La avanzada sobre los abogados
Daniel Antokoletz fue secuestrado por un grupo de tareas de la Marina en 1976 y estuvo en la ESMA. “No sé dónde está enterrado mi hermano hasta el día de hoy, eso lo considero un crimen que se sigue cometiendo”, dijo María Adela.
Por Alejandra Dandan
Daniel Antokoletz venía de familia de provincia de tendencia radical. Estudió Derecho en la Universidad Católica de Buenos Aires, se acercó a la izquierda e integró el Partido Auténtico de la Izquierda Peronista. Para 1976 era profesor universitario de Derecho internacional público, había participado en ponencias nacionales e internacionales. Defendía a presos comunes y a presos políticos. Escribía artículos contra la dictadura y para denunciar las condiciones de las cárceles. Durante el gobierno de Héctor Cámpora fue asesor del gabinete de Cancillería y en 1974 funcionario de la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Entre sus “misiones” más difíciles alguna vez viajó a Chile para rescatar de la dictadura de Augusto Pinochet al investigador riojano Rubén Tsakoumagkos, entre otros presos y torturados en ese país. El 10 de noviembre de 1976 lo secuestraron de un departamento en Palermo con su compañera Liliana Andrés. Su historia es reconstruida en el juicio oral de la ESMA como parte de la avanzada de la Marina sobre el grupo de abogados de presos políticos. Daniel y Liliana estuvieron en ese centro clandestino. Liliana permaneció siete días. Daniel sigue desaparecido. A ella le dijeron en la ESMA que Daniel era “peor que un guerrillero, era un ideólogo”. La expresión empieza a verse como una constante: el modo en el que los marinos encuadraron a curas y abogados.
“Que se lo llevaron a la ESMA no tenemos ninguna duda; que lo torturaron no hay dudas de eso; y que lo asesinaron. Pero no conozco dónde está enterrado mi hermano hasta el día de hoy, eso lo considero un crimen que se sigue cometiendo no sólo contra mi hermano sino contra mí también.” María Adela Antokoletz declaró en el juicio por los crímenes de la ESMA. Es la hermana de Daniel y al comenzar su testimonio no sólo le imprimió al crimen la dimensión de lo perpetuo, sino los efectos en primera persona que la desaparición genera sobre hermanos, familiares y seguramente sobre el espacio social. “No sé se si lo arrojaron de un avión, si lo enterraron, si lo quemaron vivo o muerto o si esparcieron sus cenizas en el aire”, dijo. “El cuerpo de mi hermano no ha aparecido, ignoramos hasta el día de hoy quienes son los criminales qué se lo llevaron a él y a mi cuñada.” E insistió: “Es un crimen al que la palabra aberrante le queda corta porque las civilizaciones más antiguas y diversas han honrado el cuerpo de sus muertos, pero yo no sé donde está el cuerpo de mi hermano. Por todas estas razones es que pienso que el crimen se sigue cometiendo a cada segundo que mi hermano no vuelve a casa. Por eso es tan difícil sentarse acá”, dijo después a los jueces. “Y dar testimonio.”
Daniel era “un persona que hablaba libremente. Hacía uso de su libertad, en el subte, en la calle, en las reuniones, en las universidades donde era profesor. Y sabía que era imposible restringir la libertad de acción y de palabra, evidentemente bajo la inminente dictadura no se podía y en la dictadura se podía menos todavía”, explicó.
Además de profesor de Derecho internacional, fue director de estudios y profesor en la universidad católica de Mar del Plata. “Ponía el alma” para defender a los presos comunes y políticos. Entre sus defendidos estuvo el ex senador uruguayo Enrique Erro, detenido en Buenos Aires “en total ruptura de las leyes de asilo que han hecho de nuestro país una tierra hospitalaria. Erro fue sometido a traslados tan brutales que evidenciaban la expectativa de que el preso muriera”.
Para 1976, Daniel sabía que estaba en peligro. “Nos lo sugería a veces, Liliana lo afirma también, y el insigne penalista David Baigún me relató que había sido advertido por mi hermano de que ambos figuraban en listas de profesionales a los que se iban exterminar. Con el tiempo no se pudo salvar de eso porque lo siguieron y lo secuestraron, y eso pasó el 10 de noviembre del año 1976”. Daniel tenía 39 años.
