jueves, 9 de enero de 2014

ESMA: “Hay testigos que nunca declararon por miedo”

El juicio por los delitos de lesa humanidad ESMA III se encuentra en la mitad del proceso. Los fiscales Guillermo Friele y Mercedes Soiza Reilly, cuentan en esta entrevista cómo funcionaba el ex Centro Clandestino de Detención y qué las líneas de investigación se fueron abriendo a partir de los testimonios.
En las paredes de las oficinas de los fiscales Guillermo Friele y Mercedes Soiza Reilly, que llevan adelante la causa ESMA III, hay poco espacio para las fotos familiares u otros objetos personales. Ese lugar es utilizado por afiches a todo color con cuadros de doble entrada que detallan en las columnas los nombres de los victimarios y en las filas a las víctimas. Está señalado qué represor estuvo a cargo de qué secuestro, tortura, o asesinato de las 800 personas que son “casos” en este juicio. Cuelga de la pared también un organigrama que describe roles y posiciones de los represores dentro de la ESMA, variante según el período que se tome.

Los números de la megacausa son elocuentes: desde el 28 de noviembre del año de 2012, el Tribunal Oral Federal 5 juzga a 67 represores -entre ellos 8 acusados por los “vuelos de la muerte” y 2 civiles- por los crímenes contra 789 víctimas. Al inicio, estaba previsto que declararan 830 testigos, muchos de los cuales serán difíciles de hallar por el paso del tiempo.

Pero más allá de los números, hablar de la ESMA es hablar de un Centro Clandestino de Detención (CCD) donde se realizó trabajo esclavo -los fiscales prefieren hablar de mano de obra esclava-, que funcionó como maternidad clandestina –solo entre mayo de 1977 y noviembre de 1978 se llevaron a cabo al menos 15 partos, por lo que fue llamada por los represores “la Sardá” de los centros clandestinos; allí dieron a luz mujeres secuestradas en Buzos Tácticos de Mar del Plata, La Perla, el Banco o Coordinación Federal.

-¿En qué estado está el juicio por delitos de lesa humanidad ESMA III?

- Guillermo Friele: Nos encontramos en la mitad del juicio, de un global de 880 víctimas o casos, estamos transcurriendo los del año 1977, por eso calculamos que durante un año más vamos a seguir recibiendo declaraciones testimoniales. La mayoría de los imputados se negaron a declarar o hicieron algún panfleto ideológico en defensa de la llamada lucha contra la subversión. En general, no vienen a las audiencias y siguen el juicio por los circuitos cerrados de TV desde sus unidades de detención.

-¿Qué implica para ustedes ser fiscales del juicio ESMA, el Centro Clandestino de Detención (CCD) más emblemático de la Marina, por donde pasaron unas 5.000 personas? ¿Y cuál es la particularidad de este proceso?

-G.F: Junto con Mercedes Soiza Reilly ya habíamos trabajado como fiscales en la causa de Automotores Orletti y luego en la de Base Naval 2 de Mar del Plata. Ahora bien,  el juicio de la ESMA es un juicio histórico, no solo por todo lo que representa el CCD más importante por el volumen de víctimas y por todo lo que trajo aparejado, sino por el carácter de los imputados, entre ellos (Jorge) “El Tigre” Acosta, (Alfredo) Astiz, (Antonio) Pernías, (Juan Carlos) Rolón, (Raúl) Scheller, (Ricardo) Cavallo, todos personajes muy emblemáticos de la dictadura militar. Nos llena de orgullo que la Procuradora (Alejandra) Gils Carbó haya puesto en nuestras cabezas esta responsabilidad.

-En el juicio anterior por los delitos cometidos en la ESMA hubo 18 condenados, 12 de ellos a cadena perpetua y 2 absueltos (Rolón y Pablo García Velasco) mientras en el juicio actual son 67 los imputados, ¿Qué diferencias establecen?

-G.F: No hacemos una distinción tajante en relación a los imputados, entendemos que todos pertenecen a la estructura militar de la Armada, salvo los civiles: (Juan) Alemann, secretario de Hacienda de (José Alfredo) Martínez de Hoz y Gonzalo Torres de Tolosa, que colaboraba con las tareas de la ESMA. Lo importante es que estén dentro de la estructura de la Armada y de la actividad represiva que generaban esas estructuras.

- ¿Puede trazar una cronología del funcionamiento del CCD?

