Asesinatos en el taller de confección
La mujer relató cómo acribillaron a su esposo, desaparecieron a sus dos hermanos y asesinaron a otros dos amigos. Luego saquearon el taller de la calle Riglos, un negocio familiar en el que se confeccionaba ropa.
Alberto Said y su madre, Linda Cohen de Said, tenían un taller llamado Ser en la calle Riglos. “Era un taller de confecciones”, enfatizó Judith Said en su declaración durante el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. “Lo digo porque era un emprendimiento familiar, no tiene nada que ver con la estructura montonera. Daba trabajo a mi compañero, militante de Montoneros, y a Raúl Ocampo, que era estudiante de Económicas, que así ayudaba a sostener sus estudios.” El 15 de noviembre de 1976, la madre de Judith se quedó en casa de ella. Judith estaba embarazada de ocho meses, con pérdidas y con ellas estaba su hija María y el hijo de su compañero, Ricardo Aníbal Dios. Para entender lo que pasó ese día, lo que pasó con esa familia y lo que en la lectura de la ESMA se llama la “caída del grupo de los profesionales” de Montoneros, es preciso seguir la historia. La carga de desaparecidos, secuestros, el robo de bienes y el trabajo de reconstrucción de los efectos de la represión muestran en un caso una de las dimensiones de la ESMA.
La mañana del 15 de noviembre, Ricardo Aníbal Dios se había ido al taller temprano. Hacía la distribución de ropa. En el taller estaban él, Alberto Said –hermano de Judith–, Raúl Ocampo y la empleada Salvadora Ayala. De casualidad se hallaban además otras dos personas que habían ido a avisarle a Alberto de la muerte del abuelo de su novia Marta. Las dos personas eran el hermano de Marta, Mariano Krauthmer, y su pareja, Beatriz Silvina Fitzman. “Quiero aclarar que todo lo que voy a contar no lo sé porque fui testigo directo porque no estuve –dijo Judith–. El que llegó a ver algo fue mi padre. La otra persona es Salvadora Ayala y lo sé solo por lo que me dice mi madre o mi padre, que hoy no están aquí porque han fallecido, pero serían ellos los que podrían atestiguar de primera mano lo que voy a relatar.”
Secuestros y asesinatos
El 15 de noviembre de 1976 “llamo al taller al mediodía desde un teléfono público para saber a qué hora tenía que ir mi madre y noto que mi hermano Alberto tiene una voz un poco rara, escucho voces de fondo y se corta la comunicación. Llamo a mi papá, que tenía una inmobiliaria. El no estaba y me atendió su empleada. Le pregunté si pasaba algo y me dice: ‘Sí, tu padre se fue con tu hermano Eduardo hasta la calle Riglos porque una vecina llamó para comentar que había habido problemas’”.
Por lo que pudo reconstruir más tarde, el operativo en el taller empezó mientras su hermano Alberto tomaba un café con Mariano y Beatriz. “Cuando mi compañero, Ricardo Dios, abre una puerta, una ráfaga lo mata, porque muere en el momento”, dijo como quien se decide única y necesariamente a ser testigo de una historia que debe contar. “El certificado de defunción así lo dijo: herida de tórax y de cráneo. Alberto, al escuchar esos ruidos, sube con Mariano a la terraza y les tiran también desde la terraza, a Mariano lo hieren, Alberto lo lleva hasta la puerta y pide a los gritos una ambulancia. Pero no tuvo ninguna atención y muere casi al ratito nomás. El pide que dejen de tirar, que eso era un comercio, que no tenían por qué seguir tirando. Ahí paran y preguntan por Eduardo (su otro hermano) y eso no es casual”, indicó.
Eduardo Said era el tercero de los hermanos. Abogado, una vez recibido pasó a militar en la gremial de abogados peronistas, defendía a los presos políticos y militantes de la UES, tenía su estudio con otros dos socios que también fueron secuestrados como parte de la caída de abogados y profesionales vinculados con la organización. Eduardo había sido funcionario del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. A partir de 1975, le allanaron el estudio hombres de civil identificados como de la Triple A y los amenazaron. Después del golpe, como su estudio estaba “un poco vedado”, muchas veces iba a trabajar al taller para atender casos particulares. Esa mañana no estaba ahí. La patota preguntó entonces por Alberto y Alberto salió. Mientras tanto, alertado por la vecina, el padre, Moisés, ya estaba en la esquina. No pudo acercarse porque la cuadra estaba vallada, pero a partir de ese momento se convirtió en testigo: alcanzó a ver un auto que se llevaba a Salvadora Ayala, a Beatriz y Raúl Ocampo o “por lo menos un vecino le dijo que ‘en ese auto se están yendo’”. También observó que se llevaron la Renoleta con la que distribuían la ropa y el Peugeot 404 de los hermanos.