La ESMA
De acuerdo con los datos reconstruidos en una causa abierta tempranamente en 1984 con el testimonio de Liliana, el secuestro se produjo a las 8.30 en el departamento de la calle Guatemala 4860, 6º 27, donde vivían. La patota de seis hombres de civil y armados se movía en un Chevy rojo y un Ford Falcon celeste o gris. Entre los integrantes del grupo de tareas estaba Ricardo Guillermo Corbetta, alias “Matías”. Liliana y Daniel fueron arrojados al suelo, esposados con las manos a la espalda, y apuntados con armas largas y cortas.
El paso de Daniel por la ESMA quedó expresado por varios sobrevivientes. Liliana declaró en marzo de este año y señaló que oyó sus gritos durante las torturas. Dijo que sólo los dejaron verse una vez, que notó que caminaba con gran dificultad por la picana. “Los detalles de ese secuestro terrible ya los ha contado Liliana”, dijo María Adela. “No tenemos duda que estuvo allí.” “A mi cuñada le dijeron en la ESMA las razones del secuestro: era peor que un guerrillero, era un ideólogo.” Liliana reconoció temprano y desde afuera la estructura de la ESMA y el espacio destinado a Capucha y Capuchita. Martín Gras habló de Daniel en su testimonio. “En este mismo banco, el testigo Martín Gras dijo que el represor Antonio Pernías dijo que a Antokoletz ‘hubo que hacerlo boleta’. El represor Antonio Pernías y sus otros colegas en el crimen también saben en qué momento y en qué forma fue asesinado mi hermano”, explicó la mujer.
Los primeros sobrevivientes que declararon en 1979 afuera del país lo mencionaron en una lista de personas “trasladadas”. Y otra sobreviviente en 1980 recordó haber visto a un abogado de “voz gruesa”, de pelo negro y ojos oscuros. “Y es muy claro aunque jamás escuchemos de los represores una explicación, lo cual contribuye a que uno sienta que el crimen se sigue cometiendo, es muy probable, que su condición de militante político haya resultado la explicación para estas fuerzas desatadas que cometieron crímenes masivos.”
Las Madres
María Adela Gard de Antokoletz, la madre de María Adela y Daniel, fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Supo del secuestro de su hijo cuando llegó a su casa desesperado Mario, un hermano de Liliana que esa mañana había ido a la casa de Palermo. Al comienzo esperaron una llamada “pegados al teléfono”, pero al día siguiente María Adela madre e hija salieron a buscarlo. Cuarteles, iglesias, la morgue. “Fuimos a consultar con cuantas personas conocíamos. Yo acudí a la UCA y tuve la angustiosa respuesta del rector, monseñor Derisi a quién le rogaba por Daniel mientras él cerraba una puerta, yo tiraba de un lado y él del otro, diciendo: ‘¡Tengo que irme de viaje!’ ‘¡Tengo que irme de viaje!’. Fue la única respuesta del rector.” En esa búsqueda concurrieron a la casa de Albano Harguindeguy y Jorge Olivera Rovere. Los recibieron con armas sobre el escritorio. Estuvieron en el vicariato de Emilio Graselli, ese “sacerdote de conducta muy ambigua” que llegó a decirles que Daniel estaba muerto. “Yo sinceramente creo que el padre Graselli tiene que estar ante este estrado explicando su conducta”. Durante una de esas visitas al vicariato conocieron a Azucena Villaflor. María Adela habló de la “organización”, de aquello que una vez dijo Azucena de ir a la Plaza de Mayo para “hacer nuestro pedido y entrar a la Casa de Gobierno a ver si el presidente nos escucha”.
Hacia el final de su declaración, María Adela pidió cárcel común para los represores: “Conozco el significado de la palabra ‘contumacia’”, señaló. “Son contumaces: no se han arrepentido, volverían a cometer los mismos crímenes”. Y por último les habló a los jueces: “Considero que no soy la voz de mi hermano. Soy testigo de lo que le pasó y nos pasó. Pero ustedes, señores jueces, deben ser su voz. La Justicia es la voz de los que la padecieron. El no puede estar aquí o, mejor dicho, ante otro tribunal defendiendo la Justicia. Las sentencias que ustedes dicten deben hablar por Daniel.”