-G.F: Los primeros secuestrados que fueron alojados en la ESMA ingresaron en 1976, en una fecha muy próxima al 24 de marzo. En 1976 no se verifica trabajo esclavo, que aparece y se incrementa en los años siguientes. Hay que tener en cuenta los cambios que se hicieron con la visita de la Comisión Interamericana en 1979 o para desvirtuar los dichos de (Sara) Osatinsky, (Ana María) Martí y Alicia (Milia de Pirles), quienes denunciaron las torturas en la ESMA al llegar al exilio. Esto sale de los cánones de otros CCD donde siempre se mantuvieron los mismos métodos. Que la ESMA fuese un CCD tuvo que ver con la coordinación represiva y con la división en zonas por parte de la Junta Militar. No es casual que se haya elegido el casino de oficiales para alojar a los cautivos que iban secuestrando. Tampoco es casual que en la ESMA se haya concentrado a los detenidos de la organización política Montoneros, aunque por supuesto hubo detenidos de otras agrupaciones.

-En una entrevista con  este medio, el abogado Jorge Luis Campobassi (quien junto con Guillermo Fanego defiende en forma particular a 13 imputados), cuestionó el rol de las querellas y la fiscalía y sostuvo que utilizan el criterio de responsabilidad objetiva, ¿Qué puede decir al respecto?

-G.F: La responsabilidad objetiva está prohibida en el derecho penal porque la responsabilidad penal se determina por el acto, el acto externo que realiza una persona que está reflejado o descripto dentro del Código Penal argentino. Nosotros, tanto la causa Orletti como en la de Base Naval de Mar del Plata, llevamos la responsabilidad penal por el acto y vamos a  probar las responsabilidades penales siguiendo los lineamientos constitucionales que determina una acusación válida.

-En el juicio anterior, el TOF 5 le pidió a la Corte que promueva ante los organismos de Derechos Humanos internacionales la inclusión de la figura del perseguido político en el delito de genocidio, ¿Esta fiscalía piensa pedir algo similar?

-G.F: Desde la causa Automotores Orletti tenemos una decisión jurídica tomada en relación a que aplicamos lo que eran las figuras o los tipos penales vigentes a al momento de los hechos. Esta es la postura que entendemos se debe llevar adelante, sin dejar de notar que hay jueces, fiscales y tribunales orales que sostienen lo contrario.

-¿Qué líneas de investigación se abren luego de haber escuchado durante este año a más de 200 testigos?

-G.F: Estamos viendo que aparecen más víctimas que nunca fueron judicializadas, que por alguna razón no se presentaron en organismos y se perdieron en la maraña de estos casos. Nosotros vamos a solicitar que se nos den los testimonios correspondientes para que se inicien investigaciones en relación con nuevas víctimas y nuevos imputados. Vemos que aparecen nuevos actores, que no habían sido en tomados en cuenta por los jueces que instruyeron, y que empieza a aparecer mucha complicidad de ámbitos civiles, judiciales, y obviamente de la Iglesia, que colaboró con el terrorismo de Estado. En cuanto a los delitos de violencia sexual, creemos que se puede condenar como delito autónomo respecto del delito de aplicación de tormentos.

-En el juicio aparecen constantemente testimonios de familiares de desaparecidos que jamás se presentaron a la justicia ni a un organismo de derechos humanos, ¿qué reflexión pueden hacer sobre esto?

-G.F: A mí me parece que el elemento más contundente, por el que muchos jamás declararon, es el miedo. Hemos escuchado que no querían hablar de determinadas cuestiones por miedo. El miedo perdura, 37 años y sigue perdurando.

-Mercedes Soiza Reilly: son familias diezmadas, no todos pudieron reconstruir la historia nuevamente. La gente tiene que venir a denunciar su caso, por más que sea la primera vez.

G.F: Hay miedo a la realidad, a que te digan “está desaparecido”. Hay muchos testimonios de gente mayor que te dice “yo sigo esperando que me toquen el timbre”. Es una de las secuelas más importantes que dejó el terrorismo de Estado

viernes, 3 de enero de 2014

Syra Villalain : una pasión argentina

A los 87 años contó en detalle, con perfecta ilación y fechas exactas, la destrucción de su familia. Dos violentos allanamientos y dos secuestros, un padre que escucha cómo torturan a su hijo, el exilio de los sobrevivientes.

