La insoportable imagen de los vuelos
Ante los jueces, Chiernajowsky reconstruyó los últimos días de su hermano Miguel en la ESMA, luego víctima de los vuelos de la muerte. Pidió “ahondar en las responsabilidades” de quienes condujeron el plan de exterminio y “quienes condujeron los aviones”.
Por Alejandra Dandan
Hay una cosa entre todas que Liliana Chiernajowsky intentó decirle al Tribunal. “No quería conocer los detalles de la desaparición de mi hermano Miguel, me resultaba insoportable la imagen que mejor representaba el exterminio y que mi madre repetía como una letanía: ‘a tu hermano lo tiraron vivo al mar’. Me llevó años querer saber aquello a lo que yo no me quería aproximar y que había tomado el alma de mi madre, hasta hacerla enloquecer”, les dijo a los jueces. “Pero desde hace años el tema vuelos me importa sobremanera. Valoro estos juicios, que son ejemplares y reparatorios para cada uno de nosotros, para la sociedad y la humanidad. Y por eso ya ganaron un lugar trascendente en la historia”, dijo. “Pero es preciso ahondar en las responsabilidades de quienes tuvieron la conducción del plan de exterminio y quienes condujeron los aviones, hasta quienes estudiaron las coordenadas previstas para arrojar su luctuosa carga al mar.”
Liliana declaró en la causa unificada por los crímenes cometidos durante la dictadura en la Escuela de Mecánica de la Armada, donde uno de los casos abarcados es el de su hermano. “Es preciso que este tribunal ordene que se profundice y acelere la investigación: como querellante representada por Pablo Llonto solicité en el juzgado de instrucción a cargo de Sergio Torres que se impute a los máximos responsables de la Aviación Naval y la Aviación de Prefectura y que se cite a declarar a todos los conscriptos que hicieron su servicio militar en esas reparticiones.”
“Mi nombre es Mirta Liliana Chiernajowsky, hermana de Miguel Ricardo”, dijo al empezar. “Soy licenciada en Ciencias de la Comunicación. Fui detenida política durante siete años, seis de los cuales estuve a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Cuando recuperé la libertad en 1981, todavía no había finalizado la dictadura militar pero la enorme tragedia en la vida social y personal que significó el genocidio de mi generación ya casi había sido perpetrada. Aunque todavía faltaban los crímenes de Malvinas, que afectaron a otra generación.”
Ella todavía sigue reconstruyendo la estadía de su hermano en la ESMA. Lo hace entre los integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), en entrevistas con sobrevivientes o en las audiencias del juicio que terminó hace poco más de un año. Miguel viajó de Comodoro Rivadavia a Buenos Aires cuando terminó el secundario y se integró a Montoneros antes del golpe. El día del secuestro también cayó uno de sus compañeros, Rolando Jeckel. Liliana recogió en estos últimos años tres testimonios que los ubican juntos dentro del centro clandestino de la Armada; por esos testimonios ella supo además que pudieron haber caído en el mismo operativo.
A Miguel lo vieron Miguel Lauletta, Daniel Lastra y Marta Alvarez, “a quienes agradezco su testimonio”, dijo ella. Llegó a Lauletta cuando Maco Somigliana del EAAF le dijo que él había visto en el baño de la ESMA a un chico delgado, rubio y con una tonada indefinible, ni porteña ni del norte, que podría ser su hermano. Liliana le mostró fotos a Lauletta. Lauletta lo reconoció y declaró en el juzgado de Torres el 25 de septiembre de 2009. En ese momento, supo además que ese día, en el baño, había otro prisionero con el que podría hablar, pero no supo que ese prisionero, Daniel Lastra, no había vuelto a decir nada de su estadía en la ESMA durante más de treinta años. Durante su declaración, también le hizo un homenaje.