Daniel Antokoletz fue secuestrado por un grupo de tareas de la Marina en 1976 y estuvo en la ESMA. “No sé dónde está enterrado mi hermano hasta el día de hoy, eso lo considero un crimen que se sigue cometiendo”, dijo María Adela.
Por Alejandra Dandan
Daniel Antokoletz venía de familia de provincia de tendencia radical. Estudió Derecho en la Universidad Católica de Buenos Aires, se acercó a la izquierda e integró el Partido Auténtico de la Izquierda Peronista. Para 1976 era profesor universitario de Derecho internacional público, había participado en ponencias nacionales e internacionales. Defendía a presos comunes y a presos políticos. Escribía artículos contra la dictadura y para denunciar las condiciones de las cárceles. Durante el gobierno de Héctor Cámpora fue asesor del gabinete de Cancillería y en 1974 funcionario de la Secretaría de Ciencia y Tecnología. Entre sus “misiones” más difíciles alguna vez viajó a Chile para rescatar de la dictadura de Augusto Pinochet al investigador riojano Rubén Tsakoumagkos, entre otros presos y torturados en ese país. El 10 de noviembre de 1976 lo secuestraron de un departamento en Palermo con su compañera Liliana Andrés. Su historia es reconstruida en el juicio oral de la ESMA como parte de la avanzada de la Marina sobre el grupo de abogados de presos políticos. Daniel y Liliana estuvieron en ese centro clandestino. Liliana permaneció siete días. Daniel sigue desaparecido. A ella le dijeron en la ESMA que Daniel era “peor que un guerrillero, era un ideólogo”. La expresión empieza a verse como una constante: el modo en el que los marinos encuadraron a curas y abogados.
“Que se lo llevaron a la ESMA no tenemos ninguna duda; que lo torturaron no hay dudas de eso; y que lo asesinaron. Pero no conozco dónde está enterrado mi hermano hasta el día de hoy, eso lo considero un crimen que se sigue cometiendo no sólo contra mi hermano sino contra mí también.” María Adela Antokoletz declaró en el juicio por los crímenes de la ESMA. Es la hermana de Daniel y al comenzar su testimonio no sólo le imprimió al crimen la dimensión de lo perpetuo, sino los efectos en primera persona que la desaparición genera sobre hermanos, familiares y seguramente sobre el espacio social. “No sé se si lo arrojaron de un avión, si lo enterraron, si lo quemaron vivo o muerto o si esparcieron sus cenizas en el aire”, dijo. “El cuerpo de mi hermano no ha aparecido, ignoramos hasta el día de hoy quienes son los criminales qué se lo llevaron a él y a mi cuñada.” E insistió: “Es un crimen al que la palabra aberrante le queda corta porque las civilizaciones más antiguas y diversas han honrado el cuerpo de sus muertos, pero yo no sé donde está el cuerpo de mi hermano. Por todas estas razones es que pienso que el crimen se sigue cometiendo a cada segundo que mi hermano no vuelve a casa. Por eso es tan difícil sentarse acá”, dijo después a los jueces. “Y dar testimonio.”
Daniel era “un persona que hablaba libremente. Hacía uso de su libertad, en el subte, en la calle, en las reuniones, en las universidades donde era profesor. Y sabía que era imposible restringir la libertad de acción y de palabra, evidentemente bajo la inminente dictadura no se podía y en la dictadura se podía menos todavía”, explicó.
Además de profesor de Derecho internacional, fue director de estudios y profesor en la universidad católica de Mar del Plata. “Ponía el alma” para defender a los presos comunes y políticos. Entre sus defendidos estuvo el ex senador uruguayo Enrique Erro, detenido en Buenos Aires “en total ruptura de las leyes de asilo que han hecho de nuestro país una tierra hospitalaria. Erro fue sometido a traslados tan brutales que evidenciaban la expectativa de que el preso muriera”.
Para 1976, Daniel sabía que estaba en peligro. “Nos lo sugería a veces, Liliana lo afirma también, y el insigne penalista David Baigún me relató que había sido advertido por mi hermano de que ambos figuraban en listas de profesionales a los que se iban exterminar. Con el tiempo no se pudo salvar de eso porque lo siguieron y lo secuestraron, y eso pasó el 10 de noviembre del año 1976”. Daniel tenía 39 años.