Salvadora y Beatriz estuvieron durante 24 horas secuestradas en lo que pudieron identificar como la ESMA. Ahí vieron a Raúl Ocampo, pero después dejaron de verlo. Alberto se comunicó dos veces con su familia, como los marinos obligaron a otros. El y Raúl Ocampo están desaparecidos. El 24 de noviembre de 1976 secuestraron a Eduardo Said, el otro hermano, que también permanece desaparecido. Eran las seis de la tarde, lo levantaron en la esquina de Sarmiento y Pasteur, a punto de reunirse con su padre. Cuando llegó y vio el tumulto de gente, Moisés supo que su hijo antes de ser secuestrado gritó “Soy ciudadano argentino, abogado” y dio su nombre de viva voz. Eduardo estaba investigando el secuestro de su hermano y de Ocampo. Fue visto en la ESMA, entre otros, por Horacio Maggio, el secuestrado que logró escapar y escribió una carta que es uno de los primeros documentos de la represión en ese centro clandestino. Maggio, que fue recapturado, asesinado y mostrado para amedrentar al resto de los prisioneros, situó a Eduardo en ese espacio. Estaba casado con Claudia Yankelevich. Ella y su hermana Andrea están desaparecidas. Andrea estaba casada con Daniel Marcelo Shapira, socio de Eduardo en el estudio. Está desaparecido. Tuvieron un hijo: Pablo Daniel Shapira, secuestrado y recuperado después. En ese grupo también estuvo Carlos Caprioli, el otro socio del estudio, secuestrado y liberado después.
El robo
“Vuelvo al día 15 de noviembre”, pidió Judith durante la audiencia y volvió al taller. La Comisaría 12ª estaba a cargo de Armando Fava e hizo un inventario con la descripción de lo que se vio ese día en el taller: “Cuerpos, posiciones, describe qué máquinas del taller había, los rollos de ropa para confeccionar, las polleras: 150 polleras listas para ser entregadas y esto lo digo porque muchas de las versiones que le han dado a mi padre decía que el taller estaba lleno de armas: con 150 polleras no hay manera de que puedan estar escondidas ahí”.
Según los vecinos, tras el operativo llegaron camiones donde llevaron todas las mercaderías, los rollos de ropa, las polleras, las máquinas, los libros, “o sea que todo eso fue sustraído a pesar de que figuraba en el inventario de la comisaria”. Judith no volvió a su casa. En el taller estaba el contrato de alquiler con su dirección. Era una casa alquilada. Se refugió en lo de unos amigos. Cuando llamó al dueño de su casa, el hombre le dijo que tenía que comunicarse con el Ejército, que a él lo habían saqueado, le habían puesto explosivos y “no podía hablar”. Más tarde supo que a su casa le habían hecho lo mismo: la explotaron y se llevaron todo.
El 1º de enero de 1977, Moisés recibió una notificación según la cual podía ir buscar las llaves del taller al Primer Cuerpo del Ejército. Cuando entró en el taller, lo encontró prácticamente vacío y destruido. “Se llevaron de todos modos algunos libros del banco, de proveedores, de clientes, material que sostuvo que eran muy importantes para el futuro juicio. Los tengo yo –dijo ella–, tengo toda esta documentación, pero no encontró ni las polleras inventariadas, ni las máquinas, ni los rollos de tela. Pero tampoco encontró la cartera y documentos de cheques a cobrar. Con el listado, mi padre se entrevistó con proveedores y explicó que le habían saqueado todo. Fue a ver a los clientes y para su sorpresa le dicen que los documentos y los cheques se estaban ¡cobrando! ‘Tu hijo no está, pero alguien los cobra’, le dijeron. Y efectivamente cheques y documentos que están en el acta de la comisaría también fueron cobrados. Me parece importante esto –aclaró Judith– porque en realidad toda la documentación que mi padre fue acuñando tenía que ver con la posibilidad de un juicio, civil, penal, criminal. Y creo que no estaba del todo equivocado.”
María, la hija más grande de Judith, estuvo en la sala. En las sillas también estaba Ricardo Dios, que nació por cesárea en medio de los escapes y del dolor.
