Lisandro Raúl Cubas y Rosario Quiroga testimoniaron el 30 de julio en el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino. Luego de un receso de casi dos semanas por la feria judicial, el Tribunal Oral Federal Nº 5 retomó las audiencias en el que hay 18 imputados.
Cuando Lisandro Raúl Cubas vio a los diez civiles que le gritaban la voz de alto, y se tiraban encima suyo, buscó en un bolsillo la pastilla de cianuro, y entre empujones logró meterla en su boca. La mordió fuerte y sintió como se desvanecía. “Es cierto, uno recuerda las cosas más importantes de su vida cuando se está muriendo”, dijo.
Horas más tarde, ya en el sótano de la Escuela de Mecánica de la Armada, despertó recostado sobre una pila de cadáveres. Trató de no respirar, para que los marinos no notaran que había sobrevivido al fallido suicidio.
Cubas fue brutalmente torturado luego de un lavaje de estómago para quitar los restos del veneno. “Me desvanecía con la picana. El 24 de octubre de 1976, cuatro días después de mi detención, sufrí terriblemente la tortura. Recuerdo bien la fecha, porque era mi cumpleaños. Los marinos me cantaban el feliz cumpleaños mientras me torturaban”, dijo.
Lisandro Raúl Cubas y su actual esposa, Rosario Quiroga, son los dos ex detenidos de la Esma que testimoniaron hoy en el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención, que allí funcionó durante la última dictadura.
Luego de un receso de casi dos semanas por la feria judicial, el Tribunal Oral Federal Nº 5 retomó las audiencias del proceso en el que están imputados 18 miembros de las fuerzas, entre ellos Jorge “el Tigre” Acosta y Alfredo Astiz.
“Una de las sensaciones más terribles es la de estar encapuchado, sin tener noción del tiempo y del espacio. Cuando entré a la ESMA me dieron un número. En los días de traslados (nombre como se llamaba a los vuelos de la muerte) cantaban los números de las personas que iban a morir. Yo gritaba ‘a mí, a mí, 571’. No quería vivir más”, relató Cubas con la voz quebrada.
El testigo, que estuvo casi tres años en el centro clandestino, contó que una de sus peores torturas fue tener que soportar los grilletes en los tobillos por un año y medio. “Me hacían acordar a la época de la esclavitud. Los tobillos se hinchaban mucho”, dijo.
A modo de prueba, Cubas sacó de una bolsa dos grilletes que le había dado otra detenida en el momento de su liberación. El tribunal quedó sorprendidos. Los jueces tocaban el artefacto que había estado, 34 años atrás, en los pies de la ex detenida Alicia Milia de Pirles.
“Me los entregó en el aeropuerto. Ella se iba exiliada a Europa y yo, a Venezuela. Me los dio porque no podía pasar los controles europeos con ellos. Estos grilletes están forrados con vendas y cinta adhesiva, para que duela menos el contacto con la piel. Los candados, tienen el escudo de la Armada Argentina”, contó el testigo.
El ex detenido continuó relatando sus días de desaparecido: “En la Navidad de 1976 nos bajaron al sótano. Había un cura que nos dio misa, para que encontráramos la paz interior. El sacerdote preguntó quienes nos queríamos confesar. Algunos lo hicimos”.
Luego de un tiempo, Cubas fue obligado a realizar desgravaciones de conversaciones telefónicas. Muchas de ellas, eran acuerdos de citas entre compañeros de su militancia montonera.
“Creo que me salvé porque mi padre era ex comandante de la Gendarmería. El marino Antonio Pernías le tenía respeto. Eso no los frenaba en interrogarme sobre mis hermanos, que militaban en la columna oeste de Montoneros, ni por mi primo Ramón Saadi (ex senador por Catamarca)”, dijo.
Cubas aseguró que se enteró del destino de sus hermanos en una conversación telefónica con su madre. “La llamé y me contó a los gritos que habían secuestrado a mis dos hermanos. Me preguntó si estaban conmigo y le dije que no”.
El testigo precisó: “Pernías me confirmó que a mis hermanos los tenía el Ejército. Le pedí que me llevaran con ellos, para tener su mismo destino. Mis hermanos están actualmente desaparecidos”.
En 1978 Cubas conoció, dentro de la ESMA, a Rosario Quiroga. “Yo era el peluquero oficial de los detenidos. Ella vino a cortarse el pelo y así la conocí. Tiempo después formé pareja con ella. Nos liberaron juntos y nos fuimos a Venezuela”.
Víctima del Plan Cóndor
Rosario Quiroga fue secuestrada por las fuerzas conjuntas uruguayas, en la frontera con nuestro país. Como parte de un plan de cooperación, luego de torturarla con submarinos secos (asfixia con una bolsa en la cabeza), golpes y hasta dejarla colgada por días, fue entregada a la Armada Argentina.
En la ESMA presenció como su compañero Omar De Gregorios era dejado morir en condiciones inhumanas. “Tenía un ano contra natura, porque cuando lo agarraron en la frontera uruguaya le pegaron un tiro. Estuvo en un centro del Ejercito. Cuando llegó a la ESMA estaba muy mal”.
Quiroga dijo que De Gregorio fue operado en el Hospital Naval, pero que nunca se recuperó: “No lo rasuraron ni le daban los antibióticos a término. Yo estuve con él durante su operación. Murió en el sótano de la ESMA. Le pedí a Acosta si le podían entregar el cuerpo a su familia. Me dijo que no”. Al día siguiente de la muerte de De Gregorio, Acosta la llevó a comer a un carrito de la Costanera Norte. “Me dijo que mi vida iba a cambiar”, aseguró.
Luego de la dura experiencia, le permitieron que trabajara en la Pecera, junto a otros detenidos: “Lo conocí a Lisandro, porque me cortó el pelo. El 19 de enero de 1979, nos liberaron y nos compraron un pasaje a Venezuela”.
La testigo contó que una vez pudo acceder al Dorado, la sala de la planta baja del Casino de Oficiales de la Esma, donde funcionó el Servicio de Inteligencia Naval (SIN): “Vi carpetas con los nombres de los caídos. Muchos tenían al lado la frase ‘destino final’”.
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