“Lastra fue el segundo sobreviviente que me ayudó a reconstruir la estadía de Miguel en la ESMA”, dijo. “Cuando lo llamé por teléfono me dijo que no había hablado prácticamente con nadie sobre su permanencia en la ESMA durante más de 30 años. Me comentó que siempre había pensado que lo iban a llamar a declarar por uno de los compañeros que cayó con él y murió en la tortura –se refería a Martín, sobrenombre de Carlos Chipolini–. La conversación se prolongó por más de una hora, estaba muy conmovido. Al finalizar le pedí si podía pasar por el juzgado para dejar un testimonio adelantado. Me dijo que lo pensaría, que era algo que debía consultar con su familia. Me llamó a la semana y confirmó que lo haría porque recordaba muy bien a ese chico y no testimoniar sería como desaparecerlo dos veces.” Daniel Lastra declaró en el juzgado de Torres el 27 de noviembre de 2009, también habló sobre otros desaparecidos, como Chipolini y Ricardo Pedro Sáenz, reconocido como “El Topo”. “A los pocos meses supe que había fallecido repentinamente de un paro cardíaco. Quiero dejar constancia pública de mi consideración y agradecimiento a él y a su familia. También a todos los sobrevivientes, sin cuyo testimonio estos juicios no hubiesen sido posibles.”
Lastra vio a Miguel dos veces. Una, en el baño cuando un “verde”, uno de los guardias apodado Manzanita, llevó a un grupo de prisioneros. Vio en el espejo a un chico acuclillado en el inodoro. Le preguntó cómo había llegado a la ESMA y Miguel le dijo que había caído con Rolando Jeckel. “Esa fue la única vez que conversó con él y lo vio sin capucha; en otra ocasión lo vio por la mirilla cuando lo llevaban al baño. Lastra calculó que uno o dos miércoles después lo trasladaron, sería a fines de marzo o principios de abril. Estuvo muy poco tiempo en la ESMA.”
Liliana entendió que Marta Alvarez también podría haber visto a su hermano cuando la escuchó declarar en el juicio oral que terminó hace más de un año. Marta le confirmó que lo había visto con Rolando Jeckel en la avenida de la Felicidad; lo describió como un chico joven, flaco, alto. “Esto es lo que sé sobre los últimos días de mi hermano, pero no quiero terminar esta declaración sin referirme a la forma en que sabemos que asesinaron a Miguel y a tantos miles: quiero referirme brevemente a los llamados Vuelos de la Muerte”, explicó.
Los vuelos
Cuando escuchó el testimonio de Alicia Milia de Pirles, Liliana se quedó “estupefacta”, dijo. “Ella contó que hablaba a menudo con Alfredo Astiz y un día se animó a preguntarle por los centros de recuperación vinculados a los traslados. Fue entonces que el imputado le dio una explicación acabada de la solución final: ‘el mar nos ayuda, porque el río los había devuelto, pero en cambio el mar es duro, cuando los cuerpos caen se desnucan. Luego las orcas hacen lo suyo’. La testigo contó que ella preguntó por las orcas y el marino se puso a darle una clase. Esa fue para mí una de las más reveladoras referencias a lo siniestro, aquello a lo que yo no me quería aproximar y que había tomado el alma de mi madre, hasta hacerla enloquecer.”
En ese momento, Liliana, frente al Tribunal, habló de los vuelos, de lo que le costó empezar a pensarlos y de lo que todavía queda pendiente en la investigación. Pero también de lo que significa en términos personales y colectivos la idea de una justicia. “Señor presidente”, le dijo al juez Daniel Obligado. “Voy a decir algo políticamente incorrecto. Cuando salí de la cárcel, a los 29 años, no busqué justicia, no creía en la Justicia. Y no por haber estado siete años presa por una causa menor, de los cuales seis fueron a disposición del PEN, es decir de la suprema voluntad de los militares que también habían asesinado a mi hermano. No fue por eso que no creía en la Justicia, sino porque pertenezco a una generación que vivió en un país sin justicia, sin respeto al Estado de derecho, con golpes de Estado permanentes y la proscripción de la mayoría política y electoral, condiciones hoy inimaginables para nosotros. Como todos los jóvenes de mi generación no tuve la oportunidad de formarme en una cultura democrática. Creímos en la violencia revolucionaria en un país y un contexto donde la violencia y la violación de la ley eran el aire que respirábamos.”
A las nueve de la noche del 18 de marzo de 1977 la compañera de Miguel, María Luz Vega, cayó en una emboscada del grupo de tareas. Liliana contó algunos detalles durante la audiencia, a partir de una reconstrucción que pudo hacer en diálogo con algunos de los vecinos, datos claves hoy para la causa porque hay poca información. “Los impactos de bala aún pueden encontrarse en un mármol negro a la altura de Santo Tomé al 2983”, dijo. “La mayoría la vio tirada en el piso después de ser atravesada por fuego cruzado y observó cuando la colocaron en el baúl de un Ford Falcon. María Luz Vega tenía 18 años, está desaparecida, su cadáver nunca apareció.”