La mujer relató cómo acribillaron a su esposo, desaparecieron a sus dos hermanos y asesinaron a otros dos amigos. Luego saquearon el taller de la calle Riglos, un negocio familiar en el que se confeccionaba ropa.
Alberto Said y su madre, Linda Cohen de Said, tenían un taller llamado Ser en la calle Riglos. “Era un taller de confecciones”, enfatizó Judith Said en su declaración durante el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. “Lo digo porque era un emprendimiento familiar, no tiene nada que ver con la estructura montonera. Daba trabajo a mi compañero, militante de Montoneros, y a Raúl Ocampo, que era estudiante de Económicas, que así ayudaba a sostener sus estudios.” El 15 de noviembre de 1976, la madre de Judith se quedó en casa de ella. Judith estaba embarazada de ocho meses, con pérdidas y con ellas estaba su hija María y el hijo de su compañero, Ricardo Aníbal Dios. Para entender lo que pasó ese día, lo que pasó con esa familia y lo que en la lectura de la ESMA se llama la “caída del grupo de los profesionales” de Montoneros, es preciso seguir la historia. La carga de desaparecidos, secuestros, el robo de bienes y el trabajo de reconstrucción de los efectos de la represión muestran en un caso una de las dimensiones de la ESMA.
La mañana del 15 de noviembre, Ricardo Aníbal Dios se había ido al taller temprano. Hacía la distribución de ropa. En el taller estaban él, Alberto Said –hermano de Judith–, Raúl Ocampo y la empleada Salvadora Ayala. De casualidad se hallaban además otras dos personas que habían ido a avisarle a Alberto de la muerte del abuelo de su novia Marta. Las dos personas eran el hermano de Marta, Mariano Krauthmer, y su pareja, Beatriz Silvina Fitzman. “Quiero aclarar que todo lo que voy a contar no lo sé porque fui testigo directo porque no estuve –dijo Judith–. El que llegó a ver algo fue mi padre. La otra persona es Salvadora Ayala y lo sé solo por lo que me dice mi madre o mi padre, que hoy no están aquí porque han fallecido, pero serían ellos los que podrían atestiguar de primera mano lo que voy a relatar.”
Secuestros y asesinatos
El 15 de noviembre de 1976 “llamo al taller al mediodía desde un teléfono público para saber a qué hora tenía que ir mi madre y noto que mi hermano Alberto tiene una voz un poco rara, escucho voces de fondo y se corta la comunicación. Llamo a mi papá, que tenía una inmobiliaria. El no estaba y me atendió su empleada. Le pregunté si pasaba algo y me dice: ‘Sí, tu padre se fue con tu hermano Eduardo hasta la calle Riglos porque una vecina llamó para comentar que había habido problemas’”.
Por lo que pudo reconstruir más tarde, el operativo en el taller empezó mientras su hermano Alberto tomaba un café con Mariano y Beatriz. “Cuando mi compañero, Ricardo Dios, abre una puerta, una ráfaga lo mata, porque muere en el momento”, dijo como quien se decide única y necesariamente a ser testigo de una historia que debe contar. “El certificado de defunción así lo dijo: herida de tórax y de cráneo. Alberto, al escuchar esos ruidos, sube con Mariano a la terraza y les tiran también desde la terraza, a Mariano lo hieren, Alberto lo lleva hasta la puerta y pide a los gritos una ambulancia. Pero no tuvo ninguna atención y muere casi al ratito nomás. El pide que dejen de tirar, que eso era un comercio, que no tenían por qué seguir tirando. Ahí paran y preguntan por Eduardo (su otro hermano) y eso no es casual”, indicó.
Eduardo Said era el tercero de los hermanos. Abogado, una vez recibido pasó a militar en la gremial de abogados peronistas, defendía a los presos políticos y militantes de la UES, tenía su estudio con otros dos socios que también fueron secuestrados como parte de la caída de abogados y profesionales vinculados con la organización. Eduardo había sido funcionario del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. A partir de 1975, le allanaron el estudio hombres de civil identificados como de la Triple A y los amenazaron. Después del golpe, como su estudio estaba “un poco vedado”, muchas veces iba a trabajar al taller para atender casos particulares. Esa mañana no estaba ahí. La patota preguntó entonces por Alberto y Alberto salió. Mientras tanto, alertado por la vecina, el padre, Moisés, ya estaba en la esquina. No pudo acercarse porque la cuadra estaba vallada, pero a partir de ese momento se convirtió en testigo: alcanzó a ver un auto que se llevaba a Salvadora Ayala, a Beatriz y Raúl Ocampo o “por lo menos un vecino le dijo que ‘en ese auto se están yendo’”. También observó que se llevaron la Renoleta con la que distribuían la ropa y el Peugeot 404 de los hermanos.