 Por Alejandra Dandan

Syra Villalain tiene 87 años. Hace rato ya que enumera con toda precisión una serie de fechas ante los jueces del tribunal de la causa ESMA. Son tantas que parecen dar cuenta de un enorme clan de familia, pero en este caso no hay aniversarios festivos, sino una cadena interminable de días, meses y hasta años que enumeran los efectos de la dictadura sobre su familia. Una de las primeras fechas que aparece es la madrugada del 17 de febrero de 1977, en la casa de Floresta. Una patota revisa los doce ambientes de las dos plantas, revuelve todo, da vuelta todo y se lleva a la fuerza a Eduardo Alvaro, el hijo más chico de los siete que tienen Syra y su marido, el médico del barrio Eduardo Manuel Franconetti. Unico varón, de la familia, tenía 18 años, había militado en la UES, pero a esa altura ya no lo hacía.

“Yo quiero destacar entre las secuelas de la represión del terrorismo de Estado la destrucción de tantas familias como la mía”, dijo la mujer al Tribunal Oral Federal 5. “Nosotros, yo, tenía siete hijos. Mi marido era médico, médico de gente pobre, médico de barrio como los que había antes. Eramos una familia con dificultades y con problemas, como ocurre en tantísimos hogares, pero mi esposo tenía derecho a conocer a sus nietos y mi hija y su marido (también desaparecidos más tarde) tenían derecho a ver crecer a sus hijas. Lo que pasó con mi familia no fue solamente con una o dos familias, sino con treinta mil que sufrieron lo más terrible que le puede pasar a un adulto, que es vivir la muerte de un hijo.”

Syra habló sin pedir recesos. Sólo alguna vez les pidió a los jueces “un segundito”. Tomó agua como quien aprendió a darse fuerza con lo que tiene a mano y siguió. El grupo armado que entró a la casa hizo una revisión minuciosa. “Los doce ambientes quedaron totalmente desordenados, con los pisos cubiertos por las cosas que fueron sacando de los placards y muebles.” Además de llevarse a su hijo Eduardo, se llevaron por unas horas a su esposo Eduardo Manuel, al que liberaron a la mañana siguiente. Eduardo padre estuvo alojado en una celda de un sótano, desde donde pudo sentir lo peor. “Pudo llegar a oír –dijo Syra– los gritos de mi hijo, que estaba siendo torturado.”

Ese mismo 17 de febrero, otra patota entraba a una casa de Sarandí donde vivía la segunda hija de Syra, Ana María, poco más grande que Eduardo, también antigua militante de la UES y para ese momento artesana en Plaza Francia. Ana María vivía con su compañero y el padre de su compañero, ambos uruguayos. Esa noche, su compañero no estaba. La patota entró, ató al hombre mayor, a una pareja que estaba de visita y se llevó a la chica. Con el tiempo, lo único que supo la familia de los dos hijos más chicos es que fueron vistos en el centro clandestino del Atlético. “Fue un día terrible porque ese día entraron al centro clandestino del Club Atlético 19 pibes de la UES, muchos del Nacional Rivadavia y de los cuales sólo hay dos sobrevivientes.”

Las fechas de las que Syra habló en la audiencia continuaron. Un 29 de marzo de ese mismo año, 1977, no hubo patotas, ni secuestros pero Eduardo padre murió de algo que su familia menciona como tristeza. “Los secuestros, de sus hijos no sólo lo afectaron afectivamente, sino que –agregó su mujer– lo sacudió enormemente en la visión que tenía de la sociedad. No pudo resistir. Era un hombre joven. En el momento en que murió tenía 64 años. Y se murió de pena, de dolor, como murieron tantos padres y madres ante semejante situaciones.”

Syra fue convocada en la audiencia de la ESMA para dar cuenta de lo que en realidad siguió a partir de ese momento. El 11 de septiembre de 1977 una patota secuestraba a Adriana María, su hija más grande, y a su compañero, Jorge Donato Calvo. Ellos hacían la cola en el cine Ritz de Cabildo y Olleros para ver una película de Buñuel, Los olvidados, apuntó Syra en unas notas. Se llevaron a los dos. Tenían dos hijas, una había cumplido un año y “no caminaba”, escribió su abuela alguna vez. La otra tenía casi tres años. Esa tarde las habían dejado con los padres de Jorge. Ellos fueron los primeros que se dieron cuenta de que no volvían. Adriana estudiaba antropología, era empleada administrativa en Obras Sanitarias. Jorge era médico residente en el Hospital Ramos Mejía. Los dos militaban en Montoneros zona norte, él en el área de Sanidad.