La ESMA
De acuerdo con los datos reconstruidos en una causa abierta tempranamente en 1984 con el testimonio de Liliana, el secuestro se produjo a las 8.30 en el departamento de la calle Guatemala 4860, 6º 27, donde vivían. La patota de seis hombres de civil y armados se movía en un Chevy rojo y un Ford Falcon celeste o gris. Entre los integrantes del grupo de tareas estaba Ricardo Guillermo Corbetta, alias “Matías”. Liliana y Daniel fueron arrojados al suelo, esposados con las manos a la espalda, y apuntados con armas largas y cortas.
El paso de Daniel por la ESMA quedó expresado por varios sobrevivientes. Liliana declaró en marzo de este año y señaló que oyó sus gritos durante las torturas. Dijo que sólo los dejaron verse una vez, que notó que caminaba con gran dificultad por la picana. “Los detalles de ese secuestro terrible ya los ha contado Liliana”, dijo María Adela. “No tenemos duda que estuvo allí.” “A mi cuñada le dijeron en la ESMA las razones del secuestro: era peor que un guerrillero, era un ideólogo.” Liliana reconoció temprano y desde afuera la estructura de la ESMA y el espacio destinado a Capucha y Capuchita. Martín Gras habló de Daniel en su testimonio. “En este mismo banco, el testigo Martín Gras dijo que el represor Antonio Pernías dijo que a Antokoletz ‘hubo que hacerlo boleta’. El represor Antonio Pernías y sus otros colegas en el crimen también saben en qué momento y en qué forma fue asesinado mi hermano”, explicó la mujer.
Los primeros sobrevivientes que declararon en 1979 afuera del país lo mencionaron en una lista de personas “trasladadas”. Y otra sobreviviente en 1980 recordó haber visto a un abogado de “voz gruesa”, de pelo negro y ojos oscuros. “Y es muy claro aunque jamás escuchemos de los represores una explicación, lo cual contribuye a que uno sienta que el crimen se sigue cometiendo, es muy probable, que su condición de militante político haya resultado la explicación para estas fuerzas desatadas que cometieron crímenes masivos.”
Las Madres
María Adela Gard de Antokoletz, la madre de María Adela y Daniel, fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Supo del secuestro de su hijo cuando llegó a su casa desesperado Mario, un hermano de Liliana que esa mañana había ido a la casa de Palermo. Al comienzo esperaron una llamada “pegados al teléfono”, pero al día siguiente María Adela madre e hija salieron a buscarlo. Cuarteles, iglesias, la morgue. “Fuimos a consultar con cuantas personas conocíamos. Yo acudí a la UCA y tuve la angustiosa respuesta del rector, monseñor Derisi a quién le rogaba por Daniel mientras él cerraba una puerta, yo tiraba de un lado y él del otro, diciendo: ‘¡Tengo que irme de viaje!’ ‘¡Tengo que irme de viaje!’. Fue la única respuesta del rector.” En esa búsqueda concurrieron a la casa de Albano Harguindeguy y Jorge Olivera Rovere. Los recibieron con armas sobre el escritorio. Estuvieron en el vicariato de Emilio Graselli, ese “sacerdote de conducta muy ambigua” que llegó a decirles que Daniel estaba muerto. “Yo sinceramente creo que el padre Graselli tiene que estar ante este estrado explicando su conducta”. Durante una de esas visitas al vicariato conocieron a Azucena Villaflor. María Adela habló de la “organización”, de aquello que una vez dijo Azucena de ir a la Plaza de Mayo para “hacer nuestro pedido y entrar a la Casa de Gobierno a ver si el presidente nos escucha”.
Hacia el final de su declaración, María Adela pidió cárcel común para los represores: “Conozco el significado de la palabra ‘contumacia’”, señaló. “Son contumaces: no se han arrepentido, volverían a cometer los mismos crímenes”. Y por último les habló a los jueces: “Considero que no soy la voz de mi hermano. Soy testigo de lo que le pasó y nos pasó. Pero ustedes, señores jueces, deben ser su voz. La Justicia es la voz de los que la padecieron. El no puede estar aquí o, mejor dicho, ante otro tribunal defendiendo la Justicia. Las sentencias que ustedes dicten deben hablar por Daniel.”
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