Rodolfo Jorge Walsh, escritor, periodista, oficial de Inteligencia de Montoneros, fue asesinado la tarde del 25 de marzo de 1977, en el tramo de la avenida San Juan que va desde la calle Combate de los Pozos hasta Entre Ríos. Entre 25 y 30 agentes del Grupo de Tareas 3.2.2 que operaba en el centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) concluyó así un plan letal organizado con astucia y paciencia. Varios días atrás, otro montonero, detenido por la Marina, había dado la información que ayudó a los militares a emboscar a Walsh. El objetivo era atraparlo vivo. Por eso uno de los integrantes del operativo fue un francotirador entrenado para herir sin matar. No actuó. “¡Pepa! ¡Pepa!”, gritaron sus perseguidores cuando creyeron que Walsh metía la mano en una bolsa de plástico para hacer explotar una granada. Lo balearon.
Walsh vestía una guayabera beige de tres bolsillos, sombrero de paja, zapatos marrones, llevaba anteojos y un reloj Omega. En un portafolio cargaba con su “Carta abierta a la Junta Militar” y el boleto de compra-venta de su casa de San Vicente. Tenía en sus manos, además, la bolsa que tocó antes de recibir la balacera. Estaba armado con un revolver marca Walther, modelo PPK, calibre 22.
Sabía que lo buscaban.
Usaba un cédula con nombre falso. Por aquellos días, Rodolfo Walsh era a la vez Noberto Pedro Freyre. Y viceversa.
Dos detenidos de la ESMA que habían sido llevados por sus captores al operativo de la avenida San Juan lo vieron todo. Muchos más testigos aseguraron haber visto en la ESMA al cuerpo de Walsh, que hoy está desaparecido.
Un sobreviviente de ese centro clandestino de detención, Héctor Coquet, contó que durante su cautiverio un policía le dijo esto: “Hoy bajamos a Walsh en una cita. Se parapetó detrás de un árbol y se defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía, el hijo de puta.”
En la madrugada del 26 de marzo de 1977, con Walsh ya muerto, los hombres de la ESMA salpicaron con ráfagas de balas el frente de su casa de San Vicente. Entraron. No había nadie. Robaron. Se llevaron, entre otras cosas materiales, literatura de Walsh, inédita. Se conocen algunos de los títulos de esos escritos: “Juan se iba por el río”, “El aviador y la bomba”, una carpeta llamada “Las memorias” y otra “Los caballos” (ver recuadro).
La reconstrucción de estos hechos está copiada de manera casi literal de la sentencia del Tribunal Oral Federal N°5 de la Capital que llevó adelante uno de los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la última dictadura.
Por el asesinato y el robo de bienes de Walsh, solo uno de los muchos casos investigados en ese juicio, fueron condenados a prisión perpetua los represores Jorge Acosta, Antonio Pernías, Alfredo Astiz, Jorge Rádice, Ricardo Cavallo y Simón Weber. Juan Carlos Fotea recibió una condena de 25 años de cárcel. Fueron absueltos Pablo García Velazco, Juan Carlos Rolón y Julio César Coronel. Hay dos prófugos: Roberto González y Pedro Salvia.
Patricia Walsh, hija de Rodolfo, dijo a Clarín que apelará las tres absoluciones. Y que presentará un escrito para que se investigue el predio conocido como el campo de deportes de la ESMA, donde ella cree que está enterrado el cuerpo de su padre.
Los jueces Daniel Obligado, Ricardo Farías y Germán Castelli determinaron que quedó “legalmente acreditado” que Walsh fue asesinado y despojado de sus bienes por el GT 3.3.2 de la ESMA del modo en que se cuenta en esta nota.
Para la Justicia, uno de los testimonios “relevantes” del caso Walsh fue el de Miguel Ángel Launetta, un sobreviviente de la ESMA. Contó que el 25 de marzo de 1977 fue llevado por sus captores al operativo iniciado para capturar a Walsh junto a otro cautivo de los represores, Oscar Paz. Fue Launetta quien reveló los detalles de ese ataque. Coincidió con otros testigos en que fue otro detenido en la ESMA, llamado José María Salgado, alias “Pepe”, quien habría confesado, bajo tortura, los datos con los que los represores engañaron a Walsh armándole una cita falsa.