Ante los jueces, Chiernajowsky reconstruyó los últimos días de su hermano Miguel en la ESMA, luego víctima de los vuelos de la muerte. Pidió “ahondar en las responsabilidades” de quienes condujeron el plan de exterminio y “quienes condujeron los aviones”.
Por Alejandra Dandan
Hay una cosa entre todas que Liliana Chiernajowsky intentó decirle al Tribunal. “No quería conocer los detalles de la desaparición de mi hermano Miguel, me resultaba insoportable la imagen que mejor representaba el exterminio y que mi madre repetía como una letanía: ‘a tu hermano lo tiraron vivo al mar’. Me llevó años querer saber aquello a lo que yo no me quería aproximar y que había tomado el alma de mi madre, hasta hacerla enloquecer”, les dijo a los jueces. “Pero desde hace años el tema vuelos me importa sobremanera. Valoro estos juicios, que son ejemplares y reparatorios para cada uno de nosotros, para la sociedad y la humanidad. Y por eso ya ganaron un lugar trascendente en la historia”, dijo. “Pero es preciso ahondar en las responsabilidades de quienes tuvieron la conducción del plan de exterminio y quienes condujeron los aviones, hasta quienes estudiaron las coordenadas previstas para arrojar su luctuosa carga al mar.”
Liliana declaró en la causa unificada por los crímenes cometidos durante la dictadura en la Escuela de Mecánica de la Armada, donde uno de los casos abarcados es el de su hermano. “Es preciso que este tribunal ordene que se profundice y acelere la investigación: como querellante representada por Pablo Llonto solicité en el juzgado de instrucción a cargo de Sergio Torres que se impute a los máximos responsables de la Aviación Naval y la Aviación de Prefectura y que se cite a declarar a todos los conscriptos que hicieron su servicio militar en esas reparticiones.”
“Mi nombre es Mirta Liliana Chiernajowsky, hermana de Miguel Ricardo”, dijo al empezar. “Soy licenciada en Ciencias de la Comunicación. Fui detenida política durante siete años, seis de los cuales estuve a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Cuando recuperé la libertad en 1981, todavía no había finalizado la dictadura militar pero la enorme tragedia en la vida social y personal que significó el genocidio de mi generación ya casi había sido perpetrada. Aunque todavía faltaban los crímenes de Malvinas, que afectaron a otra generación.”
Ella todavía sigue reconstruyendo la estadía de su hermano en la ESMA. Lo hace entre los integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), en entrevistas con sobrevivientes o en las audiencias del juicio que terminó hace poco más de un año. Miguel viajó de Comodoro Rivadavia a Buenos Aires cuando terminó el secundario y se integró a Montoneros antes del golpe. El día del secuestro también cayó uno de sus compañeros, Rolando Jeckel. Liliana recogió en estos últimos años tres testimonios que los ubican juntos dentro del centro clandestino de la Armada; por esos testimonios ella supo además que pudieron haber caído en el mismo operativo.
A Miguel lo vieron Miguel Lauletta, Daniel Lastra y Marta Alvarez, “a quienes agradezco su testimonio”, dijo ella. Llegó a Lauletta cuando Maco Somigliana del EAAF le dijo que él había visto en el baño de la ESMA a un chico delgado, rubio y con una tonada indefinible, ni porteña ni del norte, que podría ser su hermano. Liliana le mostró fotos a Lauletta. Lauletta lo reconoció y declaró en el juzgado de Torres el 25 de septiembre de 2009. En ese momento, supo además que ese día, en el baño, había otro prisionero con el que podría hablar, pero no supo que ese prisionero, Daniel Lastra, no había vuelto a decir nada de su estadía en la ESMA durante más de treinta años. Durante su declaración, también le hizo un homenaje.
“Lastra fue el segundo sobreviviente que me ayudó a reconstruir la estadía de Miguel en la ESMA”, dijo. “Cuando lo llamé por teléfono me dijo que no había hablado prácticamente con nadie sobre su permanencia en la ESMA durante más de 30 años. Me comentó que siempre había pensado que lo iban a llamar a declarar por uno de los compañeros que cayó con él y murió en la tortura –se refería a Martín, sobrenombre de Carlos Chipolini–. La conversación se prolongó por más de una hora, estaba muy conmovido. Al finalizar le pedí si podía pasar por el juzgado para dejar un testimonio adelantado. Me dijo que lo pensaría, que era algo que debía consultar con su familia. Me llamó a la semana y confirmó que lo haría porque recordaba muy bien a ese chico y no testimoniar sería como desaparecerlo dos veces.” Daniel Lastra declaró en el juzgado de Torres el 27 de noviembre de 2009, también habló sobre otros desaparecidos, como Chipolini y Ricardo Pedro Sáenz, reconocido como “El Topo”. “A los pocos meses supe que había fallecido repentinamente de un paro cardíaco. Quiero dejar constancia pública de mi consideración y agradecimiento a él y a su familia. También a todos los sobrevivientes, sin cuyo testimonio estos juicios no hubiesen sido posibles.”