“En el primero de los homenajes que se hizo en el Ramos Mejía por sus desaparecidos, creo que son nueve –dijo Syra a los jueces–, tuve la suerte de encontrar a un compañero de Jorge que todavía está en el hospital y que había guardado dos cuadernos de anotaciones que habían quedado en el armario donde mi yerno guardaba sus cosas. Me los entregó y ahora los atesoran mis nietas.”

Adriana y Jorge se habían conocido en el Nacional de Buenos Aires. “Los dos fueron excelentes alumnos, fueron alumnos brillantes, eran personas inteligentes, preocupadas por la realidad y deseosos de promover una igualdad de oportunidades para todos. Era un momento en que en toda América latina despertaban movimientos populares. Y ellos estaban inmersos en ese deseo colectivo de transformación de la sociedad.”

Desde Montoneros trabajaron en una serie de barrios populares, desde San Fernando hasta Carupá, que hoy ya no existen, dijo. “Todo eso fue loteado y urbanizado, ayudaron a los que allí vivían a organizarse para pedir la luz, el asfalto, las cloacas, el agua corriente, una guardería, una salita de primeros auxilios. Al mismo tiempo se dedicó mi hija a hacer trabajos de alfabetización y de ayuda escolar y Jorge trabajó en el área de Sanidad.”

Syra supo que no estaban cuando la llamaron al trabajo. Al otro día presentaron un hábeas corpus y al otro publicaron una nota con la denuncia en el diario Buenos Aires Herald. Gracias a la nota, dijo la mujer, supieron con los años que Adriana y Jorge habían estado en la ESMA. Un grupo de detenidos desaparecidos obligados a realizar trabajo esclavo leyeron la noticia y la relacionaron con la llegada a Capucha de una pareja que aparentaba ser muy joven.

“En verdad, tanto mi hija como mi yerno tenían 27 años, pero aparentaban muchísimo menos –dijo ella–; de hecho, en algunos cines les pedían documentos para entrar porque pensaban que eran pibes.”

En la ESMA los vieron varios sobrevivientes. Syra fue conociendo distintos relatos. Alguna vez los situaron en momentos distintos al operativo y para certificarlo todo de nuevo ella fue al Herald a revisar toda la edición 1977. Buscó operativos en cines. Vio uno en el Splendid de la avenida Santa Fe, otro enfrente, pero sólo uno en Belgrano, el de su hija. Lila Pastoriza los mencionó en el Juicio a las Juntas y Alicia Milia de Pirles dijo que lo vio a Jorge desde su cucha, “y que la sorprendió porque tenía un aspecto muy, muy joven y le llamó la atención porque estaba bien vestido y limpio, no como los que estaban en el campo”. Ese dato es importante para la familia, pero también para los fiscales por ejemplo. Aunque parezca pequeño, la idea del estar bien vestidos puede asociarse a la ida al cine.

Adriana al parecer estuvo sólo unos días en la ESMA y Jorge unas semanas. Ambos están de-saparecidos. También lo están los dos hijos más chicos de la familia, Eduardo y Ana María.

Cuando terminó de contar todo esto, Pablo Llonto, abogado de la querella, le preguntó si podía explicar qué pasó con el resto de los hijas.

“Yo, después de que sucedió todo esto, tenía cuatro hijas que habían salvado sus vidas. Tres de ellas viajaron a México, donde estuvieron exiliadas. México realmente fue un país que acogió a los exiliados argentinos, los ayudó, pero el exilio siempre fue duro. Una de mis hijas hizo estudios universitarios, estudió psicología y allí estuvieron. Una volvió junto con la democracia, vino con Alfonsín. Y las otras dos volvieron más tarde. Y aquí quedó una sola, que no viajó porque en ese momento estaba casada con un chico que a los 23 años murió de cáncer.”

En México vivieron María Teresa, María Mercedes y María Gloria. María Victoria fue la que quedó viviendo en Buenos Aires.

“Yo quiero simplemente expresar mi satisfacción por la concreción de estos juicios que, la verdad, llegan un poco tarde, pero están funcionando”, dijo Syra. Y agradeció a los que sobrevivieron a los campos. “Ellos, después de vivir las atrocidades por las que tuvieron que pasar, tuvieron el coraje de dar sus testimonios y en gran parte muchos dieron sus testimonios antes de llegar la democracia. Eran noticias terribles, pero paradójicamente nos dieron seguridad porque uno ahí supo dónde estábamos parados y qué es lo que teníamos que hacer.”