación se mantiene indefinidamente, no recibimos ningún tipo de información acerca del destino de nuestros compañeros detenidos – desaparecidos, ni de sus hijos apropiados en cautiverio o al ser secuestrados junto a sus padres, solo un puñado de hijos recuperados –en su mayoría con el aporte de los testimonios de los sobrevivientes y el esfuerzo de los organismos de derechos humanos, confirman la verdad. Esa verdad que desborda en cada testimonio brindado por las víctimas y sus familiares en cada audiencia del juicio Esma II.

Finalmente entendemos que la justicia, que se presume igual para los represores genocidas que para los ladrones de gallina, deberá proveer los sitios adecuados en las instituciones carcelarias para todos, en pie de igualdad con los pobres de toda pobreza, aquellos que en su inmensa mayoría ni juicio tienen puesto que la falta de defensa técnica adecuada –responsabilidad estatal incumplida- los compele a aceptar juicios abreviados donde se presume la culpabilidad y se discute la pena, y donde las depresiones y adicciones son tratadas con aspirinas y curitas.

CÁRCEL COMÚN Y EFECTIVA PARA TODOS LOS GENOCIDAS YA!!!

Asociación de Ex Detenidos – Desaparecidos (AEDD) – Asociación de Profesionales en Lucha (APEL) - Comité de Acción Jurídica (CAJ) – Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (CeProDH)- Comisión por los DDHH de Trenque Lauquen Pcia. Bs. As. – Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo (CADEP)- Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (EATIP)- Liberpueblo – Liga Argentina por los derechos del Hombre (LADH) – Vecinos de San Cristóbal contra la Impunidad – Andrea Bello (querellante) – Patricia Walsh (querellante).

martes, 4 de junio de 2013

El testimonio de Beatriz Tebes. “Me quedé con mucho miedo”

Tebes fue secuestrada a los 17 años, en mayo de 1976, en la villa del Bajo Flores. Confirmó el paso por la ESMA de los curas Jalics y Yorio, secuestrados el mismo día que ella, y habló sobre los efectos que tuvo en su vida el terrorismo de Estado.

Por Alejandra Dandan

“Siempre tuve la sensación de que lo mío no había sido nada frente a la desgracia de muchos compañeros; fue menos de un día, pero debe ser que la huella me marcó porque así estoy”, dijo Beatriz Tebes en el juicio a los marinos de la Escuela de Mecánica de la Armada. Beatriz tenía 17 años cuando la secuestraron, el 23 de mayo de 1976, en la villa del Bajo Flores, el mismo día que la Marina se llevó a los curas Orlando Yorio y Francisco Jalics. Ella estuvo entre un grupo de catequistas secuestrados. En términos de números y cuentas, su estadía en la ESMA duró desde las once de la mañana de ese domingo hasta las cinco de la madrugada del lunes. La liberaron con sus compañeros, pero no volvió a ponerse en contacto con ellos hasta semanas más tarde. En ese sentido, la audiencia mostró parte de los efectos de la dictadura que siguieron: “No volví más a la villa, por miedo”, dijo Beatriz. Tampoco lo hizo el grupo que trabajaba en ese espacio. “En eso me cortaron un poco, lo nivelé con mi tarea docente y el trabajo en La Matanza, pero no es lo mismo trabajar con los niños carenciados”.

Hacia el final, el presidente del Tribunal volvió a preguntarle por las consecuencias. “Y... –dijo ella– consecuencias es tener miedo. Esto pasó en mayo del ’76, muy poco después del 24 de marzo, yo ya no iba más a la escuela secundaria, y era un momento en el que uno quiere abrir nuevos lugares, conocer nuevas personas, se anota para estudiar; pero yo me anoté en el profesorado de enseñanza primaria, quería estudiar psicología, pero había mucho militar en la facultad, no hice la carrera: me quedé con mucho miedo.”

Beatriz iba al barrio donde estaban los curas Yorio y Jalics desde 1974. Hacía el secundario en el colegio María Ana Mogas, de Mataderos, colegio de hermanas franciscanas. Los sábados preparaba a los chicos para la primera comunión. Los domingos volvía a la misa de once.

“Ese domingo 23, yo estaba de espaldas a la puerta, pero al escuchar unos ruidos giro la cabeza y veo una movida de un colectivo, pintado de marrón, muchos coches y mucha gente, hombres, y a primera vista parecían soldados”, explicó. “Nos miramos entre nosotros. La misa continuó y terminó. Al finalizar, esta gente entró a la capilla diciendo que los que eran del barrio se tenían que ir y quedarse en sus casas sin salir. Y nos quedamos solamente nosotros, no recuerdo bien qué hora era, pero teniendo en cuenta que la misa arrancaba a las once, serían las doce, porque era el final”.