Salgado había sido capturado por los militares el 12 de marzo de 1977. Se presume entonces que estaba en libertad cuando acordó un encuentro con Walsh. En el medio cayó preso. No pudo ir. Fueron otros. Lilia Ferreyra, pareja de Walsh, estaba con él cuando el 25 de marzo al mediodía, desde la estación Constitución, confirmó por teléfono que se vería con “Pepe”. Vio por última vez a Walsh en la calle Brasil. Desde allí él siguió solo hasta San Juan y Entre Ríos. El 26 de marzo, la hija de Walsh, Patricia, su marido de entonces, Jorge Pinedo, y sus dos hijos, fueron a la casa de San Vicente porque iban a comer un asado con el escritor. Ella vio de lejos que la parrilla no echaba humo. Pensó que algo había pasado.
Walsh vestía una guayabera beige de tres bolsillos, sombrero de paja, zapatos marrones, llevaba anteojos y un reloj Omega. En un portafolio cargaba con su “Carta abierta a la Junta Militar” y el boleto de compra-venta de su casa de San Vicente. Tenía en sus manos, además, la bolsa que tocó antes de recibir la balacera. Estaba armado con un revolver marca Walther, modelo PPK, calibre 22.
Sabía que lo buscaban.
Usaba un cédula con nombre falso. Por aquellos días, Rodolfo Walsh era a la vez Noberto Pedro Freyre. Y viceversa.
Dos detenidos de la ESMA que habían sido llevados por sus captores al operativo de la avenida San Juan lo vieron todo. Muchos más testigos aseguraron haber visto en la ESMA al cuerpo de Walsh, que hoy está desaparecido.
Un sobreviviente de ese centro clandestino de detención, Héctor Coquet, contó que durante su cautiverio un policía le dijo esto: “Hoy bajamos a Walsh en una cita. Se parapetó detrás de un árbol y se defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía, el hijo de puta.”
En la madrugada del 26 de marzo de 1977, con Walsh ya muerto, los hombres de la ESMA salpicaron con ráfagas de balas el frente de su casa de San Vicente. Entraron. No había nadie. Robaron. Se llevaron, entre otras cosas materiales, literatura de Walsh, inédita. Se conocen algunos de los títulos de esos escritos: “Juan se iba por el río”, “El aviador y la bomba”, una carpeta llamada “Las memorias” y otra “Los caballos” (ver recuadro).
La reconstrucción de estos hechos está copiada de manera casi literal de la sentencia del Tribunal Oral Federal N°5 de la Capital que llevó adelante uno de los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA durante la última dictadura.
Por el asesinato y el robo de bienes de Walsh, solo uno de los muchos casos investigados en ese juicio, fueron condenados a prisión perpetua los represores Jorge Acosta, Antonio Pernías, Alfredo Astiz, Jorge Rádice, Ricardo Cavallo y Simón Weber. Juan Carlos Fotea recibió una condena de 25 años de cárcel. Fueron absueltos Pablo García Velazco, Juan Carlos Rolón y Julio César Coronel. Hay dos prófugos: Roberto González y Pedro Salvia.
Patricia Walsh, hija de Rodolfo, dijo a Clarín que apelará las tres absoluciones. Y que presentará un escrito para que se investigue el predio conocido como el campo de deportes de la ESMA, donde ella cree que está enterrado el cuerpo de su padre.
Los jueces Daniel Obligado, Ricardo Farías y Germán Castelli determinaron que quedó “legalmente acreditado” que Walsh fue asesinado y despojado de sus bienes por el GT 3.3.2 de la ESMA del modo en que se cuenta en esta nota.
Para la Justicia, uno de los testimonios “relevantes” del caso Walsh fue el de Miguel Ángel Launetta, un sobreviviente de la ESMA. Contó que el 25 de marzo de 1977 fue llevado por sus captores al operativo iniciado para capturar a Walsh junto a otro cautivo de los represores, Oscar Paz. Fue Launetta quien reveló los detalles de ese ataque. Coincidió con otros testigos en que fue otro detenido en la ESMA, llamado José María Salgado, alias “Pepe”, quien habría confesado, bajo tortura, los datos con los que los represores engañaron a Walsh armándole una cita falsa.
Salgado había sido capturado por los militares el 12 de marzo de 1977. Se presume entonces que estaba en libertad cuando acordó un encuentro con Walsh. En el medio cayó preso. No pudo ir. Fueron otros. Lilia Ferreyra, pareja de Walsh, estaba con él cuando el 25 de marzo al mediodía, desde la estación Constitución, confirmó por teléfono que se vería con “Pepe”. Vio por última vez a Walsh en la calle Brasil. Desde allí él siguió solo hasta San Juan y Entre Ríos. El 26 de marzo, la hija de Walsh, Patricia, su marido de entonces, Jorge Pinedo, y sus dos hijos, fueron a la casa de San Vicente porque iban a comer un asado con el escritor. Ella vio de lejos que la parrilla no echaba humo. Pensó que algo había pasado.
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