Lastra vio a Miguel dos veces. Una, en el baño cuando un “verde”, uno de los guardias apodado Manzanita, llevó a un grupo de prisioneros. Vio en el espejo a un chico acuclillado en el inodoro. Le preguntó cómo había llegado a la ESMA y Miguel le dijo que había caído con Rolando Jeckel. “Esa fue la única vez que conversó con él y lo vio sin capucha; en otra ocasión lo vio por la mirilla cuando lo llevaban al baño. Lastra calculó que uno o dos miércoles después lo trasladaron, sería a fines de marzo o principios de abril. Estuvo muy poco tiempo en la ESMA.”
Liliana entendió que Marta Alvarez también podría haber visto a su hermano cuando la escuchó declarar en el juicio oral que terminó hace más de un año. Marta le confirmó que lo había visto con Rolando Jeckel en la avenida de la Felicidad; lo describió como un chico joven, flaco, alto. “Esto es lo que sé sobre los últimos días de mi hermano, pero no quiero terminar esta declaración sin referirme a la forma en que sabemos que asesinaron a Miguel y a tantos miles: quiero referirme brevemente a los llamados Vuelos de la Muerte”, explicó.
Los vuelos
Cuando escuchó el testimonio de Alicia Milia de Pirles, Liliana se quedó “estupefacta”, dijo. “Ella contó que hablaba a menudo con Alfredo Astiz y un día se animó a preguntarle por los centros de recuperación vinculados a los traslados. Fue entonces que el imputado le dio una explicación acabada de la solución final: ‘el mar nos ayuda, porque el río los había devuelto, pero en cambio el mar es duro, cuando los cuerpos caen se desnucan. Luego las orcas hacen lo suyo’. La testigo contó que ella preguntó por las orcas y el marino se puso a darle una clase. Esa fue para mí una de las más reveladoras referencias a lo siniestro, aquello a lo que yo no me quería aproximar y que había tomado el alma de mi madre, hasta hacerla enloquecer.”
En ese momento, Liliana, frente al Tribunal, habló de los vuelos, de lo que le costó empezar a pensarlos y de lo que todavía queda pendiente en la investigación. Pero también de lo que significa en términos personales y colectivos la idea de una justicia. “Señor presidente”, le dijo al juez Daniel Obligado. “Voy a decir algo políticamente incorrecto. Cuando salí de la cárcel, a los 29 años, no busqué justicia, no creía en la Justicia. Y no por haber estado siete años presa por una causa menor, de los cuales seis fueron a disposición del PEN, es decir de la suprema voluntad de los militares que también habían asesinado a mi hermano. No fue por eso que no creía en la Justicia, sino porque pertenezco a una generación que vivió en un país sin justicia, sin respeto al Estado de derecho, con golpes de Estado permanentes y la proscripción de la mayoría política y electoral, condiciones hoy inimaginables para nosotros. Como todos los jóvenes de mi generación no tuve la oportunidad de formarme en una cultura democrática. Creímos en la violencia revolucionaria en un país y un contexto donde la violencia y la violación de la ley eran el aire que respirábamos.”
A las nueve de la noche del 18 de marzo de 1977 la compañera de Miguel, María Luz Vega, cayó en una emboscada del grupo de tareas. Liliana contó algunos detalles durante la audiencia, a partir de una reconstrucción que pudo hacer en diálogo con algunos de los vecinos, datos claves hoy para la causa porque hay poca información. “Los impactos de bala aún pueden encontrarse en un mármol negro a la altura de Santo Tomé al 2983”, dijo. “La mayoría la vio tirada en el piso después de ser atravesada por fuego cruzado y observó cuando la colocaron en el baúl de un Ford Falcon. María Luz Vega tenía 18 años, está desaparecida, su cadáver nunca apareció.”
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