La casa de Yorio y Jalics estaba del otro lado de una calle. Los dos curas no daban la misa porque les habían suspendido el ejercicio sacerdotal. Beatriz no sabe cuánto tiempo pasó. “El recuerdo fuerte arranca cuando nos suben arriba del colectivo pintado de marrón y verde. Nos colocaron capuchas en la cabeza y nos hicieron sentar en el piso. Al subir, vimos quiénes éramos: subimos nosotros, la gente del grupo, los catequistas y ese día iba gente por primera vez a conocer el lugar, con la intención de trabajar en el barrio, gente que yo no conocía siquiera de nombre”.

Así, en el grupo estaban Silvia Guiard y María Elena Funes, que declararon semanas atrás. Pero también dos adolescentes de un secundario que habían ido por primera vez con su profesora de historia. Y un muchacho que iba por segunda o tercera vez.

“En el colectivo, una compañera reza el padrenuestro en voz alta, porque desde el momento en que dejamos de ver quisimos escucharnos, pero nos dijeron que no, que basta, silencio. Y al rato otra vez nos pusimos a rezar en voz alta. Nos volvieron a decir ‘basta’. Uno de ellos dijo: ‘De ahora en adelante, el fusil va a hablar por mí’. Yo tenía 17 años, ahora tengo 54, pasaron los años pero eso me quedó”.
En la ESMA

Beatriz supo que estuvo en la ESMA “mucho tiempo después”, contó. “Cuando empezaron a verse imágenes en la tele y mostraban un lugar que llaman el Sótano. Yo tuve esa memoria de que cuando tuve las manos hacia atrás, eran unas columnas cilíndricas. Después me di cuenta de que había estado ahí, no en ese momento.”

En ese momento no sabía qué era. “Siempre con la capucha, me ataron los brazos a un costado y algo pesado me pusieron en los pies para inmovilizarme. Y ahí me sentí muy mal, empezamos a hablar para escucharnos, pidieron silencio y nos callamos, obviamente, el miedo nos dominó”. Después la pasaron a otro lado. “Estoy yo con una persona sola. Esa persona, que era un hombre, me dice: ‘Ahora te voy a sacar la capucha’, y yo no sé si me la saqué o me la sacó él, pero lo primero que vi es que él tenía puesta una capucha y se le veían los ojos. Fue muy feo. Todo era feo y yo seguía asombrándome, cada vez peor”.

El hombre le preguntó para qué iba al barrio. Qué hacía. Ella le habló de catequesis. Que querían que los niños tomaran la comunión. Que por las características del barrio, la Iglesia tenía que acercarse a las casas. “Me escuchó, pero no hubo diálogo, no fue conversación”. Le preguntaron por los volantes que tenía en la cartera. Los papeles tenían horarios de las clases de catequesis y de misa. Le pidieron que dibujara algo. “Dibujé una cruz y escribí una oración pidiéndole a Jesús que nos ayudase a todos en este momento.” Finalmente, “ese señor” volvió a ponerla a prueba. “Tenía un arma y me la dio. Y yo como me la dio, se la di; si la intención era ver qué hacía, se la di enseguida. También me preguntaron si tenía novio y si tenía relaciones con mi novio. También por nombres, apellidos que yo no reconocía. Pero insistían en nombrármelos”.

Entre los nombres le preguntaron por Yorio y Jalics. Para la causa, su testimonio volvió a confirmar el paso de los sacerdotes y de las catequistas por la ESMA. Y los efectos de la represión. A ella y a sus compañeros los cargaron en dos autos para sacarlos del centro clandestino. Antes de salir, les advirtieron que no volvieran al barrio. “Bueno, acá llegó una orden”, les dijeron. “No me queda claro a mí si nos iban a liberar, pero nos dicen: no pueden volver a pisar la villa y si vuelven, van a aparecer muertos en un zanjón”.

Los dejaron en la Panamericana. Vieron un cartel. Una estación de servicio con un sereno. En esa época no había teléfono en la casa de Beatriz. Una de sus compañeras hizo contacto con alguien. Les explicaron cómo volver. Tomaron el 15, y ella después se tomó el 28 hasta el límite entre Capital y provincia, en Lomas del Mirador