Salvadora y Beatriz estuvieron durante 24 horas secuestradas en lo que pudieron identificar como la ESMA. Ahí vieron a Raúl Ocampo, pero después dejaron de verlo. Alberto se comunicó dos veces con su familia, como los marinos obligaron a otros. El y Raúl Ocampo están desaparecidos. El 24 de noviembre de 1976 secuestraron a Eduardo Said, el otro hermano, que también permanece desaparecido. Eran las seis de la tarde, lo levantaron en la esquina de Sarmiento y Pasteur, a punto de reunirse con su padre. Cuando llegó y vio el tumulto de gente, Moisés supo que su hijo antes de ser secuestrado gritó “Soy ciudadano argentino, abogado” y dio su nombre de viva voz. Eduardo estaba investigando el secuestro de su hermano y de Ocampo. Fue visto en la ESMA, entre otros, por Horacio Maggio, el secuestrado que logró escapar y escribió una carta que es uno de los primeros documentos de la represión en ese centro clandestino. Maggio, que fue recapturado, asesinado y mostrado para amedrentar al resto de los prisioneros, situó a Eduardo en ese espacio. Estaba casado con Claudia Yankelevich. Ella y su hermana Andrea están desaparecidas. Andrea estaba casada con Daniel Marcelo Shapira, socio de Eduardo en el estudio. Está desaparecido. Tuvieron un hijo: Pablo Daniel Shapira, secuestrado y recuperado después. En ese grupo también estuvo Carlos Caprioli, el otro socio del estudio, secuestrado y liberado después.
El robo
“Vuelvo al día 15 de noviembre”, pidió Judith durante la audiencia y volvió al taller. La Comisaría 12ª estaba a cargo de Armando Fava e hizo un inventario con la descripción de lo que se vio ese día en el taller: “Cuerpos, posiciones, describe qué máquinas del taller había, los rollos de ropa para confeccionar, las polleras: 150 polleras listas para ser entregadas y esto lo digo porque muchas de las versiones que le han dado a mi padre decía que el taller estaba lleno de armas: con 150 polleras no hay manera de que puedan estar escondidas ahí”.
Según los vecinos, tras el operativo llegaron camiones donde llevaron todas las mercaderías, los rollos de ropa, las polleras, las máquinas, los libros, “o sea que todo eso fue sustraído a pesar de que figuraba en el inventario de la comisaria”. Judith no volvió a su casa. En el taller estaba el contrato de alquiler con su dirección. Era una casa alquilada. Se refugió en lo de unos amigos. Cuando llamó al dueño de su casa, el hombre le dijo que tenía que comunicarse con el Ejército, que a él lo habían saqueado, le habían puesto explosivos y “no podía hablar”. Más tarde supo que a su casa le habían hecho lo mismo: la explotaron y se llevaron todo.
El 1º de enero de 1977, Moisés recibió una notificación según la cual podía ir buscar las llaves del taller al Primer Cuerpo del Ejército. Cuando entró en el taller, lo encontró prácticamente vacío y destruido. “Se llevaron de todos modos algunos libros del banco, de proveedores, de clientes, material que sostuvo que eran muy importantes para el futuro juicio. Los tengo yo –dijo ella–, tengo toda esta documentación, pero no encontró ni las polleras inventariadas, ni las máquinas, ni los rollos de tela. Pero tampoco encontró la cartera y documentos de cheques a cobrar. Con el listado, mi padre se entrevistó con proveedores y explicó que le habían saqueado todo. Fue a ver a los clientes y para su sorpresa le dicen que los documentos y los cheques se estaban ¡cobrando! ‘Tu hijo no está, pero alguien los cobra’, le dijeron. Y efectivamente cheques y documentos que están en el acta de la comisaría también fueron cobrados. Me parece importante esto –aclaró Judith– porque en realidad toda la documentación que mi padre fue acuñando tenía que ver con la posibilidad de un juicio, civil, penal, criminal. Y creo que no estaba del todo equivocado.”
María, la hija más grande de Judith, estuvo en la sala. En las sillas también estaba Ricardo Dios, que nació por cesárea en medio de los escapes y del dolor.
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